En este espacio andino, poblado desde muy antiguo, coexistieron diversos estadios culturales en diferentes grados de evolución.
Así pues, para conocer el pasado remoto de un área concreta es necesario recurrir a su cronología específica a fin de ir entendiendo el proceso; y en esta tarea, los arqueólogos han desarrollado un trabajo fundamental.
Porque si en 1532, en el momento de la invasión europea, el Imperio incaico había alcanzado altísimas cotas de desarrollo cultural, en la misma región otras culturas habían evolucionado mucho más lentamente.
Podría afirmarse que la complejidad del medio sobre el que se asentaron fue la que les obligó a elaborar estrategias organizativas que marcaron su evolución, frente a otras sociedades que, acaso satisfechas en sus necesidades mínimas con la caza o la recolección, quedaron más estancadas en su desarrollo.
En este largo período de gran movilidad, una vez liberadas muchas tierras de los hielos glaciares, algunos grupos nómadas tomaron el camino de oriente, hacia la región amazónica, lo que explicaría el temprano poblamiento de la zona.
Otros quedaron en la zona costera y selvática de los actuales Ecuador y Colombia, donde la recolección era relativamente fácil y exitosa.
Es decir, evolucionaron escasamente en sus formas de explotación de los recursos que hallaban en las áreas por las que se desplazaban porque, sencillamente, no lo necesitaban.
En cambio, los que permanecieron en la cordillera, o los que apenas si pudieron establecerse con serias dificultades en los oasis de los desiertos costeros, necesitaron nuevas formas de organización y de interacción con el medio para mantenerse y crecer.
La necesidad de trabajar y manejar los recursos de nichos ecológicos tan distintos y a veces tan distantes, fue la que provocó la evolución hacia formas de organización más complejas que las que se requerían en las tareas de nomadeo para la caza y la recolección.
Formas de organización que les permitió acceder a diferentes ecosistemas, más arriba o más abajo, sin tener que establecerse en ellas perennemente porque el núcleo del grupo residía en un punto central (en la zona de quechua) que les facilitaba los desplazamientos hacia otras áreas.
Una de las características más relevantes de estos grupos pre-tribales, tanto en la costa, en la sierra, o en la selva, y desde los actuales grandes ríos colombianos hasta el sur chileno, es que el ciclo entre apropiación de alimentos (por recolección o captura) y su consumo era muy breve.
Este ciclo debía ser continuo, sin posibilidad de interrupciones, lo que obligaba al grupo a una constante actividad, es decir, a una continua precariedad, al no existir control sobre la disponibilidad de alimentos ni sobre su preservación o almacenaje.
El excedente era nulo y, así, las contingencias naturales constituían una amenaza potencial permanente que podía acarrear la destrucción total o parcial del grupo.
La reciprocidad era entonces entendida como una salvaguarda que el colectivo ofrecía ante posibles carencias individuales.
La sumisión al grupo, por tanto, era consustancial a la supervivencia, y la entrega al mismo la esencia de las relaciones sociales.
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