Para que quede claro desde el comienzo, resumamos en pocas palabras los términos del proceso: para algunos autores (Chance, Taylor y Anderson), hacia finales del siglo XVIII, ya no era la condición racial o étnica la que determinaba la posición de una persona en la sociedad colonial, sino su estatus en términos de clase.
Para los restantes, siguiendo la visión más tradicional, esto era exactamente a la inversa. Era la condición étnica la que establecía la posición de un individuo en la sociedad colonial.
En una situación como la de la América colonial, los límites étnicos y los límites sociales nunca pueden tomarse como categorías contrapuestas, sino como sistemas de representación mutuamente significativos.
Para evitar entonces esa trampa, es indispensable hacer un análisis más detallado de los términos del problema y de las posiciones enfrentadas.
Chance y Taylor hablaron de un hecho que salta a la vista ante cualquier examen de los censos novo-hispanos de 1791 y 1792.
Una parte importante de los llamados «españoles» en el censo, eran personas que tenían ocupaciones de bajo estatus y, por lo tanto, ellos dedujeron que, ya a finales del XVIII, la «raza» había dejado de ser el elemento de clasificación central en la compleja estructura social de la colonia.
La crítica de los tres autores McCaa, Schwartz y Grubessich, apuntó sobre todo a ciertos problemas de tipo metodológico que tenía el estudio de Chance y Taylor, y en especial, a la representatividad real de la muestra utilizada.
Es indispensable aportar nuevos elementos para intentar ver más claro en esta discusión. El hecho de trabajar en dos puntas tan disimiles y diversas del Imperio hispano —como son México Central y el Río de la Plata— nos posibilita ver algunas realidades con ojos diferentes.
Lo que en la meseta poblana parece obvio, no lo es tanto visto desde la región rioplatense, y viceversa. Ante todo, creemos que no hay un concepto de mestizaje, sino varios.
En efecto, en este caso, si tomamos los elementos que Louis Dumont (considera indispensable el sistema de castas de las Indias).
Es fácil comprobar que lo que existió en la América colonial no era, ni por asomo, un verdadero sistema de castas en el sentido que Dumont le da a este concepto.
Nosotros nos referimos en este trabajo a las castas tomando la palabra con la acepción usual hispano-americana de «grupo resultante de una mezcla».
Por lo tanto, comprobamos que el mestizaje generalmente hace referencia a las diversas mezclas raciales entre blancos, negros e indios, con todas sus infinitas variantes resultado de los matrimonios inter-étnicos.
Nosotros, pensamos que, con la especial salvedad del caso de los esclavos, la mayor parte de las uniones sexuales entre individuos de distintos grupos raciales son el resultado del acercamiento entre dos personas, de su proximidad cultural y social, del hecho de compartir situaciones, lugares de encuentro, lenguas, gestos.
Debemos decir de entrada que a nosotros nos preocupa la situación en la que ambos protagonistas de la futura relación no guardan una fuerte distancia social entre sí.
Nuestro análisis, se refieren en particular a ese ámbito privilegiado del mestizaje que fue la vida urbana del último siglo colonial.
Si la lengua —o los gestos (las sonrisas, los guiños)— lo permiten, comienza a haber un intercambio de palabras o de gestos.
Este intercambio puede o no terminar en una unión sexual entre las dos personas, pero lo importante en este contexto es que el mestizaje en realidad es previo a esa unión sexual, el mestizaje es justamente el mecanismo social que posibilita esa relación sexual, fruto de la cual puede ser un hijo «mestizo».
Los nuevos gestos que se aprenden, las nuevas palabras que se usarán para designar emociones y cosas ya conocidas o que se comienza, a conocer, esas mismas palabras, servirán para contar anécdotas familiares o de los vecinos circundantes, historias de anteriores aventuras, etc.
Antes del nacimiento mismo del hijo que la mujer espera con aprensión, el mestizaje se ha ido acentuando y ese fruto no es más que un resultado de todo el proceso, resultado que, por supuesto, lo multiplica y lo acelera a su vez.
Esos hijos que hablarán casi indistintamente las dos lenguas, conocerán historias de un lado y del otro. Bascularán hacia una cultura o hacia la otra, donde luchan las imágenes del padre y de la madre y de sus respectivos mundos.
Para decirlo con las propias palabras del antropologo Fredrik Barth: « los grupos étnicos persisten como unidades significativas sólo si van acompañados de notorias diferencias en la conducta, es decir, de diferencias culturales persistentes. No obstante, cuando interactúan personas pertenecientes a culturas diferentes, es de esperar que sus diferencias se reduzcan, ya que la interacción requiere y genera una congruencia de códigos y valores; en otras palabras, una similitud o comunidad de cultura».
El medio de vida urbano no hace sino acentuar y acelerar este proceso. El primer aspecto es general en toda la América hispana y desmiente una vez más el candor con que habitualmente se trata el tema del prejuicio racial respecto de los africanos en Iberoamérica.
El mote de «mulato» era uno de los insultos más ofensivos desde California hasta la Patagonia.
Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias
https://www.paypal.com/paypalme/sergiolualdi?country.x=AR&locale.x=es_XC
https://cafecito.app/sergiomiguel
No hay comentarios.:
Publicar un comentario