A principios de enero de 1979, Europa se vio azotada por una brutal ola de frío que llevó las temperaturas en Moscú hasta los -45 °C, una de las más bajas registradas en la capital rusa durante el siglo XX.
Este evento climático extremo paralizó ciudades, afectó infraestructuras y dejó víctimas mortales, recordando la vulnerabilidad del continente ante los caprichos del invierno.
Contexto: Un anticiclón siberiano sin precedentes
El fenómeno fue causado por un frente ártico que se extendió desde Escandinavia hasta la URSS y Europa Central. En Moscú, el frío fue tan intenso que:
- El mercurio se desplomó a -45 °C en algunas zonas.
- El transporte colapsó: trenes detenidos, vuelos cancelados y carreteras bloqueadas.
- Las autoridades recomendaron no salir de casa para evitar congelamientos.
Impacto en Europa
La ola de frío no solo afectó a la URSS. En países como Alemania, Polonia y Francia, las temperaturas cayeron por debajo de los -20 °C, provocando:
- Cortes de energía por la sobrecarga en calefacciones.
- Muertes por hipotermia, especialmente entre personas en situación de calle.
- Daños en cultivos y ganadería, con pérdidas económicas significativas.
Legado climático
Este episodio sigue siendo un referente de invierno extremo en Europa, aunque en décadas recientes los récords se han visto superados en algunas regiones.
Hoy, con el cambio climático generando eventos meteorológicos más erráticos, la ola de 1979 sirve como recordatorio de que el frío polar sigue siendo una amenaza.
En conclusión, aquel enero gélido de 1979 no fue solo un desafío logístico, sino una muestra de la fuerza de la naturaleza.
Mientras Europa debate cómo adaptarse al calentamiento global, este evento histórico revela que los extremos invernales —aunque menos frecuentes— aún pueden golpear con violencia inusitada.
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