Páginas

martes, 10 de mayo de 2022

Resumen de EL INTERIOR RIOPLATENSE DURANTE EL SIGLO XVII

Nos limitaremos a elegir algunos ejemplos, y este acápite se centrará en Jujuy, San Miguel de Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba para el NOA y Mendoza para el caso cuyano. 

JUJUY era la ciudad más próxima al Alto Perú del NOA y la estructura de su población confirma este parentesco. Jujuy era la jurisdicción que durante el siglo XVIII poseía el mayor porcentaje de población indígena de todo el Río de la Plata. 

Era en Jujuy en donde los mercaderes y viajeros debían abandonar definitivamente las carretas para seguir camino hacia Perú en arrias de mulas o a caballo. 

La élite jujeña compuesta de una serie de redes familiares estrechamente ligadas entre sí vivía de forma permanente en la ciudad, manteniendo por supuesto sus chacras, estancias y haciendas en el área rural. 

Esta zona desempeñó un papel importante en la exportación de vacas y mulas a Perú. Existía una importante relación entre esta zona y el sur alto-peruano reforzaban el intercambio de ciertos productos, como coca, ají y textiles llegados de Perú por vacas, lanares, sal, charqui, etc. 

La ciudad de SAN MIGUEL DEL TUCUMAN era la cabecera de una jurisdicción muy rica en bosques, y sobre la madera se asentó uno de los pilares de la riqueza local, permitiéndole la exportación de carretas y de materias primas para la industria minera altoperuana. 

La mayor parte de la población rural era española y mestiza. Por supuesto, la exportación de vacas, mulas y caballos ocupaba un lugar preponderante en la economía local, siendo la mayoría de los animales originarias de las provincias de abajo. 

El resto de las entradas por exportaciones consisten en cueros, suelas curtidas y pellones enviadas al puerto de Buenos Aires, generando una doble orientación de los flujos mercantiles. 

SANTIAGO DEL ESTERO conservaba en el siglo XVIII una estructura de pueblos de indios bastante consolidada que sobrevivió no sólo a la independencia del XIX.

Santiago, “madre de ciudades”, vivía ya en el siglo XVIII en una posición claramente secundaria en el marco de la región. 

Se trataba de una polvorienta aldea que en 1778 no llegaba a los 2.000 habitantes, pero con una campaña poblaba por casi 14.000, de los cuales la mitad era indígena. 

A fines de siglo, se produce un aumento demográfico en la campaña que, con una economía agrícola siempre al borde de la catástrofe, explica una de las característica de los santiagueños hasta nuestros días, las migraciones temporales o definitivas. 

El resultado de estas migraciones mayoritariamente masculinas en la estructura familiar de origen es obvio, mostrando una importancia particular de las jefaturas femeninas en los hogares santiagueños. Estas mujeres tenían la ocupación de tejes e hilar la lana de sus rebaños de ovejas. 

Un hombre de campo sin poncho es casi impensable en el siglo que transcurre entre 1750 y 1850. Y esos ponchos eran cordobeses, santiagueños o puntanos. 

Un grupo de mercachifles recorría la campaña cambiando «efectos de Castilla» por piezas tejidas futuras que las endeudadas campesinas tejían incansablemente. 

Esos mercaderes, endeudados a su vez con grandes comerciantes de Santiago o, sobre todo, de Buenos Aires, enviaban sus ponchos para su posterior redistribución en todo el espacio rioplatense. 

CORDOBA contaba con poco más de 50.000 habitantes, siendo la jurisdicción más poblada del interior, siendo ademas la única ciudad universitaria, además de Charcas, en toda aquella zona. 

Una ciudad que contaba con una vida social y cultural bastante intensa en relación con los parámetros regionales. 

El sector mercantil urbano consolidado controlaba una parte relevante del tráfico comercial hacia Buenos Aires (donde se enviaban los ponchos), el Alto Perú (donde se enviaban mulas) y Cuyo. 

Córdoba ocupo un lugar central en la geografía de los intercambios interiores. Pero Córdoba tenía otra ventaja: la posibilidad de enviar hacia el puerto algunos productos, como el cuero y más tarde en el siglo XIX, la lana, que serían embarcados hacia el Atlántico. 

Así pues, Córdoba participaría parcialmente de la orientación hacia Europa que tendría la economía rioplatense dirigida por Buenos Aires. 

Para ello, la región contaba con una población campesina de medianos y pequeños productores en donde, del mismo modo que en Santiago del Estero, el papel de la mujer sería también de capital importancia como tejedora de ponchos y demás tejidos. 

La jurisdicción de CUYO abarcaba dos regiones bastante diversas. Una comprende los oasis irrigados cercanos a la cordillera de los Andes de Mendoza y San Juan, en donde la producción de vinos, aguardientes, frutas, trigo y forrajes ocuparía un lugar destacado. 

La región restante, es el área de San Luis, diremos únicamente que una parte sustancial de su estructura productiva y su orientación mercantil era similar a la de las campañas cordobesas, con una población campesina de tejedoras de ponchillos y de medianos productores ganaderos. 

En el siglo XVIII, la especialización productiva de estas dos áreas de viñas era bastante clara: Mendoza se centró en el vino y San Juan en el aguardiente. 

A estos productos comercializables principales hay que agregar los frutos secos y, en ocasiones, el trigo. El mercado primordial para estos productos eran las diversas ciudades del interior y del litoral.  

Como había ocurrido con la yerba mate o con los ponchos, a medida que Buenos Aires crecía demográficamente como mercado dominando los circuitos mercantiles, los comerciantes porteños pasaron a controlar el sistema de redistribución desde Buenos Aires hacia gran parte del interior. 

Las medidas liberalizadoras del comercio de 1776 dieron un duro golpe a la economía cuyana el declive agrario de esta región desde esos años finales del XVIII no deja lugar a dudas. 

El comercio entre Buenos Aires y el Pácifico, vía Cuyo y Santiago de Chile, creció de forma evidente entre 1730 y 1780, multiplicándose por cinco en ese período. 

Yerba del Paraguay, plata potosina, sebo, esclavos, ganado engordado y efectos europeos constituían el grueso de la corriente hacia Santiago de Chile y desde allí, el oro y el cobre chileno, más algunos productos llegados desde diferentes puertos del Pacífico formaban parte del flujo hacia el Río de la Plata.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://cafecito.app/sergiomiguel

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC



lunes, 9 de mayo de 2022

Resumen de RESISTENCIA Y ACULTURACIÓN, LAS CAMPAÑAS CONTRA LA IDOLATRÍA EN EL SIGLO XVI

Todos estos procesos tienen que ser puestos en relación con la debacle demográfica que la conquista y, sobre todo, las primeras décadas de dominación colonial produjeron en la población indígena. 

El debacle demográfica que, como han señalado muchos autores, no sólo se relaciona con las guerras, la violencia o las epidemias, sino también con los cambios estructurales provocados en el interior del mundo indígena durante las primeras décadas de dominación colonial, entre los que se incluyen desde las dispersiones y concentraciones forzadas llevadas a cabo con parcialidades y étnias completas. 

Los cambios de localización de los pueblos (generando diferentes modo de encarar el acceso a los recursos de la población), el abandono de nichos ecológicos de cultivo y su sustitución por otros (abocados al mundo europeo y mucho más dañinos para esta población), los cambios forzados en los hábitos alimenticios y laborales. 

El trauma psicológico de ver su mundo destruido o mutado, sus dioses vencidos y su universo físico, político, o cultural profundamente alterado. La evangelización forzada, proceso coetáneo al de la conquista vinieron a ser los vehículos de aculturación más importantes y contundentes para esta población. 

La imposición de una nueva religión y de una nueva cosmogonía, de nuevos ritos y cultos, llevó forzosamente a la población indígena a tener que mantener —si acaso formalmente— una dualidad en difícil equilibrio. 

Un equilibrio que terminaría por romperse generando un enfrentamiento —no siempre visible— entre ambas posiciones, en especial a partir de las décadas de 1560 y 1570. La identificación o no de las jefaturas indígenas tradicionales por parte de la administración colonial como tales autoridades originó una multiplicidad de posiciones en cuanto a adopción en todo, en parte o en nada, de las nuevas formas culturales y religiosas. 

Hubo situaciones y momentos en los cuales curacas y caciques participaron como agentes de penetración y solidificación de la nueva cultura y religión. Por el contrario, en otros casos constituyeron el núcleo de resistencia más firme y contundente. 

Una de las formas más características de resistencia fue el regreso a los antiguos cultos por parte de algunas parcialidades y grupos étnicos, rechazando el modelo evangelizador cristiano. 

Fue lo que algunos autores han denominado en la región andina «el retorno de las Huacas», un fenómeno general en todo el continente después de 1550- 1560. 

Fue identificado por parte de las autoridades coloniales, las eclesiásticas y las civiles como resistencia a la colonización y a la evangelización. 

Tuvo la peculiaridad de introducir a los eclesiásticos que hasta entonces habían mantenido una política general de cierta tibieza —salvo algunas personalidades concretas— en defensa de la población indígena, en la represión directa contra esta resistencia. 

Una actitud en la que la resistencia indígena a la cristianización fue juzgada como beligerancia activa contra el cristianismo y el Evangelio. 

Comenzaron entonces las llamadas campañas anti-idolátricas, conocidas como «extirpación de idolatrías», que consistieron en la erradicación y destrucción sistemáticas, intensivas y a fondo de cuanto culto prehispánico se mantuviera y pudiera ser hallado, tanto público como privado, tanto físico (destrucción de ídolos, adoratorios, representaciones, etc.) como cultural (actitudes, fiestas, ritos, etc.), conllevando la eliminación de las antiguas castas sacerdotales que aún pervivían en el seno de pueblos y comunidades indígenas. 

El universo indígena aprendió muy pronto que el régimen colonial ofrecía en sí mismo los elementos para manifestar y ejercer una resistencia efectiva: no sólo la vía judicial, sino la institucional e incluso la misma religiosidad cristiana. 

Se aprendió también que el enfrentamiento directo no era el mejor modo de llevarla a cabo. Mostrar una aculturación aceptada sólo aparentemente era una forma de resistir. 

En esta lucha entre ambas teologías, los españoles aplicaron el mismo método que en otras facetas del mundo colonial. La coacción y la «extirpación» de todo lo que se opusiera. 

Las campañas contra las idolatrías se extendieron por el continente. Los curacas y caciques tuvieron en ellas también un papel protagonista. Para algunos, cuando la relación de autoridad en el interior de su grupo se basaba en todo o en parte en el papel sacerdotal que les concedía la antigua tradición, la resistencia a la evangelización fue notable; y el resultado, su eliminación y la imposición de nuevas autoridades más aculturadas y dóciles. 

En otros casos, el cacique fue precisamente el principal vehículo de aculturación. Estas campañas de extirpación de las antiguas religiones lograron, décadas después, el efecto deseado: por eliminación, por temor o por consenso, la nueva religión, si acaso formalmente, terminó imponiéndose entre la población indígena, con los consiguientes cambios en los modos de entender el mundo y la realidad. 

Por otra parte, las concentraciones forzosas de población indígena, llamadas «congregaciones» en México o «reducciones» en el Perú, originaron importantes traslados forzosos de grupos y etnias, y la aparición de los llamados «pueblos de indios» o «comunidades». 

Siguiendo el modelo europeo de ciudades o pueblos, se obligó a la población a abandonar el tradicional hábitat disperso prehispánico, base del aprovechamiento integral de los recursos y de la organización del trabajo. 

Ello conllevó la ruptura de los antiguos ayllus o los calpulli, la remoción de autoridades, la dislocación de los entramados familiares, la aparición del tributo, y con él la introducción del dinero y los mercados según el modelo occidental. 

Se rompieron así radicalmente los antiguos modos de asentamiento, de producción, de relación e intercambio, de reciprocidad y redistribución, es decir, las bases materiales del mundo prehispánico, y se introdujeron por vía de la fuerza cambios muy profundos en la organización de la vida, material, política y espiritual de millones de indígenas. 

A pesar de estos cambios, y como demostración de que el poder de resistencia y adaptación del mundo indígena fue impresionante, los viejos patrones comunales pudieron reconstruirse usando jirones de los antiguos ayllus o calpulli y utilizando los lazos de parentesco, no sólo los tradicionales, sino incorporando el nuevo modelo impuesto por los frailes de familia occidental y cristiana. 

Y ello fue muy importante porque, si bien exteriormente los dominadores pudieron contemplar un mundo en apariencia re-ordenado, en realidad nunca supieron ni entendieron cuánto del mundo antiguo permanecía vivo y activo, palpitando y desarrollándose en el interior de las formas aparentemente aceptadas de dominación. 

Si bien es cierto que los cultos imperiales, tanto en México como en Perú, fueron con cierta facilidad reemplazados por los nuevos dioses europeos, los cultos populares locales pudieron permanecer o rebrotar. Estos cultos y ritos resultaron mucho más difíciles de erradicar. 

Eso no impedía que, aparentemente, pueblos completos parecieran cumplir los rituales del culto cristiano, pero subterráneamente las Huacas habían regresado. 

Fue una yuxtaposición de religiones en la que, obviamente, resultaba muy difícil de extirpar la parte que frailes y sacerdotes consideraban idólatra. 

Incluso en los modos tradicionales de vestir los cambios fueron escasos. Valga el ejemplo del uso del sombrero castellano, que se generalizó, pero el resto de la indumentaria siguió siendo la misma. 

Otros muchos ámbitos del universo prehispánico parecieron quedar incólumes, partiendo de algo muy importante como fue el uso de las lenguas originarias y la escasa penetración del castellano como idioma de uso corriente. 

En resumen, en los cincuenta años posteriores a la conquista, el mundo indígena siguió observando al mundo colonial a través de las categorías espaciales, temporales, simbólicas y espirituales anteriores. 

Pero siempre fueron conscientes de que les era imposible escapar al cataclismo de la dominación colonial. La resistencia incaica, y la de algunos poderosos señores étnicos mexicanos, centroamericanos o del centro y sur de la actual Colombia, de Chile o de Bolivia, son ejemplos de esta resistencia activa. 

No sólo reivindicaron la lucha contra el invasor europeo, sino frente a su cultura y a su religión. Pero la situación se hizo mucho más compleja. 

En la década de 1560 en Huamanga, estalló en la sierra central de Perú, un movimiento de marcado carácter milenarista. 

Los frailes españoles comenzaron a tener noticias de una gran sublevación que preparaban los antiguos sacerdotes, seguramente una continuación local del movimiento de resistencia a la hegemonía española que desde Vilcabamba dirigía el Inca Túpac Amaru. 

Pero pronto la revuelta de Huamanga pasó a tomar otra dimensión. Las informaciones llegadas a Lima hablaban del Taky Onkoy, la enfermedad del canto. Indígenas de comunidades enteras dejaban de trabajar y comenzaban a bailar y a cantar orando a sus viejos dioses, en un estado de trance colectivo que se transmitía de pueblo en pueblo como una epidemia. 

Informes más exhaustivos afirmaron que se trataba de la acción de los «brujos» indígenas, quienes predicaban el fin de la dominación blanca porque, afirmaban, las Huacas destruidas volverían a la vida, lucharían contra el Dios cristiano y le vencerían, expulsando a los españoles. 

Las Huacas, que habían sido maltratadas, y durante años no habían recibido ni las honras ni los sacrificios rituales que merecían, vagaban abandonadas por el mundo. 

De manera que con su regreso matarían a todos los indios convertidos al cristianismo, a los bautizados, causantes de su deshonra y hambre, a los que trabajaban y se plegaban a los mandatos de los blancos. 

Así, era orden terminante no entrar en las iglesias, no bautizarse, ni hablar la lengua ni vestir como los blancos, ni tratar o trabajar para ellos. 

El Taky Onkoy no significó un posicionamiento activo de la población indígena en cuanto a tomar las armas y luchar contra los españoles. Era aquélla una guerra de las Huacas contra los dioses invasores. 

El principal encargado por la Iglesia limeña para eliminar la insurrección fue Cristóbal de Albornoz, quien persiguió a los antiguos sacerdotes, supuestos promotores del movimiento, hasta acabar con ellos mediante escarmientos públicos en las plazas de los pueblos, delante de los indígenas, en una represión que se extendió por toda la sierra peruana coincidiendo con la captura del inca rebelde de Vilcabamba, Túpac Amaru, y su decapitación en la plaza del Cuzco en 1572 ante una multitud aterrada. 

Con la muerte del último inca y la quema de las sagradas momias de sus antepasados sin que las viejas Huacas lo impidieran, el fin del Taky Onkoy significó el fin del mundo prehispánico. 

La resistencia en adelante debía desarrollarse de otro modo. 

LA RESISTENCIA EN LAS FRONTERAS 

Aunque impresiona la fuerza de este mundo colonial en la América nuclear, en especial en México central y en Perú, puede afirmarse que, a finales del siglo XVI, el mundo americano era todavía un gigantesco universo de fronteras. 

En estas áreas de frontera, la resistencia a la invasión europea cobró características bien diferentes —aunque no por ello menos contundentes— que en la América nuclear. 

Una resistencia, o un rechazo directo a la invasión. No eran, pues, sólo fronteras físicas; eran fronteras donde se confrontaban distintos y a veces antagónicos universos culturales. 

Sólo fueron dominadas tras largos y costosos esfuerzos bélicos, con el exterminio total, la negociación o tras un proceso lentísimo de aculturación. 

El norte de Mexico, con la presencia chichimeca, fue una frontera de continua guerra durante 100 años. 

Al ir desplazando a los chichimecas hacia el norte –de forma muy lenta- se toparon con apaches, comanches y navajos, continuando el conflicto. 

Las fronteras de la selva y de los grandes ríos situados en la vertiente oriental de la cordillera andina conforman otro gigantesco espacio de miles de kilómetros de norte a sur, y de oeste a este, donde la penetración colonial fue muy lenta. 

Una penetración que debemos situar también en el largo tiempo y que estuvo dotada de un marcado carácter individualista y de autonomía respecto de los focos coloniales de poder. 

Pero el área donde una frontera como tal acabó por establecerse con mayor crudeza e intensidad estuvo situada más al sur, al este de Charcas, con los indígenas conocidos como Chiriguanos. 

También aquí, el establecimiento de centros mineros cerca de la zona, como Potosí o Lípez, originó que los conflictos fronterizos se agravasen. 

Ya en la época incaica, y al igual que sucedió con los aztecas respecto de los chichimecas, desde el Cuzco se habían enviado mitimaes (colonos) a poblar y defender la frontera contra estos pueblos que, procedentes de los grandes ríos del Este, amenazaban las fronteras del Imperio incaico, enviando expediciones de castigo que en numerosas ocasiones acabaron siendo derrotadas por estos poderosos guerreros. 

Los españoles se encontraron también con los chiriguanos al ocupar el espacio incaico en la región, e igualmente se estrellaron contra ellos. La frontera estuvo incendiada durante décadas. 

Una vez derrotados los incas, en la segunda mitad del siglo XVI, los chiriguanos continuaron la guerra. Llegaron en sus ataques hasta muy cerca de Potosí. 

Tras la ejecución en el Cuzco del último inca, Túpac Amaru, el virrey de Perú, Francisco de Toledo decidió continuar la guerra contra los chiriguanos, pero casi muere en el intento. Su ejército fue diezmado. 

Muchos españoles, mestizos e indios serranos terminaron como prisioneros y esclavos de los chiriguanos. La frontera siguió encendida durante siglos, en todo caso lo único que lograron los españoles, fundando más fuertes y más ciudades y pueblos, fue proteger por todos los medios los reales de minas de Potosí y su región. 

Precisamente, las necesidades de abasto tanto de vituallas como de mano de obra de las minas del Alto Perú motivaron ciertos acercamientos entre españoles y chiriguanos, si bien no a nivel oficial. 

Pero por otra, estas transacciones eran estacionales y puntuales: a temporadas de «intercambios» pacíficos seguían otras de invasiones violentas. La última gran frontera de la época fue sin duda la chilena. 

En Chile, esta frontera se fue estableciendo poco a poco sobre las orillas del río Bío-Bío, al Sur de Santiago. La escasez de mano de obra originó continuas penetraciones hacia el sur en busca de araucanos para esclavizar. La resistencia de éstos fue tenaz y duradera. 

Los araucanos también aprendieron de los españoles su forma de combatir, usaron el caballo y mejoraron su armamento aplicando los metales a sus arcos y flechas, con los que se hicieron temibles. 

En sus incursiones, conocidas como «malocas », a veces cruzaban la cordillera y podían llegar por la Patagonia hasta las pampas de Buenos Aires. 

Aunque se establecieron algunos acuerdos de no agresión en esta línea de la frontera del Bío-Bío, no fueron pocos los casos en los que los españoles rompieron los pactos, produciéndose una nueva sublevación general. 

En estas guerras, muchos asentamientos de españoles fueron arrasados, produciéndose un repliegue de la frontera hacia el norte, mientras las autoridades coloniales organizaban grandes expediciones para empujar a los araucanos y mapuches de nuevo hacia el sur. Durante la siguiente centuria, la frontera continuaría en armas.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



sábado, 7 de mayo de 2022

Resumen de PARAGUAY COLONIAL EN EL PERÍODO TEMPRANO

Un tema tradicional en los estudios sobre Paraguay —y que dio lugar a una literatura histórica laudatoria de dudoso valor— es el de la alianza entre los invasores y los «carios» de Lambaré, un hecho indudable. 

Pero de este hecho indudable se desprenden diversas consideraciones. Los carios, vencidos por los europeos, se sintieron obligados a aceptar la alianza con sus vencedores para enfrentarse a los guaycurú chaqueños, de este modo, en un primer momento, los guaraníes de Lambaré parecieron haber ganado un poderoso aliado. 

Gracias a él, pudieron vencer varias veces a sus enemigos chaqueños y hacer innumerables prisioneros. 

Pero, claro, no sabían que ese aliado había llegado para quedarse y que iría acrecentando sus exigencias. .

Los indios entregaron a sus mujeres en señal de reconocimiento de esa alianza (como tradicionalmente lo hacían) y recibieron además, como «contradon», los regalos de los españoles. 

Esas mujeres que los españoles comenzaron a acumular (se trata de una auténtica acumulación, pues llegó a haber individuos que poseían más de sesenta mujeres y el promedio, según las fuentes, alcanza a las diez mujeres por español). 

Representaba en realidad una acumulación de trabajo vivo, no sólo porque ellas mismas trabajaban para los europeos —como lo hacían para sus esposos indios— hilando, cargando bultos o laborando la tierra, sino porque eran también la vía de acceso a la fuerza de trabajo de sus parientes masculinos, padres y hermanos, tradicionalmente obligados a acudir a «ayudar» a su yerno y a su cuñado. 

Por supuesto, está de más señalar que la «propiedad» de las mujeres suponía el libre acceso sexual a las mismas y de allí el intenso y muy temprano proceso de mestizaje que verá el Paraguay con sus «mancebos» hijos de la tierra. 

El Paraguay sería desde ese entonces un área muy peculiar en donde eran tantos los mestizos que la misma palabra casi nunca se utilizaba. 

Volviendo a la «alianza», existió efectivamente una «alianza» entre los carios asuncenos y los europeos en el contexto que ya hemos descrito, pero rápidamente, los recién llegados desvirtuaron —como no podía ser de otra manera— los términos de esa alianza y convirtieron los primigenios lazos recíprocos de dones y contradones en una relación fuertemente asimétrica. 

Los indios tardaron en comprender que los españoles no tenían el mismo concepto que ellos de esa «alianza». 

Cuando este hecho produjo reacciones, aún no violentas, la respuesta fue la fuerza bruta, abriendo el camino a una dominación más desnuda y abierta. 

A finales de 1555, el entonces gobernador, Domingo Martínez de Irala, dejó de lado toda ficción y decidió «repartir la tierra». 

Así se otorgaron las primeras encomiendas a los «beneméritos» paraguayos. Este primer reparto de encomiendas entre unos 320 individuos alcanzó unos 20.000 a 27.000 indios (es decir, indios «tributarios»). 

Las encomiendas paraguayas —como ocurriría con las tucumanas y cuyanas— se basan exclusivamente en el servicio personal. 

En efecto, el elemento determinante que distingue a esta región marginal de las áreas nucleares de México central y del mundo andino (como, por otra parte, ocurriría en casi todas las otras áreas marginales, desde Yucatán hasta Paraguay) es la predominancia del servicio personal en el marco de la encomienda. 

Desde los inicios de la institución observamos dos tipos diversos de encomiendas: las encomiendas «mitayas», y la de «yanaconas» u «originarios». 

El primer tipo, el servicio personal de las mitas, se refiere al que debían cumplir los indios —que seguían viviendo en los pueblos— por turnos en las tierras de sus encomenderos. A veces, también se llama «mita» al producto de ese servicio. 

El segundo tipo, se refiere a los indios que, con su grupo familiar o sin él, viven y trabajan en las tierras de sus señores hispanos — es decir, desarraigados de sus comunidades de origen— al igual que los «naborías» antillanos. 

Adviértase que este concepto de indio «originario» en Paraguay, nada tiene que ver con el uso de la misma palabra en el mundo andino. 

¿Qué relación numérica había entre el total de los encomendados y los indios originarios?

Alrededor de la cuarta parte del total de los encomendados estaba conformada por indios originarios que vivían en chacras y estancias de los españoles. 

¿Cuál es la condición social de los indios originarios? El indio originario trabajaba durante toda su vida y desde la más temprana edad. 

El indio y su familia (la mujer y las hijas están obligadas a cumplir con las hilanzas de algodón para sus señores) laboraban durante toda la semana en la chacra o la estancia y el domingo —y los días de fiesta que, por suerte, no escaseaban— libraban para trabajar su propia chacrilla. 

La mita y los indios de los pueblos en la documentación sobre los primeros pueblos de indios de los años cuarenta y que precede a la institución de las encomiendas. 

Hay una repetida alusión a la necesidad de «crear» los pueblos para racionalizar el proceso de explotación de los indígenas y asegurar de una forma más eficaz la propia reproducción de la fuerza de trabajo, amenazada por la continuidad de la práctica de «yanaconización» y apropiación de las mujeres. 

En la región de Asunción, estos pueblos primitivos fueron reemplazados —después de un período de rebeliones muy duro, como se verá— por las reducciones creadas por los padres franciscanos en la década de 1580. 

Pero en otras áreas los encomenderos y sus pobleros siguieron siendo la ley en esos pueblos hasta bien entrado el siglo XVII. 

De todos modos, el proceso de reorganización de las aldeas guaraníes debió haber sido bastante largo en 1603, sigue reclamando la necesidad de «que haya reducción de indios». 

¿Cómo se cumplía la mita en estos pueblos y en las reducciones fundadas posteriormente por los franciscanos? 

En las primeras ordenanzas sobre encomiendas -1556- no se establece ningún tipo de duración temporal para el cumplimiento de las mitas y sólo se determina que el encomendero se podía servir de la cuarta parte de sus tributarios en cada turno (aun cuando no olvida decir que, «a conocida necesidad», se podía llegar hasta la mitad de los tributarios). 

El hecho de que no hubiera límite temporal a la explotación de la fuerza de trabajo en cada turno, nos podría indicar que durarían lo que la simple voluntad del encomendero determinaba. 

Aun cuando, obviamente, en la realidad concreta sería resultado de duras negociaciones entre los líderes étnicos de los poblados y los mayordomos y pobleros colocados por el encomendero en las aldeas. 

En cambio, en las distintas reglamentaciones que se sucedieron desde 1597, el factor tiempo siempre está presente. La resistencia indígena y las reducciones. 

Ya hemos visto cuán tempranamente los guaraníes comienzan a desmentir la tradición historiográfica que trata de presentarlos como sumisos aliados, pues desde la instalación misma en Asunción, en 1537, comienzan los movimientos de resistencia. 

Obviamente, éstos se amplificaron cuando Martínez de Irala procedió a los primeros repartos de encomienda de 1555. 

Mencionaremos solamente el que encabezó en los años 1575-1579 un prestigioso «karaí», Overa, «resplandeciente», que sacudió toda la región norte de Asunción. 

Después de dos o tres enfrentamientos, y ante la defección de Overa, los guaraníes fueron derrotados y duramente reprimidos. 

Al parecer, detrás de este movimiento, amén de la resistencia a los invasores europeos, hubo un fuerte conflicto inter-tribal que complica bastante la interpretación que había mostrado el antropologo frances A. Métraux en tanto que movimiento «mesiánico». 

Actualmente,  la etnologa francesa Hélene Clastres se inclina por una interpretación más compleja, viendo en este episodio un momento de lucha política interna entre líderes étnicos y karaís. 

Por otra parte, según esta misma autora, habría que hacer una distinción entre los fenómenos religiosos de los tupí y los de los guaraníes. 

En el primer caso, el fenómeno profético es un fenómeno de contestación del orden social que conduce a la «busqueda de la Tierra Sin Mal». 

En el caso de Overa estamos ante una manifestación mucho más «politizada », en la cual la lucha por el poder en el seno del grupo concernido juega un papel determinante. 

A éstos les siguieron otros episodios: a finales de la década de 1570, el control de los españoles sobre los poblados de encomienda se estaba tambaleando y la resistencia había adquirido por momentos un marcado acento religioso y profético.

Fue en ese crucial momento cuando intervinieron los franciscanos creando las primeras reducciones gracias a la acción de los franciscanos, en poco menos de una década los guaraníes del área de influencia de Asunción fueron «reducidos» y el servicio de encomienda a los españoles se regularizó. 

Así, entre 1580 y finales del siglo XVI nacieron una serie de reducciones que contribuyeron a reforzar el control hispano sobre esa área norte de la capital asuncena. 

Una serie de razones explican el rápido éxito de los franciscanos, conocimiento de la lengua y costumbres guaraníes, humildad y desprendimiento material, etc. 

En realidad éstos eran, en sus vidas y ejemplos, auténticamente la contrafigura de los ávidos y con frecuencia despiadados colonos europeos. 

Finalmente, los franciscanos prometían un mundo mejor (una peculiar Tierra Sin Mal) en el más allá y después de la vida, que no era ajena a algunos aspectos centrales de la cosmogonía guaraní. 

Es en este momento, además, cuando se iniciaron las actividades de los jesuitas en Paraguay. La caída de la población, los datos dispersos que tenemos dan testimonio de una caída muy acentuada de la población indígena en estos primeros cincuenta años. 

Si sumamos las diversas cifras, llegamos a un cálculo muy estimativo de medio millón de guaraníes para el momento previo a la invasión europea. 

Ese medio millón se habría reducido a la tercera o cuarta parte en los primeros cincuenta años de contacto. 

¿Cuáles eran las principales actividades económicas de este primer período del Paraguay colonial? Maíz, mandioca, fríjoles, calabazas y maní, más el algodón. 

Los ganados que comienzan a multiplicarse de forma extraordinaria, no sólo domésticos, sino también en estado salvaje, Yerba mate y tabaco. 

Las primeras corrientes mercantiles desde Paraguay hacia las villas litorales se integraron con algunos de estos productos y tuvieron en los ganados, el vino, el azúcar, los lienzos de algodón, el tabaco y sobre todo, la yerba mate, sus mercancías más destacadas. 

Pero Asunción se hallaba en una situación espacial desventajosa, pues todos sus intentos de relacionarse directamente con el Alto Perú minero (polo nodal de estructuración económica de todo el espacio peruano) 

Esto fracaso casi completamente y se vio obligada desde muy temprano a aceptar la intermediación de las ciudades litorales, primero Santa Fe y después Buenos Aires, para romper su aislamiento geográfico y establecer nexos mercantiles con el mercado minero. 

Como veremos, la yerba mate fue la mercancía clave en esa relación económica con el resto del espacio rioplatense y el Alto Perú.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



jueves, 5 de mayo de 2022

Resumen del crecimiento de Buenos Aires y el litoral

A finales de siglo, sólo un cuarto del total de las mercancías salidas desde Buenos Aires iban hacia Potosí, pero Buenos Aires enviaba a Europa una parte sustancial de la plata producida en el área minera. 

Las tres cuartas partes de ese metálico era captado por los comerciantes porteños a partir de los intercambios con los diversos mercados regionales del interior. 

Gracias a su papel en el tráfico de yerba, ponchos, vinos, aguardientes, mulas, vacas y otras mercancías, los comerciantes de Buenos Aires consiguieron captar una parte del metálico producido en Potosí y que circulaba en las economías regionales. 

Desde mediados del siglo XVIII, el papel de Potosí como sostén de los gastos fiscales de la ciudad porteña fue progresivamente en aumento. 

La instalación del Virreinato en el Plata desde 1776, provoco que en la capital pesaron fuertemente la fiscalidad de la colonia, y sería Potosí la que más recursos entregaría a raíz de estos cambios. 

Así pues, Buenos Aires pudo colocarse en el curso de este siglo en el centro nodal de las corrientes mercantiles. 

Buenos Aires y la economía atlántica 

¿En qué mercancías se basaba este intenso tráfico? 85 por 100 del valor estaba compuesto de metales preciosos (plata altoperuana) y oro chileno. El resto eran mercancías locales, entre las que destacaba el cuero vacuno; más un débil porcentaje de mercancías, en su mayoría reexportadas, llegadas de Chile. 

Las cantidades de cueros fueron creciendo durante todo el siglo, con una aceleración evidente desde las medidas de 1778 (de 130.000 unidades en 1756-1778 a 205.000 en 1779-1787). Su crecimiento fue sorprendente. 

Si Buenos Aires había sabido colocarse en el centro de una corriente interna de flujos de metales preciosos de origen mercantil y fiscal (el situado potosino), desde el puerto hacia el Atlántico los flujos mercantiles dominaron abrumadoramente sobre los fiscales. 

En cuanto a la composición de las mercancías llegadas desde el Atlántico, una de las más relevantes seguiría siendo la esclavitud. 

Con respecto a las restantes mercancías, sólo mencionaremos que el libre comercio afectó fuertemente a dos áreas de las economías regionales. 

De este modo, si bien el libre comercio benefició a la economía ganadera del litoral, complicó las cosas para algunas de las economías regionales que competían con la producción metropolitana y cuyos fletes terrestres los ponían en desventaja, como en el caso de Cuyo, frente a un mercado porteño servido desde el mar. 

La sociedad rioplatense del siglo XVIII 

La ciudad estaba socialmente dominada por los comerciantes, que ocupaban los lugares más destacados en el cabildo y en la burocracia media constituyendo, además, redes familiares que controlaban los diversos espacios del poder local. 

Además, el reforzamiento de la burocracia estatal en función de las necesidades militares y de defensa desde los años sesenta, con la aparición primero de algunos jefes militares prestigiosos y después de virreyes, intendentes y oidores, obligó a los orgullosos mercaderes miembros del cabildo a dar un paso atrás en ese «teatro del poder». 

Por otra parte, y con un papel muy secundario, esta burguesía mercantil porteña lo era casi en estado puro, siendo todavía bastante endebles sus relaciones directas con el mundo de la producción. 

Esta burguesía mercantil tenía relativamente poco que perder (y mucho que ganar) con la ruptura del vínculo colonial. 

La economía rural rioplatense hacia las últimas décadas del siglo también se percibe un incremento de la producción pecuaria. 

Este incremento de los ganados fue claramente positivo para la economía local, pues las dos corrientes más importantes de su tráfico, es decir, mulas y vacas a Perú y cueros a Europa se vieron beneficiadas. 

¿Cuál era la estructura agraria de la campaña bonaerense? La oferta de tierras fértiles, que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX, permitió que las corrientes migratorias del interior y el Alto Litoral (Paraguay y las ex misiones jesuitas) abundase en individuos que se fueron asentando como campesinos, como arrendatarios de estancieros y hacendados, a cambio de ayuda en trabajo o de la renta de unas pocas fanegas de trigo. 

Los emigrantes campesinos que se establecieron en las tierras de la campaña formaron familias nucleares. Una vez establecidos y dependiendo de una serie de factores muy variables se convirtieron en labradores. 

La frontera indígena separaba el mundo de los campesinos blancos pobres de las sociedades indígenas de la pampa. 

A partir del siglo XVIII, estas sociedades estaban cambiando aceleradamente. Surgieron nuevos grupos, conformados con aportes étnicos pertenecientes tanto a los antiguos pobladores como a los recientes, originarios de la cordillera y de Chile. 

Lo relevante para nosotros es señalar la lucha sin piedad entre estas dos sociedades por el control de este fértil territorio. Desde más o menos los años 1776-1780, se estableció una paz que duraría casi cuarenta años entre ambas sociedades. 

La paz permitió intensos contactos entre ambas sociedades, pues se llegó a establecer una muy peculiar «feria» en donde se intercambiaban algunos productos indígenas, como tejidos y adornos por yerba, armas y aguardiente de los colonos. 

Por supuesto, al lado de esos campesinos había un sector de medianos y grandes propietarios ganaderos y agricultores que producían novillos para el abasto. 

Ahora bien, en las áreas más próximas al mercado urbano había asimismo cinturones de chacras productoras de trigo, y en ellas la mano de obra esclava ocupaba un lugar predominante. 

La importancia de esos esclavos está dada justamente por el señalado problema de la abundancia relativa de tierras fértiles. 

De este modo, la relativa libertad de unos, condicionó la esclavitud de otros.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



Resumen del MESTIZAJE Y SU HISTORIOGRAFÍA: MÉXICO EN EL SIGLO XVIII

Para que quede claro desde el comienzo, resumamos en pocas palabras los términos del proceso: para algunos autores (Chance, Taylor y Anderson), hacia finales del siglo XVIII, ya no era la condición racial o étnica la que determinaba la posición de una persona en la sociedad colonial, sino su estatus en términos de clase. 

Para los restantes, siguiendo la visión más tradicional, esto era exactamente a la inversa. Era la condición étnica la que establecía la posición de un individuo en la sociedad colonial. 

En una situación como la de la América colonial, los límites étnicos y los límites sociales nunca pueden tomarse como categorías contrapuestas, sino como sistemas de representación mutuamente significativos. 

Para evitar entonces esa trampa, es indispensable hacer un análisis más detallado de los términos del problema y de las posiciones enfrentadas. 

Chance y Taylor hablaron de un hecho que salta a la vista ante cualquier examen de los censos novo-hispanos de 1791 y 1792. 

Una parte importante de los llamados «españoles» en el censo, eran personas que tenían ocupaciones de bajo estatus y, por lo tanto, ellos dedujeron que, ya a finales del XVIII, la «raza» había dejado de ser el elemento de clasificación central en la compleja estructura social de la colonia. 

La crítica de los tres autores McCaa, Schwartz y Grubessich, apuntó sobre todo a ciertos problemas de tipo metodológico que tenía el estudio de Chance y Taylor, y en especial, a la representatividad real de la muestra utilizada. 

Es indispensable aportar nuevos elementos para intentar ver más claro en esta discusión. El hecho de trabajar en dos puntas tan disimiles y diversas del Imperio hispano —como son México Central y el Río de la Plata— nos posibilita ver algunas realidades con ojos diferentes. 

Lo que en la meseta poblana parece obvio, no lo es tanto visto desde la región rioplatense, y viceversa. Ante todo, creemos que no hay un concepto de mestizaje, sino varios. 

En efecto, en este caso, si tomamos los elementos que Louis Dumont (considera indispensable el sistema de castas de las Indias). 

Es fácil comprobar que lo que existió en la América colonial no era, ni por asomo, un verdadero sistema de castas en el sentido que Dumont le da a este concepto. 

Nosotros nos referimos en este trabajo a las castas tomando la palabra con la acepción usual hispano-americana de «grupo resultante de una mezcla». 

Por lo tanto, comprobamos que el mestizaje generalmente hace referencia a las diversas mezclas raciales entre blancos, negros e indios, con todas sus infinitas variantes resultado de los matrimonios inter-étnicos. 

Nosotros, pensamos que, con la especial salvedad del caso de los esclavos, la mayor parte de las uniones sexuales entre individuos de distintos grupos raciales son el resultado del acercamiento entre dos personas, de su proximidad cultural y social, del hecho de compartir situaciones, lugares de encuentro, lenguas, gestos. 

Debemos decir de entrada que a nosotros nos preocupa la situación en la que ambos protagonistas de la futura relación no guardan una fuerte distancia social entre sí. 

Nuestro análisis, se refieren en particular a ese ámbito privilegiado del mestizaje que fue la vida urbana del último siglo colonial. 

Si la lengua —o los gestos (las sonrisas, los guiños)— lo permiten, comienza a haber un intercambio de palabras o de gestos. 

Este intercambio puede o no terminar en una unión sexual entre las dos personas, pero lo importante en este contexto es que el mestizaje en realidad es previo a esa unión sexual, el mestizaje es justamente el mecanismo social que posibilita esa relación sexual, fruto de la cual puede ser un hijo «mestizo». 

Los nuevos gestos que se aprenden, las nuevas palabras que se usarán para designar emociones y cosas ya conocidas o que se comienza, a conocer, esas mismas palabras, servirán para contar anécdotas familiares o de los vecinos circundantes, historias de anteriores aventuras, etc. 

Antes del nacimiento mismo del hijo que la mujer espera con aprensión, el mestizaje se ha ido acentuando y ese fruto no es más que un resultado de todo el proceso, resultado que, por supuesto, lo multiplica y lo acelera a su vez. 

Esos hijos que hablarán casi indistintamente las dos lenguas, conocerán historias de un lado y del otro. Bascularán hacia una cultura o hacia la otra, donde luchan las imágenes del padre y de la madre y de sus respectivos mundos. 

Para decirlo con las propias palabras del antropologo Fredrik Barth: « los grupos étnicos persisten como unidades significativas sólo si van acompañados de notorias diferencias en la conducta, es decir, de diferencias culturales persistentes. No obstante, cuando interactúan personas pertenecientes a culturas diferentes, es de esperar que sus diferencias se reduzcan, ya que la interacción requiere y genera una congruencia de códigos y valores; en otras palabras, una similitud o comunidad de cultura».  

El medio de vida urbano no hace sino acentuar y acelerar este proceso. El primer aspecto es general en toda la América hispana y desmiente una vez más el candor con que habitualmente se trata el tema del prejuicio racial respecto de los africanos en Iberoamérica. 

El mote de «mulato» era uno de los insultos más ofensivos desde California hasta la Patagonia.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



Resumen del trafico de metales preciosos de América a Europa

LOS METALES PRECIOSOS Y EL NUEVO MUNDO 

Lo que impresiona en los relatos de Colón durante sus primeros días en las islas caribeñas, es su monomanía aurífera: el tema del oro aparece una y otra vez en sus primeras cartas. 

Así, desde el inicio de la aventura americana, los metales preciosos ocuparon un papel fundamental en flujo mercantil América -Viejo Mundo. 

El metal precioso fue la mercancía por excelencia en las relaciones entre las nuevas colonias y Europa. 

Hasta el final del período colonial, alrededor del 75 por 100 del valor de lo exportado desde América consistió en plata y oro. 

En los inicios de la colonización estos metales preciosos tenían dos fuentes fundamentales: los placeres, es decir, los lavaderos de oro de origen aluvial y los tesoros (objetos rituales y adornos). 

Las primeras grandes minas de extracción sólo aparecieron varias décadas después del último viaje colombino (entre 1538 y 1546 se pusieron en actividad Porco y Potosí en Perú, al igual que Taxco, Pachuca y Zacatecas en México). Fue con ellas cuando la plata dominó ampliamente sobre el oro desde los años cuarenta en adelante. 

De todos modos, algunas regiones, como Nueva Granada, siguieron albergando importantes centros de producción aurífera de carácter aluvial. En los primeros tiempos, el oro fluía desde el Caribe. 

Pero en el largo plazo, la plata dominó de forma total. Por supuesto, dado que llegaba mucha más plata que oro, ello daba como resultado inevitable la lenta desvalorización de la primera respecto del segundo. 

Comparando los cereales importados desde el Báltico y los metales preciosos americanos queda claramente expuesto el papel superlativo de la relación mercantil con América, pues parece claro que aproximadamente la mitad del valor de las importaciones europeas estaba constituido por los metales preciosos llegados del Nuevo Mundo. 

Según señala el historiador español Gelabert, todavía a finales del XVI, los almojarifazgos sevillanos, el almojarifazgo mayor y el de Indias eran las más cuantiosas de las rentas arrendadas. ¿Y cómo llegaba este metálico a España? 

Evidentemente, lo hacía por mar. Durante bastante tiempo, hasta mediados del siglo XVI, se dejó a los navíos librados a su suerte en la travesía de vuelta desde América. 

Pero las incursiones crecientes de los piratas y de las naves de las otras potencias europeas interesadas en apropiarse del tesoro hispano obligaron a acudir al sistema de flotas (un número variable de barcos mercantes custodiados por naves de guerra). 

Se instituyeron así dos flotas: una se dirigía a Nueva España (y era llamada propiamente «la flota»), y la otra, conocida como «los galeones» o «los galeones de la plata», navegaba hacia Tierra Firme. 

Estas flotas se ocuparon anualmente del tráfico entre las colonias y la madre patria. Obviamente, la economía europea sufrió un enorme impacto con la irrupción de esa masa enorme de metales preciosos. 

A partir de los años 1500-1505, los precios europeos detuvieron su evolución negativa; una ola inflacionaria sacudió a la economía europea que se convirtió, poco a poco, en uno de los centros más dinámicos de la economía-mundo en formación. 

El historiador estadounidense Earl Hamilton publicó las teorías cuantitativistas de la moneda (mayor llegada de metales desde América durante el siglo XVI, mayor inflación y, a contrario, a menor llegada de metales, deflación y crisis durante el siglo XVII). 

Hoy sabemos que las cosas fueron un poco más complejas. Algunos autores han elaborado una sucesión de acontecimientos por completo distinta a la imaginada hace setenta años por Hamilton: mayor actividad económica —sobre todo, en el mercado interno— > mayores precios > creciente demanda de metales preciosos > mayor actividad minera.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



martes, 3 de mayo de 2022

Resumen de la caída de Tenochtitlan

LA CONQUISTA DE MÉXICO 

Cortés comenzó en 1519, la conquista de México. Desde el inicio de su aventura contó con dos personajes clave que le sirvieron de mediadores lingüísticos —en maya y en náhuatl— entre los castellanos y los indígenas, Gerónimo de Aguilar y Malintzin (conocida también como doña Marina o la Malinche), español uno e indígena la otra. 

Cortés fundó la Villa Rica de la Vera Cruz e inició su periplo hacia el interior de la Tierra Firme, pese a las reiteradas solicitudes de los enviados de Tenochtitlan para que no avanzara sobre sus territorios. 

A pesar también de las precisas instrucciones de su mandante, Diego Velázquez de rescatar oro y demás cosas. 

Cortés desobedeció a su capitán y compadre, y avanzó hacia el interior dando inicio al proceso que condujo a la caída del dominio de la Triple Alianza en esas tierras mesoamericanas. 

La alianza que estableció con los tlaxcalteca —viejos enemigos de los mexicas— consolidó el avance cortesiano. 

En su paso por Cholula, uno de los santuarios religiosos más antiguos y prestigiosos de Mesoamérica, Cortés, ante rumores de supuestas traiciones de los cholulteca, organizó una matanza preventiva. 

Esa terrible primera matanza consiguió los efectos «pedagógicos » buscados, el camino hacia Tenochtitlan estaba abierto. 

Tanto así que el «huehuyetlathoani» mexica, Moctezuma, se apresuró a enviar «embajadores» y ricos presentes al caudillo extremeño a modo de bienvenida. 

Moctezuma recibió con honores a Cortés y lo instaló en palacio. Entretanto, Pánfilo de Narváez, enviado por Velázquez había llegado a Veracruz con ordenes de apresar al caudillo extremeño. 

Cortés —ya convertido de huésped en carcelero de Moctezuma— partió de Tenochtitlan para enfrentar (y derrotar) a Narváez, dejando en la ciudad al violento Pedro de Alvarado al mando de la situación. 

Éste irrumpió en una fiesta religiosa mexica y los acuchillo a todos. Ante ella, la violenta reacción mexica no se hizo esperar y Cortés hubo de volver apresuradamente a la ciudad, atrincherándose en el palacio de Moctezuma, él intentó sosegar la rebelión colocando al propio «tlathoani» como apaciguador. 

Este resultó muerto por sus súbditos, y los castellanos tuvieron que huir de Tenochtitlan, muriendo muchos de ellos en el intento infructuoso de salvar el oro y las joyas que cargaban. 

Dejaron los castellanos Tenochtitlan y el valle central fue alcanzado por la viruela (de acuerdo a la tradición, un esclavo de Pánfilo de Narváez la introdujo desde Veracruz). 

Ante el impacto de esta enfermedad importada la mortandad fue enorme y ésta es sólo la primera oleada de un hecho que se repitió con fatal regularidad. 

Cortés, que había comprendido que sólo interrumpiendo el abasto de víveres de la ciudad insular podría vencerla, estableció alianzas con varios de los señoríos de la región lacustre y comenzó a hostigar duramente a los de Tenochtitlan. 

Construyó unos bergantines para poder acercarse con sus hombres y caballos hasta la ciudad, adonde entró a sangre y fuego. 

Después de una lucha de casi ocho meses, la resistencia mexica resultó completamente vencida. La mortandad y destrucción fueron enormes. La otrora orgullosa cabecera de la Triple Alianza quedó en ruinas.


Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias

https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



lunes, 2 de mayo de 2022

Resumen de la economia del caribe en el siglo XV

LAS COSTAS DEL CARIBE CONTINENTAL 

Las incursiones que ya se han comentado de Ojeda, Yáñez Pinzón y Lepe, partiendo de Andalucía con licencias reales y capitulaciones otorgadas y concedidas al margen de los privilegios colombinos, habían permitido reconocer buena parte de las costas del Caribe continental ejerciendo actividades de rescate que hicieron más que rentables estos viajes. 

Gracias a los cuales, la Corona se hizo con una información bastante fidedigna del alcance de los tratados con Portugal y de cómo las nuevas licencias debían irse concediendo hacia el oeste de La Española, es decir, Caribe adentro; o por el sur, como demostraría Juan Díaz de Solís en 1516, llegando al Río de La Plata, situado por debajo y al oeste de la línea de Tordesillas. 

Los incansables Pinzón y Solís siguieron navegando las costas de Honduras y Yucatán desde 1508, y ese mismo año se firmaron en la corte las primeras capitulaciones que establecerían oficialmente dos gobernaciones en las costas continentales. 

El rey Fernando concedió la Nueva Andalucía (la actual costa Caribe colombiana) a Alonso de Ojeda, y el Darién (ya en Panamá) a Diego de Nicuesa, separadas por el golfo de Urabá. 

Este último fundó Nombre de Dios, en el Istmo. Así, Tierra Firme fue oficialmente el primer núcleo colonizador en el continente. 

En realidad, el modelo de fundación en el Caribe centroamericano, especialmente en Panamá, resultó mucho más parecido al antillano que las primeras factorías de rescate en las costas colombo-venezolanas. 

Existía originalmente en estos aventureros continentales, desde Honduras al Istmo, un claro deseo de consolidar el espacio, fundando ciudades para ejercer desde ellas la actividad agrícola usando la abundante mano de obra indígena local, o la que iban acumulando en sus múltiples razzias costeras. 

A su vez ofrecían sus puertos como puntos para el intercambio de metal y perlas por productos europeos (tejidos, vinos, hierro, ganado). 

Además, estos primeros europeos en el continente trataron de hacerse, como vecinos de las nuevas ciudades por ellos fundadas, de encomiendas de indios o de empleos públicos, fuesen cargos capitulares, nombramientos de adelantados o tenientías de gobernación. 

Tras un período de enfrentamientos entre los diversos clanes de conquistadores, y de éstos a su vez con las autoridades metropolitanas enviadas para exigirles la tributación real, decidieron aplicarse a la tarea de consolidarse sobre el territorio, una vez que comprobaron los pésimos resultados de la dispersión de esfuerzos. 

Continuaron las fundaciones continentales, asegurándose tierras, indios, propiedades y títulos de dominio. 

Además, gentes procedentes de las Antillas, saturadas de aventureros y ya despobladas de indígenas, o directamente desde España, fueron llegando a estos asentamientos centroamericanos. 

Balboa se encontró con el Pacífico en 1513. El Istmo sería su punto de partida, el gozne entre el Caribe y el Pacífico. 

Se armaron muchas expediciones más, con idénticos objetivos, saqueo, rescate y toma de esclavos. 

El rescate y el pillaje fueron acelerándose en toda Centroamérica, sabedores estos capitanes que una vez que estos indios y sus pueblos fueran repartidos en encomiendas, las entradas para esclavizarlos serían más difíciles de ejecutar. 

El descubrimiento y conquista de los grandes imperios en México (1521) y el Perú (1532), y del oro chibcha y muisca en el interior de la actual Colombia, cambió por completo el escenario. 

Nada fue igual en el Caribe continental después de 1540. El antiguo régimen de factorías quedó obsoleto. Perdido el interés por los esclavos indígenas, dado su cada vez menor número y el incremento de la trata negrera, agotadas las perlas y el rescate de los viejos cementerios nativos, ahora la costa comenzaba a cobrar otro sentido. 

En ella debían situarse los puertos que permitieran la salida de tan impresionantes cantidades de oro y plata como estaban ofreciendo los núcleos continentales, constituyéndose a la vez en suministradores de productos europeos que el comercio transatlántico llevaba hasta ellos a fin de intercambiarlos por el ansiado metal. 

La función que adelante desempeñaría esta región costera continental sería la de intermediación entre las economías mineras andinas y mexicanas y las economías atlánticas europeas. 

En la década de 1530, la Tierra Firme había ya casi suplantado a La Española como base de operaciones de diversos grupos de particulares, avezados en estas operaciones de rescate y saqueo a la par que «socios» de diversas «compañías» establecidas entre conquistadores. 

Ante el éxito de algunos en estos emprendimientos, muchos de los que habían intentado el asentamiento agrario en las tierras del Istmo y aún de Nicaragua, algunos incluso con encomiendas de indios y tierras fértiles, abandonaron esta actividad para volcarse en las empresas comerciales, o intentar una vez más el asalto a las grandes reservas de metal. 

El proyecto inicial de asentamientos agrarios continentales fue devorado por el ansia de guerra, oro y riquezas rápidas; la tierra seguiría esperando. 

Los puertos del Caribe se transformaron muy pronto en colectores del tráfico comercial. Desde la península, con o sin licencia, llegaron otros aventureros y comerciantes, en especial portugueses, que controlaron buena parte de la actividad comercial y, sobre todo, la trata esclavista africana. 

Las actividades productivas estaban casi limitadas a su abasto y —hecho que suele ser olvidado— a aprovisionar las tripulaciones y navíos que recalaban en ellas. 

La especulación financiera y metalífera fue desde el principio el motor de estos enclaves, fundamentalmente a partir de la rotunda penetración de los productos europeos vía contrabando. Primero de la mano de los comerciantes españoles y portugueses y luego directamente de navíos despachados desde los puertos de Francia, Inglaterra u Holanda. 

Así, el modelo panameño y cartagenero de pequeñas y puntuales «compañías» particulares con conexiones en los puertos andaluces para recepción y envío de mercancías, esclavos y metales, fue consolidándose y extendiéndose como forma principal del intercambio y del juego económico en todo el espacio del Caribe al que se unieron, cada vez con mayor presencia, los grandes hombres de negocios del sur de Europa. 

Las ciudades antillanas que habían sobrevivido a la hecatombe, alcanzaron poco a poco un gran desarrollo con este tipo de actividades, creando un cordón de enclaves costeros íntimamente conectados mediante cientos de pequeñas embarcaciones que cruzaban el Caribe en todos los sentidos y en todas direcciones. 

Surgieron así sólidos mecanismos y tupidas redes mercantiles a partir de las cuales se construyeron las relaciones comerciales. Ello originó en el Caribe, y en muy breve plazo, un proceso de integración regional que no se basó en la producción sino en la circulación. 

La mayor parte de las veces, este intercambio se llevó a cabo en operaciones que los intermediarios comerciales intentaron liberar de tasas y tributos oficiales, mediante mil mecanismos, en la medida en que tanto en las salidas de metal como en las entradas de mercancías la exención de gravámenes repercutía rotundamente sobre los márgenes de beneficios. 

Tratándose de un comercio realizado cada vez a mayor escala, estas exenciones —a lograr legal e ilegalmente, según la permisividad mutante del régimen de monopolio comercial— constituyeron el nervio fundamental de la naturaleza de los intercambios y la base de la ruptura de la competencia. 

De ahí que en el espacio del Caribe, el contrabando o, mejor dicho, el comercio realizado al margen del monopolio mercantil impuesto por la Corona española con sus tributos, constituyera desde el principio una parte fundamental del volumen de los negocios. 

El mundo del Caribe, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, se mostró extraordinariamente dinámico: un Mediterráneo en ebullición.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias




Resumen del despoblamiento de los pueblos originarios por la llegada de los europeos

EL CARIBE: EL MEDITERRÁNEO AMERICANO 

En las primeras décadas, tras la llegada e instalación de los colonos castellanos, fueron surgiendo en las Antillas y en las costas de Centroamérica y Venezuela, localidades aisladas que funcionaron como centros de acopio de productos para ser remitidos a Europa. 

Con el tiempo, estos mismos puntos se transformaron en nódulos de intercambio de productos americanos por mercancías europeas. 

Estos centros, funcionaron estacionalmente como «factorías», donde se concentraban los productos que iban «rescatando» (cambiar o trocar oro u otros objetos preciosos por mercancías ordinarias). 

Era el modelo que, de alguna manera, los hermanos e hijos de Colón y sus asesores, socios en España, quisieron desarrollar desde el principio. 

La Corona de Castilla, celosa de sus derechos y observadora pasiva —inicialmente— decidió pasar a la acción cuando el volumen de lo rescatado comenzó a alcanzar cotas elevadas y, sobre todo, cuando su autoridad quedó en entredicho por la actuación descontrolada de los colonos y de los comerciantes que estaban detrás de todas estas operaciones. 

Las modificaciones en el sistema no se hicieron esperar, debido a los conflictos colombinos con la Corona, al descontento de los colonos y a la actividad de los numerosos aventureros del rescate, quienes comenzaron a incursionar por las islas y costas continentales, todavía y en teoría sujetas al rígido control de la familia Colón. 

Un control que estos rescatistas por cuenta propia no estaban dispuestos a respetar ni a tolerar. Si el envío de fray Nicolás de Ovando al feudo colombino significó la primera presencia de relieve de la Administración Real en las Antillas, muy pronto este delegado se convenció de la imposibilidad de controlar una expansión planificada como deseaba la Corona. 

Como ya hemos indicado, la mayor parte de los primeros colonos llevados por el almirante en sus viajes no entendieron ni aceptaron el modelo agrario de explotación de los recursos insulares. 

Las quejas fueron muy abundantes. No fueron pocos los que regresaron a España, pero los que quedaron adujeron que la única solución era vender los indios como esclavos, o repartírselos, para que les trabajaran la tierra y pudieran emplearlos en la búsqueda del oro de los ríos. 

Los primeros años fueron de feroz captura de esclavos, actividad depredadora a la que se dedicó don Cristóbal, su familia y el resto de los colonos. 

Produciendo una sangría espantosa, había hecho saltar a estos esclavistas de isla en isla devastando todo a su paso. 

Justificando que así se terminaría con el espectáculo de miles de indios esclavizados ilegalmente, pero aduciendo que no podían hacer nada por evitarlo, los reyes autorizaron legalmente los repartimientos de tierras e indios, dándolos a los colonos durante cuatro años con la condición de que pusieran la tierra a producir. 

La tierra no interesaba a los colonos: sólo los indios. En muy poco tiempo, las entregas de tierras fueron abandonadas y sólo quedaron los repartos de indígenas. 

Fueron el origen de la «encomienda», la institución mediante la cual, los naturales eran entregados («encomendados») a los colonos blancos para que les trabajasen, a cambio de «cuidarlos» y evangelizarlos. 

Era el inicio de la larga servidumbre a que fueron sometidos los pueblos nativos americanos. Al principio ciertos colonos, y finalmente todos los vecinos españoles, recibieron indios de reparto. 

Se les entregaban cacicazgos completos, los indios de tal cacique, sin especificaciones o limitaciones territoriales. 

Debían plantar conucos y ofrecerle sus servicios personales para lo que el español dispusiese, que normalmente era enviarlos a las zonas auríferas. 

Para conseguir mayor número de indios a repartir era necesario acabar con el poder de los caciques. Tal fue el motivo del exterminio de autoridades indígenas. 

Miles de indios fueron repartidos como «naborías», es decir, como siervos del señor español, por un número concreto de años que sólo finalizaron cuando los indios definitivamente se extinguieron. 

Normalmente debían quedar en sus poblados, trabajando los conucos, pero también debían marchar a buscar oro donde les indicasen. 

Se autorizó a que los indios pudieran ser desplazados, lo que llevó a que los indígenas permanecieran de seis a ocho meses al año trabajando en los ríos (lo que se llamaba la «demora») y muy poco tiempo en sus conucos. 

Para el año 1500, el número de españoles en las Antillas era muy escaso. Pero luego, cuando comenzaron a repartirse los indios, llegaron más colonos. 

Pero más colonos necesitaban más indios, y éstos estaban siendo aniquilados por el terrible régimen de vida que llevaban (se calcula que a los quince años de la llegada de Colón ya había muerto más de un tercio del total de la población aborigen de La Española). 

Ovando solicitó entonces invadir las islas «inútiles» (llamadas así porque no tenían oro) para rescatar más indios. 

Fernando de Aragón (Isabel ya había muerto) lo autorizó, aunque indicando que debían recibir un salario «al igual que los de La Española» (lo que da una idea del nivel de información que poseía el monarca sobre lo que sucedía en las Antillas). 

Las Lucayas (Bahamas) fueron despobladas en 1515. Los profesionales del rescate devastaron las tierras y los poblados costeros en razias llamadas guasábaras (palabra Caribe). 

Entre 1508 y 1511 se organizaron expediciones de cierta envergadura hacia las islas más grandes, ahora que la zona quedó de nuevo al mando de otro Colón, su hijo Diego. 

Ponce de León fue enviado a Puerto Rico, Esquivel a Jamaica y Diego Velázquez a Cuba. Antes de 1520, en Puerto Rico se habían acabado tanto el oro como los indios, y la isla, antes muy poblada, quedó prácticamente deshabitada. Se transformó en otra isla «inútil». 

En Cuba sucedió algo similar. Cuando los indios se acabaron, tuvieron que ir a por más nativos a las costas cercanas: llegaron a Yucatán y allí conocieron de la existencia de un gran reino en las tierras situadas en el interior de lo que ya suponían era un continente. 

No tardaron mucho en organizar una gran expedición, capitaneada por el yerno de Velázquez, un encomendero llamado Hernán Cortés. La isla de Cuba quedó muy despoblada. 

Jamaica, para 1520 ya estaba despoblada incluso de españoles, que se fueron a Cuba. Los indios cautivados para remediar la despoblación de naturales que el régimen de explotación había provocado en las Antillas Mayores, procedieron en su mayor parte de las Antillas Menores. 

Todo el arco fue arrasado, desde las Islas Vírgenes (llamadas así posteriormente porque no había quedado ni un solo indígena) hasta las de Barlovento a partir de 1512. 

A sus nativos los repartieron como «naborías» (o simplemente como esclavos porque estos indígenas eran caribes). Lo mismo hicieron con la isla grande de Trinidad. 

Quedaron también por este motivo despobladas Aruba, Bonaire y Curaçao. La resistencia que los caribes ofrecieron a estas entradas fue mayor que en otras zonas, pero a pesar de la heroica defensa que hicieron de su tierra, no tardaron en ser exterminados. 

En Cuba, Velázquez repartió en 1522 los últimos 3.000 indios entre 19 encomenderos; procedían de 40 comunidades. En el resto de las islas en esas fechas no había indios que repartir. Todos estaban muertos. 

Cuando fueron conscientes en la corte de que continuar con la sangría demográfica equivalía a perder las islas para cualquier actividad económica rentable, se enviaron visitadores y autoridades a fin de establecer resguardos para los naturales. 

Ahora debían ser respetados y no esclavizados, convirtiéndolos en trabajadores asalariados. Fue el fin del primer gobierno de los Colón, y Diego fue obligado a volverse a España por su pésimo gobierno y desastroso trato a los indígenas. 

La administración de las islas fue entregada en 1518 a los padres Jerónimos. Se suponía que las condiciones de los pocos naturales supervivientes debían mejorar, puesto que se radicarían en pueblos y conucos protegidos por el rey, y a tal fin se crearon 30 asentamientos. 

Pero no sirvió de nada, las protestas de los colonos españoles continuaron porque no se les entregaban los últimos nativos. 

Prueba del desinterés que hacia este tema mostraban en la corte fue que el monarca Carlos, apurado por faltas de dinero para su campaña política en Alemania, no dudó en volver a nombrar a Diego Colón gobernador de La Española a cambio de un préstamo por parte de éste de 10.000 ducados a sabiendas de las consecuencias que tal hecho tendría. 

De todas formas daba lo mismo, las enfermedades dieron cuenta de los pocos indígenas que sobrevivieron al mal trato de los primeros españoles. 

Por tanto, aunque los especialistas difieren mucho en las cifras que aportan, no es exagerado señalar que entre 1492 y 1540, es decir, en menos de cincuenta años, casi dos millones de indígenas, tanto antillanos como del litoral continental, habían sido exterminados directa o indirectamente por el proceso de «colonización». 

¿Y qué obtuvieron a cambio los colonizadores y civilizadores de la destrucción de aquel paraíso? Ciertamente una cantidad nada despreciable de metal, mucho azúcar en los molinos que instalaron, palos de Brasil para teñir los aburridos tejidos europeos, y cantidades muy considerables de cueros, como resultado de la introducción de los vacunos europeos. 

Pero, en cambio, causaron una de las catástrofes demográficas más importantes de la historia (probablemente la más grande en menos tiempo jamás ocurrida), que obligó a repoblar toda la región con esclavos africanos, cambiando por completo su fisonomía étnica y cultural, y dejándola en una situación periférica con respecto a los grandes espacios continentales. 

Por último, desde el punto de vista ecológico, los cuidados campos de cultivo arahuacos quedaron abandonados y las islas se transformaron en inmensos eriales montaraces donde el ganado pastaba libremente. 

En todos los sentidos, a partir de 1550, el Caribe fue una región muy diferente a lo que había sido antes de 1492. Es necesario indicar que este fracaso absoluto de la colonización española durante los primeros años, y la devastación integral de la población indígena que acarreó, fue el resultado de un proceso que no quisieron evitar ni los colonos ni las autoridades. 

Fue la consecuencia de una muerte anunciada que no dejó impávidos a algunos contemporáneos. El más encendido crítico de lo sucedido en las Antillas fue sin duda un dominico sevillano, fray Bartolomé de las Casas. 

Hijo de un encomendero en La Española, recibió de niño como regalo paterno uno de los primeros indios arahuacos esclavizados. 

Luego fue él mismo encomendero en Cuba, y después de haber visto de primera mano el carnaval de horrores en que se transformó la conquista de aquel paraíso, tomó los hábitos y comenzó su campaña de denuncias contra las «carnicerías» ejecutadas con los indios y el execrable régimen de «tiranía» a que estaban sometidos incluso durante los años en que intentó un modelo de colonización de carácter utópico en las costas de Venezuela. 

Denuncias que fueron negadas por buena parte de sus contemporáneos, calificadas como exageraciones, y su persona rechazada, ridiculizada, vilipendiada y maldecida, como si la destrucción de las Indias, como el llamó con toda exactitud al proceso de conquista, fuera producto de su imaginación y no la completa expresión de la realidad. 

Durante años fue responsabilizado por la creación de una «leyenda negra» sobre la actuación de los españoles, parecía que lo acontecido en las Antillas, la desaparición en tan corto tiempo de cientos de miles de antillanos, sólo pudiese pertenecer al territorio de las leyendas. 

En las autoridades coloniales y metropolitanas, en la intelectualidad oficial, la justificación y la negación de los hechos constituyeron una constante desde entonces. 

Más eco tuvieron estas denuncias en Roma, donde el papa Paulo III expidió en los años treinta las bulas Veritas ipsa, condenando la esclavitud de los indios, la Sublimis Deus, declarando como herejía defender la irracionalidad de los naturales, y la Pastorale officium, que además excomulgaba a los que apoyaran tal idea. 

Las Leyes Nuevas, de 1542, fueron otro resultado de esta polémica, y en ellas se fijaban las condiciones del trabajo de los indios, pero motivaron tales alzamientos y sublevaciones de los colonos y encomenderos en toda América que sus artículos más conflictivos fueron anulados tres años después. 

Los encomenderos ofrecieron al emperador Carlos V cientos de miles de pesos de oro y plata si las derogaba. La despoblación de las Antillas no sólo fue producto de la extinción de los indígenas. 

La deserción de colonos europeos fue también muy grande. Bien regresaban a España o se dedicaban a incursionar por el Caribe asentándose en las costas continentales; o incluso se anotaron en nuevas empresas, nuevas «entradas» como las denominaban, las de Hernán Cortés a México, la de Pedro de Heredia a Cartagena de Indias, o las muchas que se realizaron hacia Centroamérica y Panamá. 

Los nuevos imperios indígenas que se iban descubriendo en el continente actuaron como un imán poderoso para los fracasados colonos antillanos. 

Las islas del Caribe fueron así una especie de escuela de los horrores para muchos balboas, ojedas, bastidas, que se desparramaron por las costas del continente practicando lo que allí habían aprendido. 

Por otra parte, resultaba difícil hallar gente en Castilla o Andalucía que pudiera marchar. Unos porque no querían ir a aquel paraíso ahora vuelto infierno. Otros porque, como escribe Bartolomé de las Casas, que estuvo intentando llevar campesinos a las Antillas, la nobleza terrateniente española les impedía marchar para no quedarse sin mano de obra. 

Así, despoblación, falta de incentivos económicos, agotamiento minero y cultivos abandonados, constituyeron el panorama que ofrecieron las Antillas en estos años, una región periférica. 

Los principales accionistas de los que debieron ser emprendimientos agrícolas se transformaron, casi todos, en mercaderes o en mercenarios, actuando en los interiores americanos.

Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias


https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC

https://cafecito.app/sergiomiguel



La sagrada familia

Tenemos que romper ciertos procesos que se repiten en la historia, no solo como sociedad sino como individuos. Uno de ellos es la familia, ...