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miércoles, 27 de abril de 2022

Resumen del proceso de sedentarización en el mundo andino

LOS DESARROLLOS REGIONALES 

En la medida en que ciertas sociedades de cazadores-recolectores iniciales pudieron ubicarse sobre áreas que ofrecían mayores recursos potenciales, su sedentarización se fue produciendo paulatinamente. 

La agricultura pudo iniciarse con la domesticación de las primeras plantas, cobrando cada vez mayor peso sobre la recolección. 

Ello permitió y obligó a estos pueblos a desarrollar sistemas más complejos de organización, operándose importantes transformaciones por las que transitaron del estadio de banda a formas tribales caracterizadas, entre otras cosas, por el cacicazgo, es decir, una jefatura basada en el linaje. 

Es lo que algunos arqueólogos denominan la «fase de poblados-aldeas». Surgieron asentamientos permanentes, el crecimiento demográfico fue notable con las mejoras en la alimentación, y la apropiación de los terrenos más fértiles para el cultivo, bien por la fuerza o por pactos de intercambio, constituyó para ellos una obligación. 

Aparecieron también las manufacturas, motivadas por sus nuevas necesidades, comenzó el almacenamiento de excedentes y los intercambios de productos, en la medida que no era necesario su consumo urgente y sí el de otro tipo de bienes complementarios. 

Por último, se inició la circulación de bienes de prestigio o suntuarios, que entraron también en los circuitos de intercambio y cobraron una gran fuerza simbólica. 

En algunos de estos poblados, los rituales se hicieron más complejos (no sólo funerarios) y se relacionaron fundamentalmente con los ciclos agrícolas. 

A través del conocimiento de los astros aprendieron a manejar el calendario, que resultó fundamental para garantizar el éxito agrícola. 

Así fue como se consolidaron ciertos poblados, transformados ahora en centros ceremoniales o santuarios: una especie de oráculo para las actividades agrícolas, que se unía a la transmisión de determinadas técnicas de cultivo, en especial las que tenían que ver con el uso del agua. 

En estos centros se aseguraban mayores rendimientos a los fieles que siguiesen sus indicaciones, y su influencia creció por la región. 

Con todo ello, la estructura tribal del cacicazgo fue dando paso a la existencia de una casta sacerdotal, basada en el conocimiento de las técnicas y ciclos agrícolas, junto a un sector militar o guerrero que concedía seguridad a los adeptos frente a sus enemigos a la par que expandía el prestigio del grupo dominando y esclavizando a los vecinos. 

Era el paso previo a la constitución de los primeros señoríos étnicos, donde el poder teocrático y el militar se daban la mano. 

Si es que puede hablarse en éstos términos, el régimen de propiedad de la tierra se fue afianzando como un elemento importante del modelo andino. 

Asumían como propia el área cultivada (la marka) gracias al trabajo de la comunidad: la llacta (pueblo, tierra) donde, además, moraban sus dioses, sus huacas (lugares sagrados de enterramiento). 

Un área concreta, unos dioses locales. Ambos elementos dotaban al grupo de especiales señas de identidad, en la medida que tierras y dioses poseían características propias que les diferenciaban del resto. 

Una tierra que debía ser, además, defendida de posibles depredadores. Fue surgiendo una especie de concentración de asentamientos, fundamentalmente en aquellas zonas susceptibles de un mayor uso agrícola. 

La temprana arquitectura monumental demuestra el nivel de organización alcanzado por algunas de estas sociedades, donde era posible dedicar a la construcción parte del excedente acumulado, o hacer acopio, mediante las ofrendas rituales o el pago de un tributo en especie, productos aportados por otros grupos dominados militar o religiosamente. 

Esta arquitectura monumental que comienza en el 1000 al 300 a.n.e.(antes de nuestra era) en sus muros, los relieves muestran la ferocidad de los dioses. Reflejan la fuerza de sus divinidades. 

Entonces se forjó una relación asimétrica entre los hombres, campesinos o artesanos, con la casta sacerdotal, que es la que interpretaba, hablaba y se comunicaba con tan terribles deidades. 

El runa debía tributar (en especies o en trabajo) si deseaba la aquiescencia divina en su vida o el éxito en sus cosechas, porque la fuerza de la naturaleza hostil, manejada cuando no conformada por los dioses, podía castigarle en cualquier momento. 

Los dioses, como la naturaleza, reunían los poderes del bien y el mal simultáneamente. Los sacerdotes entendían el lenguaje de la naturaleza, eran los intérpretes de los dioses y a la vez los valedores del hombre ante ellos. 

El templo y su casta sacerdotal se situaban en el corazón de la vida económica, social y espiritual de las comunidades. Los centros ceremoniales se expandieron a muchas zonas y con ellos su influencia cultural y modo de vida social. 

El resultado fue un mayor desarrollo de la agricultura, la ganadería y sus técnicas en toda la región, un aumento de la población, el prestigio político y económico de las castas sacerdotales. 

Así pues, estamos ante un conjunto de sociedades diferentes pero que van adquiriendo similares tecnologías básicas, aunque definiéndose o distinguiéndose entre sí hasta conformar diversos desarrollos regionales, siempre caracterizados por sus centros ceremoniales. 

Éste fue también un tiempo de guerras, de grandes conflictos inter-étnicos. Guerras que tenían como objetivo apoderarse, ocupar o situarse en las mejores zonas agrícolas. 

Acrecentar el prestigio y la influencia de los diferentes centros ceremoniales, de las castas sacerdotales y de los señoríos militares, dominando a sus vecinos. Acumular mayores cantidades de bienes en los almacenes. 

Controlar abundante mano de obra para las construcciones y el trabajo en los campos, fundamentalmente, esclavizando a los enemigos. 

Todo ello, además, procurando mostrar una mayor aparatosidad y refinamiento en los cultos religiosos, a la vez que aumentar el prestigio y los bienes suntuarios adquiridos por sus dirigentes. 

Guerras y conflictos en los que los hombres hicieron intervenir a sus dioses, que justificaban y conducían sus acciones. 

Un tiempo de dioses poderosos, sacerdotes influyentes y guerreros sanguinarios. 

Además de Chavín (que es el primer centro religioso conocido), o como consecuencia de esta cultura, dos grandes focos regionales cobraron una fuerza especial y tuvieron una gran influencia en el futuro: una en la zona costera del norte peruano, Moche; y otra en las alturas del lago Titicaca: Tiwanaco. 

Cultura Moche: El desarrollo agrícola de esta región llevó a los señores de moche a convertirse en los más importantes y poderosos de toda la zona. 

Pusieron en práctica una política militar muy agresiva que les permitió capturar a miles de esclavos entre los grupos vecinos. El desierto costero podía dominarse. 

Las castas sacerdotales y militares acabaron fundiéndose en un señorío teocrático que les proporcionó un prestigio y una fuerza formidables. 

Estos señores que gozaron de los excedentes productivos y que aparecen con todo tipo de lujos y fastuosos atavíos en sus sepulcros (Sipán), señalando las diferencias abismales que existían entre éstos y los artesanos o campesinos (ni hablar de los esclavos), apenas sin recursos y sometidos a un rudo trabajo y a una fuerte presión. 

No existieron grandes ciudades. La guerra y el continuo trajín de hombres, tributos y mercancías caracterizaron la vida en esta región. 

Cultura Tiwanaco: Al otro extremo, en Tiwanaco, en los alrededores del Titicaca, se ubicó otra gran cultura regional de extraordinaria influencia en todo el sur andino. 

El desarrollo agrícola de la zona, a una elevada altitud (por encima de los 4.000 m), una gran aridez y pluviometría estacional (escasa y sólo durante dos o tres meses al año), necesitó la complementariedad de productos procedentes de los valles y las punas (ganadería de altura). 

Tuvieron que combinar diversas estrategias de cultivo y manejar un complicado sistema calendárico para predecir las épocas de sequía y aprovechar las inundaciones provocadas por la subida del nivel de las aguas del lago. A la par que necesitaron establecer sistemas de almacenamiento y racionamiento de los bienes para hacer frente a las temporadas de escasez. 

Ante un medio aún más hostil necesitaron formas de organización todavía más complejas. De ahí que la experiencia Tiwanaco se expandiera por todas las zonas altas del sur andino como la única capaz de asegurar la subsistencia y la autonomía económica. 

Hay que señalar que el núcleo principal de esta cultura residió en el conocimiento y en el manejo de los calendarios, que resultaban básicos para regular las siembras y las cosechas, aprovechando los períodos de humedad y sequía.

Para fijar las fechas en que era posible acarrear otros productos desde zonas complementarias. El templo, observatorio astronómico y centro de este conocimiento, constituía el eje en torno al cual giraba la vida, mientras la población se diseminaba por los terrenos de cultivo. 

Esta relación íntima del hombre con los dioses a través de sus sacerdotes, que leían en los astros, en los vientos, en las lluvias, en las tormentas y en los temblores los mensajes de la divinidad, se hizo consustancial a la supervivencia y al modelo cultural Tiwanaco.

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