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sábado, 30 de abril de 2022

Resumen de LA CIRCULACIÓN DE BIENES Y DE ENERGÍA HUMANA EN MESOAMÉRICA

Durante el Posclásico, que abarca desde el 1200 hasta la invasión europea, la circulación de bienes y de energía humana fue un elemento central en el funcionamiento de las sociedades mesoamericanas. 

El breve estado de la cuestión que se leerá a continuación se refiere sobre todo a este último período. 

-Formas de circulación en Mesoamérica: Tenemos dos tipos fundamentales de formas de circulación de bienes y de energía humana. 

Por un lado, el sistema tributario y por el otro, el sistema de mercados; y nótese que no decimos «sistema mercantil» sino «sistema de mercados». 

El tributo era la forma básica de apropiación del excedente producido por los campesinos y por los señoríos dominados e incluye a todos los individuos de esos grupos, exceptuando a la nobleza. 

Se divide en dos formas fundamentales: en trabajo y en productos. El tributo en trabajo era prestado de forma rotativa por las distintas comunidades incorporadas a la Triple Alianza y se trataba en general de trabajo no especializado, como el de las obras «públicas» (acueductos, calzadas, canales de irrigación, pirámides y grandes monumentos religiosos). 

También una parte se prestaba en acarreo, es decir, los tlameme que tenían una importancia enorme en una sociedad que no conoció ni la rueda ni los animales de tiro. 

Asimismo, en ocasiones se prestaba un tributo en trabajo agrícola en tierras asignadas a los templos, o al palacio, etc. 

El tributo en productos era entregado directamente —a través de la acción del calpixe que lo administraba en cada lugar— a la autoridad central, las tres capitales de la Triple Alianza que se lo repartían de forma desigual, es decir, dos quintas partes para Tenochtitlan y Tlatelolco respectivamente, la restante para Tlacopan. 

Dos observaciones: en general se solicitaban como tributo productos locales, pero a veces no era así y, en ese caso, los tributarios debían acudir a los mercados para procurárselos. 

Una segunda observación: a los grupos tributarios cercanos a la cuenca del valle de México se les exige productos agrícolas destinados al abastecimiento de las ciudades del valle y, en cambio, a los más alejados, se les pide productos exóticos o no existentes en el área central pero de más fácil transporte. 

Si nos referimos ahora a los sistemas de circulación basados en mercados, comprobamos que hay dos formas bien diferenciadas; en primer lugar, tenemos los mercados «locales» y, en segundo lugar, están los mercados que podemos llamar «de larga distancia». 

Los mercados locales pueden variar desde el muy pequeño tianguis (tianquiztli) de una aldea hasta el enorme mercado de Tlatelolco. 

Las facilidades para el transporte por vía acuática en el área lacustre hicieron que algunos de estos mercados urbanos fueran realmente impresionantes. 

En los mercados locales, la operación fundamental parece ser el trueque de un producto por otro. La presencia de los granos de cacao, agiliza los intercambios en estos grandes mercados. 

Los mercados de larga distancia presentan diferencias que parecen esenciales. Estos mercados constituyen sistemas de circulación que pueden abarcar miles de kilómetros y están basados sobre todo en los «puertos de intercambio». 

Pero veamos bien las diferencias con los otros tipos de mercados, ante todo, parecen ser el resultado de grupos de mercaderes especializados en diferentes tipos de productos. 

Estos mercaderes, pochteca en el caso mexica, además, se hallan enmarcados en un sistema social peculiar de tipo «clánico», mutatis mutandis. 

Por otra parte, los pochteca parecen haber tenido también funciones de espías y de enviados «políticos» de la Triple Alianza. 

Finalmente, parece que, en muchos casos, las tasas y las formas de intercambio fueron «reguladas» por los poderes políticos en estos sistemas de mercados de larga distancia. 

Pero es evidente que la existencia de un intenso sistema de circulación, sea mediante el tributo o gracias a los mercados, no implica necesariamente la existencia de un sistema mercantil. 

Aunque sólo fuera por el hecho, realmente central, de que la tierra y el trabajo están completamente fuera de toda forma de transacción mercantil y se hallan, como diría Karl Polanyi, «institucionalizados»; dado que los sistemas de acceso a la tierra y el trabajo están incorporados a las «instituciones» que rigen estas sociedades, parentesco, sistemas de dependencia personal, etc.

Además, muchos de los bienes que circulan lo hacen a través de mecanismos no mercantiles, como son la reciprocidad y la redistribución. 

Pero hemos visto que existe también un sistema de mercados bastante desarrollado y algunas formas de acumulación mercantil parecen ya estar presentes. 

Sin embargo, es necesario subrayar que una cosa es «almacenar» y otra, muy distinta, es «acumular». 

Porque, en el caso del tributo, ¿qué pasaba, por ejemplo, una vez llegados a Tenochtitlan los bienes que han sido entregados como tributo? 

Una parte sustancial de los bienes entregados como tributo era a su vez redistribuido y volvía nuevamente a circular, pero, obviamente, no lo hacía por medio de mecanismos mercantiles. 

Por supuesto, es casi inútil recordar que estos sistemas re-distributivos se rompen por completo con la llegada de los europeos y que los señores chalca en 1554 perciben claramente que ahora tributan a la Corona a cambio de nada, pero eso no es lo que nos ocupa ahora. 

Esta circularidad (aparente) constituye en realidad el fundamento mismo del sistema social y económico de la época prehispánica en Mesoamérica, un sistema en el que ni la tierra ni el trabajo eran mercancías y en el cual la mayor parte de los bienes circulaban intensamente, pero no lo hacían a través de mecanismos mercantiles. 

La existencia de algunas formas protomercantiles no altera en nada la definición central que atañe a la lógica más profunda de esta sociedad, una sociedad en donde estos esbozos de acumulación mercantil han existido realmente, pero en la cual ocupan un lugar bastante marginal.

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Resumen de los pueblos originarios en la pampa y en el región de cuyo

LAS SOCIEDADES INDÍGENAS DEL ÁREA PAMPA-PATAGONIA 

Las vastas regiones que, en el actual territorio argentino, se extienden al sur de los 34 grados de latitud meridional, inclusive la Isla Grande de Tierra del Fuego, estuvieron en el siglo XVI predominantemente habitadas por cazadores y recolectores. 

Entre los cazadores y recolectores en cuestión, deberíamos comenzar por colocar aparte a los querandíes, consumidores de pescado. 

Algunos indicadores los asocian con el medio fluvial mesopotámico y la ribera austral del Río de la Plata hasta la desembocadura. 

Al sur del actual río Salado de la provincia de Buenos Aires, se ubicaban los cazadores y recolectores, günnüna kenne, el componente septentrional de un gran complejo cultural. 

Cuyos territorios se extendían desde aquel río, por los sistemas de Ventania y de Tandilia, la Pampa interserrana y la meseta patagónica, hasta alcanzar su confín austral a la altura del río Chubut. 

Entre este curso fluvial y el Estrecho de Magallanes, se encontraban dispersos en pequeños grupos parentales al igual que los anteriores, los aonik kenne. 

Por último, ya en ámbito insular, un tercer componente análogo a los descritos, los selk nam —más conocidos por el nombre de ona que les dieron sus vecinos yamana— ocupaban el interior de Tierra del Fuego y sus costas laterales. 

En todos los casos se trataba de cazadores de arco, flecha y boleadoras que itineraban cíclicamente espacios inmensos y se comunicaban en dialectos de una misma lengua originaria (tehuelche).

LOS INDÍGENAS DE CUYO 

En la época prehispánica, la región cuyana (actuales provincias argentinas de San Juan y Mendoza y, en forma parcial, San Luis) estaba ocupada por tres grupos étnicos diversos. 

El área norte y central, hasta aproximadamente, el río Diamante, estaba ocupado por los huarpes. Al sur del río Diamante hallamos a los pwelches y los pewenches, relacionados con las culturas del área cordillerana y patagónica. 

Los huarpes, presentes en el área desde el 500 d.n.e., asentados en aldehuelas de unos 50 a 100 habitantes. 

La presencia inca —que se inició un poco más de medio siglo antes de la invasión europea— parece haber sido bastante importante y se manifiesta no sólo en la difusión del pastoreo de llamas como se ha dicho, sino también en la relativa adopción del quechua por algunos grupos huarpes.


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Resumen de la conformación de los pueblos originarios en el noroeste argentino en el periodo tardío

EL NOROESTE ARGENTINO (NOA) HASTA EL ÁREA DE LAS SIERRAS DE CÓRDOBA:

El panorama étnico del Período Tardío ha sido dividido, según la opinión más corriente de los especialistas, en Valles, Puna, Sierras Sub-andinas, Santiago del Estero y Sierras Centrales de Córdoba. 

El Período Tardío abarca desde el 850 d.n.e. hasta la llegada de los incas en el año 1480 d.n.e., aproximadamente. 

Los valles: En la región de los valles (Diaguitas) se concentraba la mayor parte de la población y se hallaban los centros de cultura más importantes. 

Hallamos en este período cuatro culturas —definidas arqueológicamente— principales: Sanagasta o Angualasto en el sur. 

Belén, en el valle del mismo nombre y en el de Abaucán, Santamaría en los valles Yocavil y Calchaqui y la Quebrada de Humahuaca. 

Sanagasta o Angualasto en el sur (hoy La Rioja y San Juan): Un patrón de poblamiento de comunidades y pequeños grupos tribales dispersos que llegaron a constituir grupos más amplios. 

Belén en el valle del mismo nombre y en el de Abaucán: abarcaba desde donde actualmente se halla la ciudad de La Rioja hasta el valle de Santa María y su núcleo más importante se hallaba en el valle de Hualfin. 

Sus patrones de poblamiento consisten — en la época previa a la irrupción inca— en centros semi-urbanos ubicados en sitios estratégicos. 

Santamaría en los valles Yocavil-Calchaqui y hasta la Quebrada de Humahuaca: constituye el centro de los valles calchaquíes. 

Un patrón de poblamiento de aldeas ubicadas en sitios altos y las laderas de los cerros protegidas con muros de defensa. 

Llegaron a unirse en grupos federados y el vínculo de la lengua y otras tradiciones culturales les dio cierto sentido de unidad e integración socio-política. 

Uno de sus señoríos más relevantes fue el de los Quilmes, cuyo pukará (ciudadela militar) soportó los embates hispanos hasta más allá de mediados del siglo XVII. 

Quebrada de Huamahuaca: la quebrada es un gran valle de más de 170 kilómetros de largo por unos 3 de ancho en cuyo fondo corre el río Grande o Humahuaca. 

Dado que en la quebrada no se hablaba el cacán, se considera a esta región como un área límite respecto del resto del NOA. 

La mayor parte de las aldeas se hallaban fortificadas en las alturas (se perciben influencias culturales del postiahuanaco, llegadas desde el área chilena) y eran pueblos muy aguerridos. 

Las diversas etnias que hallamos en este período son conocidas con el nombre demasiado genérico de «omaguacas». 

La puna comprende lo que actualmente es el oeste de Jujuy y Salta y el occidente de Catamarca hasta el departamento de Belén. 

Es una altiplanicie —3.300-3.400 metros sobre el nivel del mar— con algunas serranías que forman cuencas cerradas donde los ríos terminan en pequeñas lagunas y salares. 

Su vegetación es muy pobre y no llueve más de 100 mm anuales. Se trata de un clima extremo. La gran actividad económica de la Puna es el pastoreo. 

Los grupos humanos que habitaban la Puna son de identidad étnica dudosa y se los engloba dentro de la cultura atacameña. 

Las sierras sub-andinas: Encontramos aquí a una serie de etnias (ocloyas, paypayas, churumatas, osas y chuis) que no siendo, al parecer, originarias de la esta zona funcionaron —en un asentamiento multi-étnico— como grupos intermedios entre los propiamente andinos y los chaqueños (los churumatas formarían parte originalmente de los mataguayos chaqueños). 

Santiago del Estero: En el Período Tardío encontraríamos tres patrones sucesivos de subsistencia: 

Las Lomas (800-1200 d.n.e.), aldeas aledañas a los cursos de agua con actividades de caza, recolección y pesca; Quimili (1200- 1350 d.n.e.), aldeas más densamente pobladas y aparición de la agricultura, al menos en el río Dulce. 

Icaño-Olama (1350-1600 d.n.e.), aldeas poderosas y grandes comunidades, con una agricultura que abandona su papel subsidiario para desplazar a otras actividades productivas. 

Las últimas investigaciones plantearon la hipótesis plausible de que esta región haya tenido un papel importante como área de reclutamiento de mitimaes —es decir, sin ocupación territorial en la zona— en el período incaico. 

Sierras Centrales de Córdoba: Abarca las culturas de los «comechingones» y «sanavirones». Sus poblados constituidos por las típicas casas semi-enterradas que tanta difusión han tenido en otras partes de América— eran dispersos y posiblemente constituían linajes patrilineales exogámicos, situados a mediana distancia unos de otros. 

Tenían un patrón de subsistencia agrícola basado en el maíz. Todo parece indicar que, en el momento de la llegada de los españoles, las sierras estaban densamente pobladas. 

La expansión incaica en el NOA: Al parecer fue durante el reinado de Túpac Inca, décimo inca, hijo de Pachacuti (c. 1480) y padre de Hayna Cápaj, cuando el área del NOA fue anexada parcialmente al espacio imperial en el marco del Collasuyu. 

La influencia incaica es más perceptible en algunos lugares que en otros (por ejemplo, en los valles) y fundamentalmente, en aquellas áreas que constituyen vías de comunicación. 

Pero, el hecho más relevante es la utilización por parte del  imperio inca, de estas áreas «marginales» como fronteras-tapón del espacio imperial frente a los grupos étnicos de gran agresividad de las tierras bajas. 

De todos modos, al igual que les ocurrirá más tarde a los invasores europeos, no se aventuraron fácilmente en los valles calchaquíes y, si bien instalaron en algunos sitios estratégicos construcciones defensivas y mitimaes, las relaciones fueron siempre tirantes, conformando una típica zona de frontera para el Tawantinsuyu.


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Resumen de los cambios en el medio ambiente tras la llegada de los españoles a América

LA CONQUISTA Y EL MEDIO AMBIENTE 

El problema del medio ambiente también debería ser considerado entre las consecuencias del choque de la conquista. Sólo ofreceremos algunos ejemplos de las diversas situaciones. 

Un primer caso es el del valle del Mezquital en México. La irrupción de los ganados ovinos introducidos por los españoles y la transformación negativa del medio ambiente en el valle de Mezquital. 

Antes de la llegada de los europeos: densamente poblado, con un complejo mosaico agrícola de irrigación y con una explotación tal que sus bosques y pasturas naturales resultaban integradas en un paisaje peculiar, en el sentido de mosaico humanizado de ecosistemas. 

A finales del siglo XVI, la dominación europea había cumplido medio siglo de su llegada, la situación y el paisaje habían cambiado radicalmente. 

El valle se había convertido en un semi-desierto de mezquite, con abundantes rebaños de ovejas y con sus bosques deforestados, en donde se congregaban los pueblos de los pocos indígenas que habían sobrevivido a la experiencia. 

Tres eran las razones de este radical cambio: 

-La conversión casi exclusiva del complejo sistema de uso de la tierra anterior en pasturas para las ovejas. 

-El colapso de la población indígena. 

-Las alteraciones ecológicas resultantes de la expansión de los lanares. 

Es obvio que antes de la llegada de los españoles, el valle del Mezquital, constituía un mosaico de ecosistemas que mantenía un equilibrio muy frágil. La invasión europea introdujo modificaciones que llevaron a una ruptura rápida de ese inestable equilibrio.

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Resumen de los pueblos originarios en la región del Chaco

LOS INDÍGENAS DEL CHACO 

En esta gran región hay muchos grupos indígenas y las principales familias lingüísticas eran cuatro: 

1) guaycurú (diversos grupos étnicos: tobas, mocovís, abipones, pilagás, mbayás, caduveos y payaguás) 

2) mataco (con varios grupos: mataco, mataguayo, matará, chulupí, tonocoté y otros) 

3) vilela (con los vilela, lule y chunupí) 

4) nos encontramos también en la región chaqueña con indígenas pertenecientes a la gran familia guaraní, como los chiriguanos. 

La mayor parte de estos grupos indígenas oscilaba entre el nomadismo y el seminomadismo, en aquellos grupos que más dependían de la producción agrícola. 

De todos modos, la caza, la pesca y, sobre todo, la recolección, formaban parte de un porcentaje muy alto de la dieta cotidiana. 

La guerra formaba parte muy intensamente de su universo cultural. El chamanismo fue también de importancia capital en todas las culturas chaqueñas.


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viernes, 29 de abril de 2022

Resumen de la organización social guarani

LOS GUARANÍES PREHISPÁNICOS 

Los guaraníes formaban parte de la gran familia lingüística tupí-guaraní que se extendía, en la época anterior a la invasión europea, desde el Amazonas hasta el delta del Río de la Plata. 

Vivían en casas multi-familiares típicamente amazónicas, malocas. Varias de estas malocas constituían a su vez una «aldea» (taba) conducida por un jefe de mayor jerarquía. 

Los diversos grupos así establecidos, solían anudar sus alianzas a través de los casamientos de sus líderes étnicos (mburuvichá), tejiendo de esta forma una red de alianzas políticas que podía llegar a ser muy extendida. 

El líder, como en otras culturas similares, era normalmente polígamo —esto refuerza su capacidad de establecer alianzas políticas y de acceso a la fuerza de trabajo de sus tovajá (cuñados)— y poseía un débil papel en los períodos de paz fundamentalmente un árbitro en el seno de su comunidad. 

Su poder se agigantaba, en cambio, durante las guerras y solía tener además un marcado carácter religioso-profético. 

Con frecuencia, nos encontramos también con los chamanes (pajé): hombres conocedores de las enfermedades, las medicinas y previsores del tiempo, llegaban a poseer a veces tanto prestigio que podían poner en peligro el control político de los líderes étnicos sobre la aldea. 

La antropofagia ritual era una práctica bastante habitual.


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jueves, 28 de abril de 2022

Resumen de la configuración social del imperio Inca

LA EXPANSIÓN INCAICA: EL TAWANTINSUYU 

Los incas configuraron su imperio a partir de una particular visión del mundo, de su propio universo. Habría que comenzar advirtiendo que la concepción del espacio para los incas fue anterior a la constitución del imperio. 

En todo caso. éste se superpuso sobre aquél. Porque su mundo y su universo no fueron solamente geográficos sino fundamentalmente conceptuales y simbólicos. 

Este Imperio fue el Tawantinsuyu: las cuatro partes del mundo (tawa, «cuatro»; suyu, «regiones»). Y no se trataba exclusivamente de una división geográfica; obviamente era algo más. 

En el conocimiento geográfico y cosmogónico que poseían el norte y el sur no son relevantes. En cambio, el este y el oeste, en cuanto a salida y puesta del sol, sí, pero no sólo como orientación, sino fundamentalmente como referencia calendárica, simbólica y cronológica. 

Es mucho más importante en el espacio andino el uso y el manejo de la verticalidad. En esta cosmovisión, lo simbiótico y al mismo tiempo lo antitético de los conceptos arriba/abajo, conforman dos referencias fundamentales. 

El mundo es vertical, por tanto, existen dos localizaciones básicas: lo que está arriba, Hanan; y lo que está abajo, Urin. Se trata de dos mundos contrapuestos pero coordinados. 

El mundo de arriba, el Hanansaya (saya, estatura, lugar que se ocupa en la verticalidad); y el de abajo, Urinsaya. Pero, a su vez, existe el concepto «suyo»: lugar, región, espacio en el territorio, que sirve tanto para lo de arriba como para lo de abajo. 

Por tanto, cada uno de estos mundos de arriba y de abajo se dividía a su vez en dos partes, dos territorios: el Chinchaysuyo y el Andesuyo, ambos de arriba, de Hanansaya; y el Collasuyo y el Condesuyo, de abajo, son de Urinsaya. 

El conjunto de las partes forman el Tawantinsuyo: el mundo

Cuzco, la ciudad sagrada, es el centro, el corazón del mismo. En ella se halla el eje desde el que parten los «ceques» (líneas imaginarias) que dividen al mundo en estos cuatro suyos, desde ese punto central hasta el confín de la Tierra. 

Como Cuzco se dividía en dos sayas, Cuzco de arriba y de abajo, Hanancusco y Urincusco, las regiones que partieran de ellos quedaban determinadas por esta circunstancia. 

Cuzco era el ombligo del mundo, que es exactamente lo que cuzco, cusco o kosko, significa en quechua: ombligo, centro. 

El mundo inca es un mundo mítico. Sobre sus orígenes ellos mismos se encargaron de tejer una leyenda que les proporcionó buena parte de sus señas de identidad. 

Decían proceder del gran lago, el Titicaca, desde donde una pareja original inició un largo periplo hasta encontrar un lugar donde sus cuatro hijos, cuatro hermanos (dos hijos y dos hijas), se asentaron: ese lugar fue una cueva cerca de Cuzco. 

Dos de ellos fueron los iniciadores del linaje: sus descendientes eran y serían en adelante incas; pero todos formaban parte, en mayor o menor grado, de las panacas (familias) imperiales. 

Desde esta pareja mitica hasta el inca mandado matar por Francisco Pizarro en Cajamarca, la tradición señaló doce generaciones, doce incas, una saga. 

Cada uno poseyó su propia panaca. El primero de estos grandes señores, Manco Cápac, inició la conquista del valle de Cuzco, expulsando y sometiendo a los otros pueblos que allí vivían. A veces derrotando a sus ocupantes y otras estableciendo alianzas a través de matrimonios de las princesas incas (ñustas) con los señores étnicos locales que sometían. 

Los chancas, una confederación de pueblos conocidos en la región por su belicosidad, entraron en conflicto con los incas y atacaron Cuzco. 

Fueron finalmente derrotados por el Inca Pachacuti, aunque a costa de la destrucción de la ciudad. Pachacuti, el reorganizador, inició entonces la reconstrucción de Cuzco, a manera de re-fundación, lo re-ordenó y estableció como cabecera de un Imperio (el Tawantinsuyu), dando inicio en la cronología incaica a un nuevo tiempo (correspondiéndose con la cronología occidental con el año 1430 d.n.e). 

Cuzco cobró entonces naturaleza propia: era más que una ciudad, su simbología quedó asociada a la del inca, y con él a la del supremo dios Inti, el Sol, quién, según la leyenda, se había aparecido a Pachacuti para comunicarle que los incas eran sus hijos y sólo a él debían consagrarle la ciudad. 

Con Pachacuti y su nueva ciudad comienza la constitución política, económica y religiosa del Imperio incaico. 

A partir de entonces, los incas no solo eran reyes poderosos, sino seres sobrenaturales y semidioses que descendían directamente del propio Sol. 

La expansión incaica fue militar, pero también política. En muchos casos, los pueblos sometidos lo fueron simplemente tras recibir amenazas de la invasión: el sometimiento implicaba una tributación y seguramente un cambio en las autoridades, aunque también era posible establecer alianzas. En general siguieron usándose las tradiciones pre-incaicas. 

En otros casos, la ocupación se producía tras una batalla en la que los señores étnicos locales eran derrotados, sus tropas incorporadas al ejército imperial, sus tributos dirigidos a Cuzco, las tierras repartidas, la población —en todo o en parte— removida a otras zonas, y nuevas autoridades impuestas por los vencedores, normalmente un miembro de las panacas cusqueñas. 

En cuanto a los dioses regionales o locales vencidos, podían ser incorporados al panteón cusqueño como dioses menores seguramente, y el culto imperial, tanto al inca como a los dioses de Cuzco (Inti fundamentalmente), impuesto o sobrepuesto sobre los anteriores. 

Pachacuti venció a los Soras y a los Collas, anexionándose el entorno del Titicaca. Hacia el noroeste entró de nuevo en conflicto con los chancas, a los que acabó derrotando definitivamente en una cruel guerra, continuando hacia el norte y conquistando los reinos situados en el actual Ecuador. 

Mandaba entonces las tropas imperiales un hijo de Pachacuti, Túpac Inca. Sus sucesores continuaron la expansión, hacia Chile, la selva (Andesuyo), el reino de los Quito, la zona de Atacama, la costa de Lima y sus valles, el norte chimú, la frontera con los chiriguanos. 

No solamente ocupando y sometiendo nuevos señoríos, nuevas poblaciones y nuevas tierras, sino también, y esto es importante, desarmando y ahogando a sangre y fuego los alzamientos locales que se producían casi continuamente. 

En muchos territorios andinos existió sometimiento pero no claudicación. Las leyendas incaicas, por tanto, cuentan cómo esta saga de incas vencedores fue sometiendo todo el espacio andino. 

Una lectura más acorde con lo que estamos comentando nos muestra a los incas como un señorío étnico en un proceso de expansión similar al de Wari, con más éxito organizativo, militar, político, económico y religioso, controlando por la fuerza o mediante pactos y alianzas a otros señores y pueblos. 

La ocupación inicial de Cuzco fue seguramente la primera fase del proceso, en el cual este grupo inca originario sometió o expulsó de una de las zonas agrícolas más ricas, y con una ancestral tradición religiosa de lugar sagrado, a otros colectivos allí asentados. 

El acatamiento de la nueva autoridad por parte de estos ayllus o familias étnicas anteriormente instaladas en lo que luego sería el Cuzco incaico, les permitió hacerse con hombres y recursos con los que ocupar el Valle Sagrado, los reservorios de maíz del Urubamba, el señorío de Pisac y sus andenes cultivados, y lanzarse a la guerra todavía más allá. 

Así, buscando las mejores y más pobladas áreas productivas, llegaron hasta el lago Titicaca por una parte, y a la sierra central por otra, aunque ésta estaba controlada por los chancas. 

A estos últimos tuvieron que vencerles por las armas, ya que constituían otro señorío en expansión similar al de los propios incas, pero con un nivel de organización política y militar menor. 

De ahí el carácter mítico de la guerra Chanca, sus peores enemigos, la destrucción de la ciudad de Cuzco, su refundación y el establecimiento del Tawantinsuyu. La plasmación física y política del nuevo Estado. 

El inca Huayna Cápac, siempre combatiendo, murió en Quito víctima de una epidemia de viruela que había llegado a la región desde el Caribe antes que los españoles. 

Sus dos hijos, uno en Cuzco, Huascar, y otro en Quito, Atahualpa, entraron en guerra por la mascaypacha, la «corona imperial».  

En mitad de la guerra entre los dos herederos, otros hermanos, de apellido Pizarro, comenzaban a escalar los contrafuertes andinos. 

Era el año 1532 y el Tawantinsuyu pareció estremecerse por entero. La organización de todo este inmenso territorio es lo más importante y relevante del período incaico. 

Una organización que comienza en su centro: Cuzco. El templo más importante, el coricancha, («cancha», «recinto») era el templo o casa del Sol, centro desde el cual se trazaban los ceques o líneas invisibles que dividían el mundo en los cuatro Suyos y que comunicaban este templo central con los adoratorios o huacas diseminados por la geografía cusqueña y sus alrededores . 

Los ceques conformaron un complejo sistema de comunicación entre los hombres, la Tierra (la Pachamama), el Sol, los astros, los cultivos y los dioses. 

Tierras, hombres y dioses fueron los tres elementos que, en una interacción continua, constituyeron el alma del incario y de su capital. 

La expansión incaica sobre tantas y tan lejanas regiones,  el sometimiento de pueblos y señoríos tan diversos, obligó al establecimiento de un complicado sistema de gobierno territorial. 

La geografía andina quedó, aunque centralizada en Cuzco, dividida política y administrativamente en un mosaico discontinuo de «provincias» con muy distintos tipos de gobierno, autoridades y especializaciones productivas. 

Estas provincias fueron pobladas con mitmaqunas o mitimaes, es decir, familias o grupos de colonos que eran llevados hasta allí procedentes de otra región. 

En los primeros tiempos, estos colonos procedían de la región de Cuzco, y los trasladaban a otras regiones para asegurar su dominio o, si se trataba de buenas zonas agrícolas, para implementar cultivos, aumentar la producción y remitirla a la capital o a otras regiones donde fuera necesaria. 

Más tarde, conforme la expansión alcanzó a territorios más alejados, se trasladaron pueblos completos de cualquier región y a muy largas distancias. 

Bien para evitar alzamientos o insumisiones de los mismos llevándolos a otras zonas, o bien mezclando grupos de mayor tecnología agrícola con otros más atrasados. 

Ello originó grandes movimientos de población en toda la región andina, pero tuvo el efecto de extender y homogeneizar el modo de producción, agrícola, y de especialización manufacturera, más exitoso. 

Fue sin duda el mayor impacto que el imperio tuvo sobre la región, más allá del dominio político, evidentemente, lo que más perduró. 

Este complicado sistema de «provincias» dispersas, exigía una poderosa, numerosa y eficiente organización estatal, Un número importante de funcionarios regularon producciones, recolecciones, almacenamientos, envíos y tributaciones no sólo hacia Cuzco, el inca o los santuarios, sino entre las diversas regiones. 

El sistema funcionó como los archipiélagos verticales que ya hemos explicado, pero ahora comprendiendo a toda la región andina. Estos servidores o funcionarios utilizaron un sistema de contabilidad bastante complejo de base decimal. 

Los encargados de manejar este complicado sistema eran, por tanto, fundamentales en el control del sistema productivo, redistributivo y fiscal. 

Además se necesitaba una red de comunicaciones que enlazara todo el Tawantinsuyu. La trama de caminos incaicos (y en especial el «cápac ñan» o gran camino) constituyó otra de sus más importantes aportaciones a la integración andina. 

Los servicios y prestaciones que necesitara el inca de sus súbditos debían ser aportados por éstos mediante la mita (turno): una especie de obligación de servicio temporal para realizar una actividad concreta. 

La comunidad o el grupo sujeto a esta tributación debía ofrecer un número determinado de «mitayos» por un tiempo y para una tarea específica. 

De la mita se obtenían también los contingentes necesarios para conformar el ejército imperial, marchando al combate los mitayos aportados por los diferentes ayllus con sus señores al frente. 

Los yanaconas (yana, criado) eran los sirvientes o siervos exclusivos del inca, y no se debían a ningún otro señor ni servicio. 

Constituían un grupo especial entre los trabajadores, en el sentido que era un privilegio servir al soberano. 

Estos yanaconas contaban con especiales exenciones, y estaban distribuidos por todas las provincias. 

En resumen, lo más interesante del período incaico fue que lograron en muy breve plazo la articulación de un enorme espacio en torno a una hegemonía política y religiosa concreta. 

Aún más importante, la homogeneización de un modo de producción y de relaciones. Este modelo, desarrollado en todo o en parte a lo largo de este vasto espacio, tenía como raíz o nudo articulador básico al ayllu. 

Su existencia era, desde luego, muy anterior a los incas. Básicamente el ayllu estaba constituido por un conjunto de productores más o menos dispersos, unidos por lazos cooperativos, a través de los cuales el grupo conseguía la pretendida autonomía económica. 

Además, estos lazos se reforzaban con la aceptación por parte de todos de que pertenecían a una misma familia étnica, y poseían un linaje común, en la medida que se identificaban entre ellos y ante otros como descendientes de un mismo antepasado (real o mítico), sintiéndose parientes entre sí. 

También por estar ligados a una tierra concreta, a un medio físico específico, que en sus elementos naturales (un cerro, un río, una pampa, una quebrada), les aportaba las señas de identidad colectiva que los consolidaba como miembros de una misma «familia». 

Estamos, pues, ante un sentido colectivo, no individual, de la movilidad social y del progreso económico en función del éxito obtenido en el manejo de los recursos disponibles. 

Con los dioses y las huacas locales sucedía lo mismo. Eran parte de la colectividad y nadie podía usufructuarlos por sí solo. 

Lo religioso era una parte fundamental de lo colectivo. El esfuerzo colectivo, aportando trabajo, es lo que se llamaron las «mingas»: a ellas acudían todos para realizar tareas comunitarias en momentos señalados. 

Estos intercambios de bienes o servicios debían ser equitativos en función del principio regulador de la reciprocidad: el concepto ayni. 

Evidentemente, las asimetrías en estas relaciones fueron marcadas, y generaron las estratificaciones que aparecen en el interior de ayllus y comunidades. 

No todos los hogares eran iguales en tamaño y, por tanto, en capacidad productiva, por lo que el aporte al ayllu se realizaba desde una posición de desequilibrio en cuanto a la carga laboral que a cada uno correspondía aportar. 

Así pues, unos debían trabajar más que otros. El sentido de lo comunitario, no conllevaba necesariamente un régimen igualitario de deberes, obligaciones y derechos. 

El regulador de todas estas complejas relaciones era el «curaca», jefe de la comunidad o del pueblo, o incluso del ayllu si éste era muy grande. 

El curaca representaba la identidad colectiva, organizaba el trabajo y repartía las tierras, se encargaba de enviar trabajadores a los distintos nichos productivos, velaba por el almacenamiento y consumo de los bienes comunales, defendía los intereses colectivos en sus relaciones con otros grupos y dirigía los rituales religiosos. 

Las contrapartidas que recibía eran laborales y productivas. Pero su mecanismo fundamental de poder lo constituía el otro gran principio articulador del mundo andino junto con la reciprocidad: la redistribución

El curaca era el que redistribuía los bienes obtenidos colectivamente, aunque, obviamente, no se aplicasen con un sentido completamente igualitario para todos los miembros de la comunidad. 

La redistribución tenía que ver con principios de jerarquía. El curaca normalmente tenía muchas posibilidades de ir manejando la redistribución a favor de unos u otros, de manera que generaba una red de lealtades a su persona y a su grupo cuando no a todo un ámbito clientelar. 

Con este sistema, el curaca se aseguraba en el futuro mayores aportaciones de productos que aumentaban su poder porque los volvía a situar en el circuito de la redistribución. 

Obviamente, este juego de lealtades generaba también conflictos de autoridad en el seno de las comunidades. 

De manera que las relaciones de poder se mantuvieron siempre en un equilibrio que si en algunos momentos fue precario (especialmente cuando se produjeron interferencias externas, como en el caso de las invasiones wari o inca). 

En otros no hicieron más que consolidar el papel protagónico de los curacas en el manejo político y social de las comunidades. 

Si ponemos esto en relación con lo anteriormente explicado sobre la superposición de la hegemonía incaica en el espacio andino, entenderemos mucho mejor el juego de alianzas, pactos y acuerdos que conformaron la base de su poder y de su imperio. 

Un juego de alianzas construido y mantenido durante un relativamente corto espacio de tiempo (comparado con la larga duración de la formación de las culturas andinas) que vino a descomponerse con la invasión y conquista europea.

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Resumen de la sociedad wari en la región andina

LA FASE DE LOS ESTADOS: WARI Y LOS SEÑORÍOS ÉTNICOS REGIONALES 

En torno al siglo VI d.n.e., a grandes rasgos, podría afirmarse que los desarrollos regionales evolucionaron hacia formas cada vez más belicistas: poco a poco, los señoríos teocráticos se transformaron en señoríos militares que, en su afán por acumular mayores recursos, más tierras y más servidores, expandieron su poder sobre sus vecinos por la fuerza de las armas. 

La multiplicación de los centros urbanos a partir de los centros ceremoniales ofrecía grandes beneficios a quienes emprendieran su conquista: mucha población concentrada, almacenes copiosos, riquezas acumuladas. 

Las ciudades y santuarios fueron así objetivos prioritarios de estos pueblos en expansión. La intensificación agrícola y ganadera. La creciente actividad de los circuitos de intercambio requirieron cada vez una mayor cantidad de mano de obra que sólo podía obtenerse rápidamente mediante guerras de conquista, sometiendo a las poblaciones, trasladándolas hacia donde eran necesarias o simplemente esclavizándolas. 

Así pues, el modelo que hemos mencionado no se quebró en lo sustancial, pero ahora el éxito en lo económico se obtenía por la aplicación de rotundas medidas de fuerza. 

La teocracia dejó su lugar a la política de los hechos consumados mediante la violencia y la guerra. Los sacerdotes fueron desplazados o sustituidos por una casta militar, o se convirtieron ellos mismos en una aristocracia guerrera. 

Uno de estos grupos étnicos, un señorío transformado ahora en una casta militar, originarios de una ciudad conocida como Wari, inició una veloz expansión en varias direcciones a la vez. 

Una expansión dirigida fundamentalmente hacia las zonas de mayor actividad agrícola. Aunque no conocemos con exactitud las razones de su expansión, tan rápida como extensa, ocurrida en torno al 600 d.n.e. 

Parece que la fomentó un desarrollo urbano desmedido para sus posibilidades de abastecimiento. 

En sus campañas de invasión, los grupos Wari removieron pueblos completos, trasladándolos hacia otras zonas donde les fueran de mayor utilidad, usándolos como mano de obra más o menos forzada (mitmaqunas o mitimaes, en quechua colonos, un sistema que luego los incas utilizarían profusamente). 

Trazaron una importante red vial que comunicaba a las ciudades entre sí, con los centros productivos, y manejaron la tributación como un instrumento fundamental en la construcción de un Estado. 

Que, aunque supo utilizar la redistribución y la reciprocidad, utilizó estos mecanismos de relación y producción en beneficio de una poderosa estructura de dominación militar, religiosa y política. 

Wari provocó un notable crecimiento demográfico en las zonas donde se desarrolló. La organización —seguramente coactiva en muy alto grado— de las fuerzas productivas en un espacio tan grande contribuyó muy exitosamente a lograr excelentes resultados económicos. 

Wari no sólo incorporó recursos materiales o humanos procedentes de las culturas sometidas, sino también incorporó sus dioses, sus conocimientos y sus técnicas. 

De todas formas, parece que extensión e intensidad en la fuerza expansiva de Wari no fueron de la mano. 

La mayor parte de las sociedades andinas ocupadas acataron la sumisión, pero no la aceptaron. La integración de diversas y lejanas regiones entre sí estaba apuntada pero no llegó a consolidarse. 

Así, en el norte, Moche y Lambayeque consiguieron zafarse de la presión Wari, y se constituyeron de nuevo en señoríos étnicos de alcance regional. 

En el sur se produjo también, aunque más lentamente, la disgregación de los elementos regionales que Wari había unido a la fuerza. 

Es decir, el eclipse de Wari acarreó, en torno al siglo X de esta era, el rebrote de los desarrollos regionales, caracterizados ahora por la generalización de los señoríos étnicos locales. 

Algunos con bases similares a las del ciclo anterior; otros, muy marcados por la influencia Wari. 

Por tanto, el período comprendido entre el declive de Wari y la aparición de los incas como nuevo poder centralizador e integrador de todas estas realidades regionales en el Tawantinsuyu (el Imperio incaico) se caracterizó por el desarrollo paralelo pero irregular de diversos pueblos y culturas diseminados por el espacio: es el que algunos arqueólogos han llamado el período Posclásico, Clásico tardío o de Estados Regionales. 

Todo este conjunto de grupos, sociedades y culturas, desde los pastos a los araucanos, a lo largo de miles de kilómetros de cordillera, entró en colapso gradual pero efectivo cuando desde Cuzco, como un gran turbión, un gran huayco, los incas comenzaron su expansión. 

El Tawantinsuyu, el Imperio incaico, unificó finalmente lo que en estos tres siglos, del X al XIII, parecía tan diverso como fraccionado. Comenzaba otra historia en los Andes.

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miércoles, 27 de abril de 2022

Resumen del proceso de sedentarización en el mundo andino

LOS DESARROLLOS REGIONALES 

En la medida en que ciertas sociedades de cazadores-recolectores iniciales pudieron ubicarse sobre áreas que ofrecían mayores recursos potenciales, su sedentarización se fue produciendo paulatinamente. 

La agricultura pudo iniciarse con la domesticación de las primeras plantas, cobrando cada vez mayor peso sobre la recolección. 

Ello permitió y obligó a estos pueblos a desarrollar sistemas más complejos de organización, operándose importantes transformaciones por las que transitaron del estadio de banda a formas tribales caracterizadas, entre otras cosas, por el cacicazgo, es decir, una jefatura basada en el linaje. 

Es lo que algunos arqueólogos denominan la «fase de poblados-aldeas». Surgieron asentamientos permanentes, el crecimiento demográfico fue notable con las mejoras en la alimentación, y la apropiación de los terrenos más fértiles para el cultivo, bien por la fuerza o por pactos de intercambio, constituyó para ellos una obligación. 

Aparecieron también las manufacturas, motivadas por sus nuevas necesidades, comenzó el almacenamiento de excedentes y los intercambios de productos, en la medida que no era necesario su consumo urgente y sí el de otro tipo de bienes complementarios. 

Por último, se inició la circulación de bienes de prestigio o suntuarios, que entraron también en los circuitos de intercambio y cobraron una gran fuerza simbólica. 

En algunos de estos poblados, los rituales se hicieron más complejos (no sólo funerarios) y se relacionaron fundamentalmente con los ciclos agrícolas. 

A través del conocimiento de los astros aprendieron a manejar el calendario, que resultó fundamental para garantizar el éxito agrícola. 

Así fue como se consolidaron ciertos poblados, transformados ahora en centros ceremoniales o santuarios: una especie de oráculo para las actividades agrícolas, que se unía a la transmisión de determinadas técnicas de cultivo, en especial las que tenían que ver con el uso del agua. 

En estos centros se aseguraban mayores rendimientos a los fieles que siguiesen sus indicaciones, y su influencia creció por la región. 

Con todo ello, la estructura tribal del cacicazgo fue dando paso a la existencia de una casta sacerdotal, basada en el conocimiento de las técnicas y ciclos agrícolas, junto a un sector militar o guerrero que concedía seguridad a los adeptos frente a sus enemigos a la par que expandía el prestigio del grupo dominando y esclavizando a los vecinos. 

Era el paso previo a la constitución de los primeros señoríos étnicos, donde el poder teocrático y el militar se daban la mano. 

Si es que puede hablarse en éstos términos, el régimen de propiedad de la tierra se fue afianzando como un elemento importante del modelo andino. 

Asumían como propia el área cultivada (la marka) gracias al trabajo de la comunidad: la llacta (pueblo, tierra) donde, además, moraban sus dioses, sus huacas (lugares sagrados de enterramiento). 

Un área concreta, unos dioses locales. Ambos elementos dotaban al grupo de especiales señas de identidad, en la medida que tierras y dioses poseían características propias que les diferenciaban del resto. 

Una tierra que debía ser, además, defendida de posibles depredadores. Fue surgiendo una especie de concentración de asentamientos, fundamentalmente en aquellas zonas susceptibles de un mayor uso agrícola. 

La temprana arquitectura monumental demuestra el nivel de organización alcanzado por algunas de estas sociedades, donde era posible dedicar a la construcción parte del excedente acumulado, o hacer acopio, mediante las ofrendas rituales o el pago de un tributo en especie, productos aportados por otros grupos dominados militar o religiosamente. 

Esta arquitectura monumental que comienza en el 1000 al 300 a.n.e.(antes de nuestra era) en sus muros, los relieves muestran la ferocidad de los dioses. Reflejan la fuerza de sus divinidades. 

Entonces se forjó una relación asimétrica entre los hombres, campesinos o artesanos, con la casta sacerdotal, que es la que interpretaba, hablaba y se comunicaba con tan terribles deidades. 

El runa debía tributar (en especies o en trabajo) si deseaba la aquiescencia divina en su vida o el éxito en sus cosechas, porque la fuerza de la naturaleza hostil, manejada cuando no conformada por los dioses, podía castigarle en cualquier momento. 

Los dioses, como la naturaleza, reunían los poderes del bien y el mal simultáneamente. Los sacerdotes entendían el lenguaje de la naturaleza, eran los intérpretes de los dioses y a la vez los valedores del hombre ante ellos. 

El templo y su casta sacerdotal se situaban en el corazón de la vida económica, social y espiritual de las comunidades. Los centros ceremoniales se expandieron a muchas zonas y con ellos su influencia cultural y modo de vida social. 

El resultado fue un mayor desarrollo de la agricultura, la ganadería y sus técnicas en toda la región, un aumento de la población, el prestigio político y económico de las castas sacerdotales. 

Así pues, estamos ante un conjunto de sociedades diferentes pero que van adquiriendo similares tecnologías básicas, aunque definiéndose o distinguiéndose entre sí hasta conformar diversos desarrollos regionales, siempre caracterizados por sus centros ceremoniales. 

Éste fue también un tiempo de guerras, de grandes conflictos inter-étnicos. Guerras que tenían como objetivo apoderarse, ocupar o situarse en las mejores zonas agrícolas. 

Acrecentar el prestigio y la influencia de los diferentes centros ceremoniales, de las castas sacerdotales y de los señoríos militares, dominando a sus vecinos. Acumular mayores cantidades de bienes en los almacenes. 

Controlar abundante mano de obra para las construcciones y el trabajo en los campos, fundamentalmente, esclavizando a los enemigos. 

Todo ello, además, procurando mostrar una mayor aparatosidad y refinamiento en los cultos religiosos, a la vez que aumentar el prestigio y los bienes suntuarios adquiridos por sus dirigentes. 

Guerras y conflictos en los que los hombres hicieron intervenir a sus dioses, que justificaban y conducían sus acciones. 

Un tiempo de dioses poderosos, sacerdotes influyentes y guerreros sanguinarios. 

Además de Chavín (que es el primer centro religioso conocido), o como consecuencia de esta cultura, dos grandes focos regionales cobraron una fuerza especial y tuvieron una gran influencia en el futuro: una en la zona costera del norte peruano, Moche; y otra en las alturas del lago Titicaca: Tiwanaco. 

Cultura Moche: El desarrollo agrícola de esta región llevó a los señores de moche a convertirse en los más importantes y poderosos de toda la zona. 

Pusieron en práctica una política militar muy agresiva que les permitió capturar a miles de esclavos entre los grupos vecinos. El desierto costero podía dominarse. 

Las castas sacerdotales y militares acabaron fundiéndose en un señorío teocrático que les proporcionó un prestigio y una fuerza formidables. 

Estos señores que gozaron de los excedentes productivos y que aparecen con todo tipo de lujos y fastuosos atavíos en sus sepulcros (Sipán), señalando las diferencias abismales que existían entre éstos y los artesanos o campesinos (ni hablar de los esclavos), apenas sin recursos y sometidos a un rudo trabajo y a una fuerte presión. 

No existieron grandes ciudades. La guerra y el continuo trajín de hombres, tributos y mercancías caracterizaron la vida en esta región. 

Cultura Tiwanaco: Al otro extremo, en Tiwanaco, en los alrededores del Titicaca, se ubicó otra gran cultura regional de extraordinaria influencia en todo el sur andino. 

El desarrollo agrícola de la zona, a una elevada altitud (por encima de los 4.000 m), una gran aridez y pluviometría estacional (escasa y sólo durante dos o tres meses al año), necesitó la complementariedad de productos procedentes de los valles y las punas (ganadería de altura). 

Tuvieron que combinar diversas estrategias de cultivo y manejar un complicado sistema calendárico para predecir las épocas de sequía y aprovechar las inundaciones provocadas por la subida del nivel de las aguas del lago. A la par que necesitaron establecer sistemas de almacenamiento y racionamiento de los bienes para hacer frente a las temporadas de escasez. 

Ante un medio aún más hostil necesitaron formas de organización todavía más complejas. De ahí que la experiencia Tiwanaco se expandiera por todas las zonas altas del sur andino como la única capaz de asegurar la subsistencia y la autonomía económica. 

Hay que señalar que el núcleo principal de esta cultura residió en el conocimiento y en el manejo de los calendarios, que resultaban básicos para regular las siembras y las cosechas, aprovechando los períodos de humedad y sequía.

Para fijar las fechas en que era posible acarrear otros productos desde zonas complementarias. El templo, observatorio astronómico y centro de este conocimiento, constituía el eje en torno al cual giraba la vida, mientras la población se diseminaba por los terrenos de cultivo. 

Esta relación íntima del hombre con los dioses a través de sus sacerdotes, que leían en los astros, en los vientos, en las lluvias, en las tormentas y en los temblores los mensajes de la divinidad, se hizo consustancial a la supervivencia y al modelo cultural Tiwanaco.

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martes, 26 de abril de 2022

Resumen de LAS PRIMERAS SOCIEDADES ANDINAS y su organización social

En este espacio andino, poblado desde muy antiguo, coexistieron diversos estadios culturales en diferentes grados de evolución. 

Así pues, para conocer el pasado remoto de un área concreta es necesario recurrir a su cronología específica a fin de ir entendiendo el proceso; y en esta tarea, los arqueólogos han desarrollado un trabajo fundamental. 

Porque si en 1532, en el momento de la invasión europea, el Imperio incaico había alcanzado altísimas cotas de desarrollo cultural, en la misma región otras culturas habían evolucionado mucho más lentamente. 

Podría afirmarse que la complejidad del medio sobre el que se asentaron fue la que les obligó a elaborar estrategias organizativas que marcaron su evolución, frente a otras sociedades que, acaso satisfechas en sus necesidades mínimas con la caza o la recolección, quedaron más estancadas en su desarrollo. 

En este largo período de gran movilidad, una vez liberadas muchas tierras de los hielos glaciares, algunos grupos nómadas tomaron el camino de oriente, hacia la región amazónica, lo que explicaría el temprano poblamiento de la zona. 

Otros quedaron en la zona costera y selvática de los actuales Ecuador y Colombia, donde la recolección era relativamente fácil y exitosa. 

Es decir, evolucionaron escasamente en sus formas de explotación de los recursos que hallaban en las áreas por las que se desplazaban porque, sencillamente, no lo necesitaban. 

En cambio, los que permanecieron en la cordillera, o los que apenas si pudieron establecerse con serias dificultades en los oasis de los desiertos costeros, necesitaron nuevas formas de organización y de interacción con el medio para mantenerse y crecer. 

La necesidad de trabajar y manejar los recursos de nichos ecológicos tan distintos y a veces tan distantes, fue la que provocó la evolución hacia formas de organización más complejas que las que se requerían en las tareas de nomadeo para la caza y la recolección. 

Formas de organización que les permitió acceder a diferentes ecosistemas, más arriba o más abajo, sin tener que establecerse en ellas perennemente porque el núcleo del grupo residía en un punto central (en la zona de quechua) que les facilitaba los desplazamientos hacia otras áreas. 

Una de las características más relevantes de estos grupos pre-tribales, tanto en la costa, en la sierra, o en la selva, y desde los actuales grandes ríos colombianos hasta el sur chileno, es que el ciclo entre apropiación de alimentos (por recolección o captura) y su consumo era muy breve. 

Este ciclo debía ser continuo, sin posibilidad de interrupciones, lo que obligaba al grupo a una constante actividad, es decir, a una continua precariedad, al no existir control sobre la disponibilidad de alimentos ni sobre su preservación o almacenaje. 

El excedente era nulo y, así, las contingencias naturales constituían una amenaza potencial permanente que podía acarrear la destrucción total o parcial del grupo. 

La reciprocidad era entonces entendida como una salvaguarda que el colectivo ofrecía ante posibles carencias individuales. 

La sumisión al grupo, por tanto, era consustancial a la supervivencia, y la entrega al mismo la esencia de las relaciones sociales.


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Resumen de la relación de las culturas andinas y su entorno geográfico

EL MUNDO ANDINO. LA COMPLEJIDAD DEL PAISAJE: 

El universo andino es, sin duda, uno de los ecosistemas o conjunto de paisajes más complejos que puedan hallarse sobre la tierra. 

No sólo comprende la región cordillerana, sino que abarca también una estrecha franja costera que corre paralela a la sierra a lo largo del litoral del Pacífico; y otra zona más ancha de pie de monte («yungas») y selvas situada al oriente del sistema serrano, que desciende en una suave pendiente hacia las cuencas de los grandes ríos. 

Así, costa, sierra y selva, tan diferentes entre sí, son los tres grandes paisajes íntimamente relacionados que componen el espacio andino. 

A pesar de estas hostiles condiciones, los hombres y mujeres andinos («runa», «runaquna» en plural en quechua) supieron adaptarse a este ambiente tan diverso y complejo y lo manejaron no como dificultad sino como ventaja. 

Aplicaron métodos y sistemas de explotación de los recursos que no sólo les permitió sobrevivir y multiplicarse, sino generar el excedente necesario para desarrollar grandes civilizaciones. 

Complementariedad ecológica, productiva y organización social adaptada a las condiciones del medio para explotar equilibradamente los recursos aportados por la gran diversidad de micro-ambientes fueron las claves de este proceso de desarrollo cultural. 

Ubicados en asentamientos dispersos para poder acceder a los diferentes nichos o «islas productivas» que, a manera de archipiélagos diseminados por la región, aportan los diversos elementos necesarios para el desarrollo de la vida material. 

Las sociedades andinas alcanzaron un alto nivel de autonomía económica y una gran diversidad productiva basada en la complementariedad de los ecosistemas. 

Su organización social se basaba en dos principios: la reciprocidad («aynillmanta llamkakuni», yo trabajo lo mismo para ti, que tú para mí) y la redistribución (es decir, el intercambio equilibrado entre los miembros de la comunidad de la producción que obtenían con el trabajo en los dispersos nichos ecológicos). 

Principios ambos sostenidos por un acertado manejo de lo colectivo. 

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lunes, 25 de abril de 2022

Resumen de la cosmovisión de los españoles al momento del contacto con América

LA VISIÓN DEL PARAÍSO ¿Qué impacto tuvo todo ese universo mito-literario anteriormente descrito a los conquistadores europeos que, buscando ese otro mundo, encontraron éste? ¿Cuál fue su percepción? 

¿Cómo encajaron todos estos detalles tan laboriosamente trabados a lo largo del tiempo en la idea preconcebida de los primeros españoles que cruzaron el Atlántico, portadores de una cultura medieval llena de prejuicios —positivos o negativos— sobre lo extraño y lo maravilloso? 

Más allá de la extrañeza, los españoles, en general, no encontraron utilidad a la mayor parte de los productos de la región del Caribe; al menos durante los años iniciales. 

Los primeros colonos y conquistadores ni siquiera fueron capaces de alimentarse de ellos, y muchos hablaban «del hambre» que pasaban, tanto que decían morir de desnutrición. 

Productos tan básicos y luego tan extendidos no los aceptaron en su dieta. Ellos suspiraban por el pan de trigo, el aceite de oliva y el vino de uva. Ninguno de esos productos pudo arraigar en las islas por más que lo intentaron. 

Decían les faltaba también la carne de cerdo y la vacuna. Y lo que resulta más curioso: echaban de menos las hierbas y las especias europeas, sin las cuales todo les parecía insípido. 

Habían ido a buscar las islas de las especias y extrañaban las de su tierra. Por eso decían llevar tan mala vida en aquel paraíso. Si extraña les pareció la comida, los nativos aún más: al principio les llenaban de curiosidad. 

Decían de los indios arahuacos que eran «del color del membrillo» o «de color oliva», pacíficos y sin disposición a luchar. No eran monstruos sino personas bien formadas que hablaban todos la misma lengua y creían en un dios bueno que moraba en el cielo, afirmaba el almirante. 

Se mostraba impresionado por el buen nivel de organización de la comunidad. Bien diferente fue la visión que aportó de los indios caribes: nada que ver con los pacíficos arahuacos. 

No es de extrañar, pues, que en la primera iconografía, América apareciera como un nuevo mundo lleno de lestrigones (antropófagos mediterráneos, según las leyendas de la antigüedad y del medioevo) devorando cruelmente a sus victimas. 

El mito de los caribes estaba servido y sería utilizado contra todos los indígenas que no se sometieran al poder de los colonizadores. 

Conforme la resistencia de los indígenas aumentó ante los abusos e iniquidades de los españoles, el mar de los Caribe adquirió su nombre con toda propiedad. Todos eran ahora caribes. 

Por el contrario, los caciques arahuacos habían demostrado hasta entonces una docilidad y una inocencia sin límites, las que les llevaron a la muerte: al volver a La Española en su segundo viaje, Colón atacó en 1494 a los cacicazgos del centro de la isla buscando esclavos. 

Pocos años después, en 1503, estos mismos caciques todavía confiaban en los representantes del rey, Ovando y Velázquez. A su pedido, organizaron para ellos una gran reunión de caciques en Xaraguá. 

El cacique Behechio había muerto, y su hermana Anacaona, viuda de otro cacique, Canoabo, le había sucedido. Acudieron también, convocados por Anacaona, muchos caciques secundarios de la gran región de Bainoa y de Higüey. 

Es decir, allí se concentraron los jefes étnicos de una punta a la otra de La Española. A una señal de Ovando, Velázquez cargó contra los reunidos y mató a casi todos, capturando a la cacica que luego fue cruelmente asesinada. 

Velázquez también mató poco después al señor étnico de Guacayarima. Se trataba de descabezar los cacicazgos arahuacos de la isla para repartir a todos los indios entre los colonizadores; y desde luego lo consiguieron. 

A partir de entonces los indios serían, para la mayor parte de los europeos, de dos clases: «Los indios de razón», tan dóciles que al no ofrecer resistencia podían ser esclavizados o repartidos, y que entre tal régimen de explotación y las enfermedades europeas se exterminaron enseguida. 

Los caribes o indios de guerra, «salvajes irreductibles» y «antropófagos», dirigidos por el diablo y sus hechiceros idólatras, que por su ferocidad debían ser exterminados en guerra a sangre y fuego. 

La clasificación, a fin de cuentas, sólo distinguía el modo en que habrían de morir; que fue exactamente lo que vino a suceder con todos. 

Porque, cada vez más, entre 1508 y 1519 en las Antillas Menores, de 1510 a 1535 en el Darién y Panamá; de 1503 a 1540 en la actual costa caribe colombiana; y de 1510 a 1550 en la costa venezolana, caribes y no caribes, es decir, todos los indígenas, comenzaron a resistirse a la penetración de los nuevos invasores. 

El precio fue su extinción. En pocos años más (ni siquiera pasaron cincuenta), prácticamente la totalidad de todos estos pueblos vigorosos que hemos visto vivir plenamente, estaban muertos y habían desaparecido. 

Sus orgullosos caciques asesinados; sus conucos primero explotados por los últimos indios hasta su exterminio final y luego abandonados, las fértiles montañas sólo parecían servir para extraer maderas talando sus frondosos bosques. 

Sus campos se habían convertido en un enorme cementerio donde habían sido enterrados más de dos millones de cadáveres. Pero, en un trajín de embarcaciones, el Nuevo Mundo y con él, "el paraíso", había sido incorporado a la modernidad.


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La sagrada familia

Tenemos que romper ciertos procesos que se repiten en la historia, no solo como sociedad sino como individuos. Uno de ellos es la familia, ...