El crecimiento de la producción minera novohispana durante el largo siglo XVIII indudable sea cual sea la fuente que utilicemos, nos va a dar registro de un enorme crecimiento.
En todo el siglo XVIII, más del 75 por 100 de la actividad minera se ubica al norte del valle central y una buena mitad del total de la producción de plata legalmente registrada corresponde al gran norte.
La relación entre crecimiento de la actividad minera y la producción en general, además con frecuencia los mineros más poderosos son también fuertes hacendados, formando así empresas minero-agrarias integradas horizontalmente.
Alrededor de la producción minera se teje una estrecha trama entre los empresarios mineros y los «aviadores».
Comerciantes y especuladores que se dedican a «aviar» a los mineros adelantándoles algún capital y, sobre todo, mercancías en función de la explotación de las minas- los grandes comerciantes de la ciudad de México que, a su vez, adelantan a los «aviadores» gran parte de su capital y los banqueros de plata, que se hallan en la cima de todo esta trama mercantil que gira alrededor de la producción argentífera.
Grandes comerciantes también se enriquecían por la adquisición de grandes partidas de mercancías importadas desde la península que después redistribuyen en el interior del espacio novohispano a cambio de plata efectiva o de otros productos que envían a distintos centros de consumo.
Productos más difundidos en el mercado interno fueron los textiles, la producción textil se orientó sobre todo a la elaboración de tejidos de algodón, descansando especialmente en la producción de las familias campesinas.
La utilización de medios de pago no monetarios —como las libranzas y las letras de cambio— incluso en el interior del espacio novohispano era un fenómeno bastante corriente durante el siglo XVIII.
La producción de la grana, son esos mismos mercaderes los que prestan a los alcaldes mayores encargados de organizar los repartos de mercancías a los indígenas a cambio de la materia prima (la grana).
Una parte de la élite más poderosa de este círculo privilegiado de mineros-hacendados y grandes comerciantes dará nacimiento a un fenómeno particularmente destacado en el panorama social del siglo XVIII mexicano.
La nobleza titulada, el grupo superior de la aristocracia mexicana es el compuesto por los más ricos, los «millonarios», todos los «millonarios» del Virreinato, fueran criollos o peninsulares, terminaban recibiendo un título de nobleza (condición para la obtención del título nobiliario era la existencia de una gran fortuna).
En el siglo XVIII, una parte relevante de este grupo social nobiliario estaba compuesto de inmigrantes peninsulares (60% aproximadamente).
Estos inmigrantes, una vez llegados a Nueva España, se pusieron en contacto rápidamente con sus parientes originarios de sus mismas regiones nativas que habían arribado antes o se aliaron con algunas de las más antiguas familias de la vieja aristocracia agraria.
En ciertos casos consiguieron anudar alianzas con familias verdaderamente poderosas y que se remontaban a la época de la conquista del siglo XVI.
La producción minera, el comercio, los negocios y la producción agraria eran todas actividades en donde podíamos ver en acción a estos hombres que más tarde serían ennoblecidos con un título.
Si los comparamos con sus pares peninsulares, los nobles mexicanos, al menos durante la primera generación titulada, eran casi todos empresarios.
Los miembros de las generaciones siguientes no supieron (o no quisieron) tener la misma actitud.
Abandonando las azarosas apuestas de la producción minera, gran parte de la nobleza mexicana posterior se refugiaría después de la primera generación fundadora en la seguridad de la propiedad de la tierra.
El «estilo de vida nobiliario», estilo consiste en un patrón de consumo y ostentación típico: la gran casa en la corte virreinal.
Estos miembros de la alta nobleza europea gustaban rodearse de una auténtica corte en su palacio mexicano.
Por supuesto, también hubo nobles que edificaron sus palacios en Guanajuato, Guadalajara o Zacatecas. La legislación castellana permitía la descendencia femenina del título y de los bienes al mayorazgo.
La mayor parte de estas haciendas, al contrario de lo que ocurría habitualmente en Europa, no estaban tan endeudadas.
La dotación de fundaciones religiosas, la institución de dotes conventuales y capellanías para las mujeres y los hombres menos favorecidos del clan familiar eran muy importantes socialmente.
Estas fundaciones religiosas están estrechamente relacionadas, una vez más, con el papel central que juega la religión en el marco de la monarquía católica ibérica y esa forma de consumo suntuario tenía una importancia social y económica, como hemos visto, dado el papel crediticio de las instituciones religiosas en esta sociedad.
Los nobles, como todos los aristócratas, fundaban también parroquias y conventos. También estaban las donaciones realizadas a la Corona, a veces auténticas sangrías monetarias, en función de la obtención futura de títulos nobiliarios para otros miembros del clan familiar.
Estas familias nobles habían desarrollado hasta su máxima expresión el sistema aristocrático de redes parentales, formando lo que ha sido llamado una «comunidad de parientes».
Una de las características de la nobleza novohispana en el siglo XVIII eran sus orígenes mineros y mercantiles.
Además, la relación entre los cambios en las formas de explotación minera de ese período y este grupo de la élite mexicana fue muy estrecha.
No podemos separar el origen de la nobleza mexicana del siglo XVIII de las innovaciones económicas y técnicas que posibilitaron que Nueva España desempeñara el papel que tuvo en la producción mundial de plata.
Ejemplos típicos de esto eran las empresas integradas de los condes de San Mateo de Valparaíso, de los condes de Regla o de los Fagoaga.
Todos ellos reunían en el mismo grupo económico familiar: minas, haciendas y casas de comercio.
Pero las generaciones siguientes decidieron cambiar ese patrón de inversiones, refugiándose casi exclusivamente en la propiedad de la tierra, la búsqueda de refugio en la propiedad agraria estaba también fundada en consideraciones estrictamente «económicas».
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