A finales de siglo, sólo un cuarto del total de las mercancías salidas desde Buenos Aires iban hacia Potosí, pero Buenos Aires enviaba a Europa una parte sustancial de la plata producida en el área minera.
Las tres cuartas partes de ese metálico era captado por los comerciantes porteños a partir de los intercambios con los diversos mercados regionales del interior.
Gracias a su papel en el tráfico de yerba, ponchos, vinos, aguardientes, mulas, vacas y otras mercancías, los comerciantes de Buenos Aires consiguieron captar una parte del metálico producido en Potosí y que circulaba en las economías regionales.
Desde mediados del siglo XVIII, el papel de Potosí como sostén de los gastos fiscales de la ciudad porteña fue progresivamente en aumento.
La instalación del Virreinato en el Plata desde 1776, provoco que en la capital pesaron fuertemente la fiscalidad de la colonia, y sería Potosí la que más recursos entregaría a raíz de estos cambios.
Así pues, Buenos Aires pudo colocarse en el curso de este siglo en el centro nodal de las corrientes mercantiles.
Buenos Aires y la economía atlántica
¿En qué mercancías se basaba este intenso tráfico? 85 por 100 del valor estaba compuesto de metales preciosos (plata altoperuana) y oro chileno. El resto eran mercancías locales, entre las que destacaba el cuero vacuno; más un débil porcentaje de mercancías, en su mayoría reexportadas, llegadas de Chile.
Las cantidades de cueros fueron creciendo durante todo el siglo, con una aceleración evidente desde las medidas de 1778 (de 130.000 unidades en 1756-1778 a 205.000 en 1779-1787). Su crecimiento fue sorprendente.
Si Buenos Aires había sabido colocarse en el centro de una corriente interna de flujos de metales preciosos de origen mercantil y fiscal (el situado potosino), desde el puerto hacia el Atlántico los flujos mercantiles dominaron abrumadoramente sobre los fiscales.
En cuanto a la composición de las mercancías llegadas desde el Atlántico, una de las más relevantes seguiría siendo la esclavitud.
Con respecto a las restantes mercancías, sólo mencionaremos que el libre comercio afectó fuertemente a dos áreas de las economías regionales.
De este modo, si bien el libre comercio benefició a la economía ganadera del litoral, complicó las cosas para algunas de las economías regionales que competían con la producción metropolitana y cuyos fletes terrestres los ponían en desventaja, como en el caso de Cuyo, frente a un mercado porteño servido desde el mar.
La sociedad rioplatense del siglo XVIII
La ciudad estaba socialmente dominada por los comerciantes, que ocupaban los lugares más destacados en el cabildo y en la burocracia media constituyendo, además, redes familiares que controlaban los diversos espacios del poder local.
Además, el reforzamiento de la burocracia estatal en función de las necesidades militares y de defensa desde los años sesenta, con la aparición primero de algunos jefes militares prestigiosos y después de virreyes, intendentes y oidores, obligó a los orgullosos mercaderes miembros del cabildo a dar un paso atrás en ese «teatro del poder».
Por otra parte, y con un papel muy secundario, esta burguesía mercantil porteña lo era casi en estado puro, siendo todavía bastante endebles sus relaciones directas con el mundo de la producción.
Esta burguesía mercantil tenía relativamente poco que perder (y mucho que ganar) con la ruptura del vínculo colonial.
La economía rural rioplatense hacia las últimas décadas del siglo también se percibe un incremento de la producción pecuaria.
Este incremento de los ganados fue claramente positivo para la economía local, pues las dos corrientes más importantes de su tráfico, es decir, mulas y vacas a Perú y cueros a Europa se vieron beneficiadas.
¿Cuál era la estructura agraria de la campaña bonaerense? La oferta de tierras fértiles, que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX, permitió que las corrientes migratorias del interior y el Alto Litoral (Paraguay y las ex misiones jesuitas) abundase en individuos que se fueron asentando como campesinos, como arrendatarios de estancieros y hacendados, a cambio de ayuda en trabajo o de la renta de unas pocas fanegas de trigo.
Los emigrantes campesinos que se establecieron en las tierras de la campaña formaron familias nucleares. Una vez establecidos y dependiendo de una serie de factores muy variables se convirtieron en labradores.
La frontera indígena separaba el mundo de los campesinos blancos pobres de las sociedades indígenas de la pampa.
A partir del siglo XVIII, estas sociedades estaban cambiando aceleradamente. Surgieron nuevos grupos, conformados con aportes étnicos pertenecientes tanto a los antiguos pobladores como a los recientes, originarios de la cordillera y de Chile.
Lo relevante para nosotros es señalar la lucha sin piedad entre estas dos sociedades por el control de este fértil territorio. Desde más o menos los años 1776-1780, se estableció una paz que duraría casi cuarenta años entre ambas sociedades.
La paz permitió intensos contactos entre ambas sociedades, pues se llegó a establecer una muy peculiar «feria» en donde se intercambiaban algunos productos indígenas, como tejidos y adornos por yerba, armas y aguardiente de los colonos.
Por supuesto, al lado de esos campesinos había un sector de medianos y grandes propietarios ganaderos y agricultores que producían novillos para el abasto.
Ahora bien, en las áreas más próximas al mercado urbano había asimismo cinturones de chacras productoras de trigo, y en ellas la mano de obra esclava ocupaba un lugar predominante.
La importancia de esos esclavos está dada justamente por el señalado problema de la abundancia relativa de tierras fértiles.
De este modo, la relativa libertad de unos, condicionó la esclavitud de otros.
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