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sábado, 29 de octubre de 2022

Comparación entre la conquista española y inglesa según J. Elliott

El historiador britanico John Elliott, compara a las expediciones de Hernán Cortés (empieza en 1519) y Christopher Newport (empieza en 1606), que cimentaron los imperios de España y Gran Bretaña, respectivamente. 

En el medio de ambas expediciones se dio la Reforma luterana.

Hernan Cortés, quien es acompañado por 530 hombres, le reciben en México continental los tonacas y le refieren a Moctezuma II como soberano de la región. 

En el lapso dio cuenta de las divisiones internas al Imperio mexica, y puso simbólicamente la tierra bajo posesión de Carlos I (Carlos V, al asumir el trono del Sacro Imperio Romano). 

No obstante, Cortés trasciende las instrucciones de Velázquez, gobernador de Cuba, y emprende expediciones de conquista. 

Rechazó la autoridad de este último al considerarle tirano, se declaró capitán y alcalde mayor y conforme avanzó en el territorio colocó cruces, entró en escaramuzas y fue reclutando aliados mesoamericanos descontentos con los mexicas. 

Moctezuma II recibe a Cortés y sus hombres, y el español afirma que se da una renuncia voluntaria de la soberanía por parte del emperador azteca, transfiriendo su poder a Carlos V, y a esto se le sigue la captura de Moctezuma, un levantamiento duramente reprimido en Tenochtitlán conocido como «Noche triste», y una lucha encarnizada hasta la transformación como virreinato.

Si bien conocida la expedición de Cortés para 1606, por mucho tiempo, la Inglaterra de los Tudor se mantuvo desinteresada al respecto y dejó la empresa trasatlántica a portugueses y franceses. 

Hasta que a finales del siglo XVI, la hostilidad religiosa y la enemistad con españoles llevaron a los primeros intentos serios de asentamiento en América del Norte de manos de Walter Raleigh (1552-1618). 

Esta última trajo lecciones pero también obligó a financiar desde el propio origen, particularmente por parte de la Compañía de Virginia, a la que se le concedía la bahía de Chesapeake. 

En este sentido, Christopher Newport (1561-1617) era un empleado de compañía privada, y sus acompañantes (denominados como «plantadores») con una proporción de caballeros alta alcurnia. 

Muchos de los cuales murieron rápidamente por las enfermedades americanas (lo que contrasta con la tripulación de Cortés, que tenía algunos, bajos hidalgos y mayoritariamente soldados que ya habían participado de pillajes anteriores, provenientes de Cuba, por lo que ya estaban adaptados al ambiente). 

No obstante, la conquista y colonización estaba presente en la empresa inglesa, no tan explícitamente como el caso español. 

Establecieron el emplazamiento de Jamestown, donde se estableció con consejo local, un fuerte y relaciones amables con los pueblos locales. 

Sin embargo, otra diferencia con los españoles, es que los británicos no tenían una justificación para apoderarse de las tierras (como en el caso de las Bulas Alejandrinas de 1493-1494, que daban la concesión de las tierras en la ruta al Asia con la promesa de evangelización). 

Si bien no podían sustentarse en la autoridad papal, Inglaterra también pretendió una misión cristiana y civilizatoria, pero la justificación venía por la ocupación material y la utilización según las costumbres inglesas.

El autor caracteriza a Powhatan como el líder de una confederación de tribus de habla algonquina, con una población de 15.000 personas, que contrasta con el carácter imperial de Moctezuma II, sus riquezas y una población de 5-25 millones de personas. 

No obstante, Powhatan supo aprovecharse de la posición de los ingleses, que dependían del alimento proporcionado por sus pueblos y se beneficiaba de las armas traídas. 

Uno de los siete consejeros, John Smith, fue capturado y tras ello planteó explotar las diferencias internas aprovechando de su reciente nombramiento como líder de la exposición. 

Tal vez tratando de seguir el modelo de Cortés, la Compañía de Virginia instruyó a conseguir de Powhatan un reconocimiento formal de Jacobo I, monarca inglés. 

No obstante, no se disponía de las cantidades de oro y plata en tributos que se esperaba, ni había entre los plantadores ingleses hombres dispuestos de explotar la tierra. 

Le siguió, un período en el que peligro la supervivencia de la colonia, hasta que en 1622 la masacre de casi la mitad de los colonos llevó a una guerra abierta.

El autor señala que las supuestas profecías, que se habrían propagado tanto en México como en Virginia, que adelantaban la llegada de hombres barbudos y blancos que llegarían y destruirían, serían más bien racionalizaciones tras las respectivas derrotas.

Mientras que en Cortés se terminó retirando en 1530, tras que se le negará la posición de gobernador de la recientemente formado virreinato de Nueva España, Newport se retiró del emprendimiento de Jamestown en 1611 y murió en Java unos años después en un viaje de las Compañías de Indias Orientales. 

Cortés había dado los cimientos a Nueva España y el Imperio de España, mientras que Newport fue pionero en el asentamiento y necesario para la comunicación con la metrópoli.

Elliott plantea que hay una clara influencia del antecedente hispánico, pero que se nutre también de sus propias condiciones proto-coloniales (precedentes de colonización en áreas no inglesas de las islas británicas, particularmente contra la zona Gales y la Irlanda gaélica, que no obstante también atrasó y drenó recursos de una posible temprana colonización en América). 

Por su parte, España encuentra en la Reconquista (como cruzada tanto militar como religiosa, de pillaje y evangelización, y que favorecieron el movimiento de artesanos y labradores a esas tierras sureñas), creando esquemas y estrategias que se desplazaron a ultramar. 

No obstante, los pioneros fueron los portugueses, como combinación de ansias comerciales y la obtención de nuevas tierras y vasallos por parte de los nobles, en las zonas de África y Asia, que se resistían a los asentamientos permanentes por lo que se basaron en factorías en los siglos XV-XVI.

En contraste, los españoles plantearon la construcción de un imperio de conquista y colonización ya desde Colón, poniendo a la población indígena a la producción de bienes benéficos para la metrópoli, justificada por la misión civilizatoria. 

Este formato aprovechó la efervescencia de la concomitante reconquista española, no obstante, las condiciones del continente americano (interpretado como Indias) no tenían los circuitos comerciales ni recursos preciosos disponibles de las costas asiáticas y africanas. 

Por lo tanto, para la explotación se hizo necesario el asentamiento permanente, las comunidades amerindias eran además más vulnerables a la tecnología europea y su ignorancia a los evangelios cristianos encendió una empresa de cristianización. 

Transformándoles en vasallos de la Corona, los indígenas fueron tomados como prestadores de servicio (no esclavos). 

Se favoreció así el asentamiento por medio de la conquista, más que el establecimiento de asentamientos comerciales.

No obstante, la falta de un abundante oro y la caída demográfica por las muertes de la conquista y las enfermedades endémicas, en un primer momento afecto el animo de algunos españoles. 

Pero con el avistamiento de la América colonial, donde grandes poblaciones sedentarias se sometieron con relativa facilidad, permitió adueñarse de grandes contingentes de trabajadores y luego yacimientos de plata. 

En este sentido, la expedición y conquista de Cortés siguió el modelo de la reconquista (combinación de iniciativa estatal y privada; la capitulación y cesión de la soberanía; obtención y asignación de botín, tierras y vasallos). 

Asimismo, habiendo experimentado la conquista caribeña, procuró no diezmar a la población y los indios fueron organizados laboralmente por el repartimiento. 

En la América colonial, convivieron las aspiraciones señoriales (un rasgo claramente medieval) con las comerciales (un rasgo de la incipiente modernidad capitalista), y ambos justificaron su presencia y explotación en función de un mejoramiento de la tierra y población.

Con la unión dinástica de España, tras la guerra civil y Reconquista, pregonada por las coronas de Castilla y Aragón, se intentó frenar las atribuciones por parte de los conquistadores. 

Lo cual estuvo justificado luego por las Bulas del papa Alejandro y su contrapartida de bienestar espiritual y material a las poblaciones originarias. 

Tras un abandono momentáneo de la idea de «Emperador de las Indias», la monarquía española concibió las posesiones como un imperio de riquezas, que se administraron desde Sevilla.

En el caso inglés, se aplicó la categorización de imperio tanto para la colonización de Irlanda como América del norte, que intentó a su vez refutar las pretensiones españolas bajo las bulas papales. 

La experiencia española sirvió como ejemplo y como advertencia para la colonización inglesa (por ejemplo, la coronación de Powhatan en Virginia siguió el modelo de la sucesión soberana de Moctezuma). 

Empresas como las de Irlanda y luego la exploración de Guyana por personajes como sir Walter Raleigh llamaron el interés de caballeros aventureros.

No obstante en sus pretensiones, Inglaterra terminó dirigiéndose hacia el pluralismo religioso, por lo que las colonias se plantearon como refugios religiosos para minorías, pero también intentos de mantener o refundar el dogma religioso. 

Lo cual contrastaba con la decisión expresa de la Corona española, que expulsaba musulmanes, judíos y herejes de sus territorios, a la vez que les prohibía la entrada a la América española.

Si bien en el caso español, el descubrimiento de yacimientos metalíferos justificó la continuación de la colonización. 

En el caso inglés constantemente se debió argumentar para atraer al capital mercantil, enfatizando especialmente la función de las colonias como puntos de venta, así como una solución para la superpoblación en Inglaterra, y de los problemas económico-sociales en general. 

Al mismo tiempo, parte de los españoles dudaban de la conveniencia de mantener las posesiones coloniales, algunos argumentaban que la riqueza no debía medirse por la entrada de metales preciosos como el oro y la plata, sino por la propia productividad.

La gran influencia que tenía el comercio como pilar de la sociedad inglesa y su influencia en la empresa colonizadora puede verse con la fundación de la Compañía de Virginia (1606). 

Así, combinado con la ausencia de plata y la incapacidad para captar sistemáticamente mano de obra indígena, se incentivó la lógica de la productividad, autosuficiencia y 

emprendedurismo.

A su vez como parte de la conciencia nacional. En todo ello la Corona demostró poco interés, dejando a su albedrío la religión y producción/comercio.

La ocupación del espacio americano 

La ocupación y dominación efectiva del territorio americano fue dificultosa por la enorme variedad física y climatológica que implicaba, así como las grandes distancias geográficas y heterogeneidad cultural-lingüística. 

En el caso español, la ocupación implicó: la toma de posesión simbólica, particularmente a partir de la cartografía, que registraba la rebautización con nombres sagrados, nombres de la familia real o descriptivos (a veces se utilizaban nombres originarios). 

La captura material, el sometimiento o expulsión indígena y la repoblación seguida de la distribución demográfica para asegurar la explotación de los recursos. 

Tanto españoles como ingleses justificaban la posesión a partir del derecho romano, por el cual, el no aprovechamiento dictaba que aquel que la hiciera producir se transformaba en su propietario (los españoles contaban además con las bulas papales). 

Al no disponer del favor papal, la autoridad inglesa debió confiar que en hacer posesión de esas tierras, bajo el justificativo de que no habían sido poseídas anteriormente por el cristianismo, fuera respetado por el resto de las potencias europeas.

Fue con Felipe II en el siglo XVI que se dio un intento coherente de registro cartográfico detallado y fidedigno, pero la obsesión por no develar secretos a las potencias opositoras hizo que estos mapas se mantuvieran ocultas en los archivos. 

Por su parte, se dio la propagación de mapas sobre América producidos por los británicos, el carácter público de esto obedecía a la necesidad de atraer y justificar la colonización inglesa, y una afirmación pública de sus pretensiones de posesión material.

Se necesitó para la ocupación efectiva la complicidad de una autoridad civil, particularmente cabildos, alcaldes y funcionarios. 

Es decir, una refundación de sus sociedades de origen; españoles e ingleses compartieron un carácter patriarcal, derecho de la propiedad y jerarquización social sancionada de forma divina. 

No obstante, estas se modificaron por la integración social-religiosa, las estructuras preexistentes y la procedencia social de los colonos. 

Los ingleses prefirieron concentrarse en el litoral atlántico de América del norte, ocupando las tierras más desocupadas. 

Por su parte, la tradición ibérica, la búsqueda de una fortuna repentina y sus ambiciones llevaron a que los españoles intentaran asentarse a lo largo de todo el continente, aún las zonas densamente pobladas, ya que planteaban utilizar las prestaciones de trabajo (más interesados en las poblaciones que las tierras). 

Ello también determinó la fundación de ciudades y la concentración de españoles en ella. 

Si las grandes ciudades precolombinas como Cuzco y Tenochtitlán les recordaban a los españoles de sus propias urbes, no lo hicieron así los ingleses. 

Las villas y ciudades originarias se transformaron muchas veces en el asentamiento, pero en la gran mayoría se trató de fundaciones nuevas, que funcionaron como los centros de administración.

Desde sus comienzos, la encomienda fue la institución predilecta para la organización del trabajo indígena, cuya contrapartida a las prestaciones de trabajo era la instrucción en la fe cristiana. 

No obstante las aspiraciones feudales de los conquistadores, la Corona lucho por transformar las encomiendas en tributo con dinero, en evitar la heredad de la figura del encomendero y que continuara siendo una concesión de indios y no de tierras. 

A pesar de los abusos (aprovechando las ganancias para establecer grandes estancias que se dediquen a la ganadería o cereales y pueda heredarse por medio del mayorazgo), no se transformaron en una aristocracia feudal basada en la tierra (aún más, el subsuelo metalífero continuó siendo propiedad inalienable de la Corona). 

Tempranamente y ante de las regulaciones se estableció una planificación rectilínea, con grandes iglesias y calles espaciosas, de las ciudades españolas en América, a menos que se tratara de fronteras o costas, no tenían amurallamiento.

A pesar de las instrucciones de la Compañía de Virginia para copiar el modelo hispánico y a reunirse por cuestión de defensa. 

Los colonos se resistieron (ante su percepción de que los pueblos originarios no cooperarían) por lo que ampliaron sus tierras en detrimento de los indígenas y, pasada la amenaza, los colonos se dispersaron, mantuvieron su carácter rural y no se establecieron ciudades (la oligarquía vivía en las fincas y no en las urbes, por lo que se reunían en juzgados e iglesias).

A diferencia de otras colonias británicas y en especial de la experiencia ibérica, hubo gran afluencia de familias en la bahía de Chesapeake, lo que dio mayor cohesión social así como proyección de construcción de un orden divino. 

Tanto en Massachusetts y en Virginia la posesión sin trabas del suelo permitió una colonización permanente. 

Si bien en Massachusetts primó por más el interés religioso, todas las colonias se manejaron, según el autor, con la ganancia como objetivo. 

No obstante, la tensión entre beneficio personal e ideal colectivo religioso evitó la constitución de una clase de terratenientes poderosos y estimuló granjeros independientes en Nueva Inglaterra. En el resto, como Pensilvania, esto tardaría mucho más.

Si en el caso de la América española, ya como los virreinatos de Perú y Nueva España, hubo grandes restricciones demográficas para combatir el poder de los encomenderos y la masa de españoles pobres que delinquían. 

En el caso de las colonias británicas no hubo tales políticas, lo único que obstaculizaba las migraciones al interior eran los conflictos con y entre indígenas. 

Si bien necesitaba cierta cooperación originaria para procurarse suministros y sus redes de comercio, pero ya para antes de mitad del siglo XVII, una serie de conflictos  justificaron el exterminio.

La posición británica respecto a la población originaria y tierra americana era ambigua. Por una parte, se planteaba como una tierra despoblada o desértica, que debía ser puesta en forma y por ende se concentraban demográficamente en torno a mecanismos defensivos.

Por otra, debido a la influencia religiosa se confiaba en la capacidad de la domesticación del espacio, por lo que se dieron avances violentos por sobre la población.

Ante la gran tasa de mortalidad (debido a la conflictividad, así como a la comida y ambiente distintos), tanto ingleses como españoles dependieron de un flujo constante de inmigrantes. 

También en ambos casos el aliciente para ello fue la presión demográfica, particularmente para los varones jóvenes y eventualmente a través de redes familiares trasatlánticas. 

La fundación de la Casa de Contratación y un solo puerto de acogida venía a filtrar a través de la presentación de documentación de origen y luego por la limpieza de sangre (que prohibió en parte a extranjeros, gitanos y minorías religiosas la emigración). 

No obstante, estos esfuerzos fueron sorteados por falsificaciones y no se logró delinear un tipo de emigración (es decir, familias enteras o emigración de esposas, al no estar dispuestos a establecer viajes gratis por pago en trabajo, es decir, servidumbre blanca como en el caso inglés). 

Si bien tuvo una influencia el costo de los traslados, fue el uso generalizado de indígenas y luego de mano de obra esclava africana el que redujo las posibilidades de empleo y por ende oportunidades laborales.

Por el contrario, además del incentivo de la superpoblación en Inglaterra, el exterminio indígena significó que había mayor necesidad de emigración con fines laborales desde América del norte. 

Aún más, la atrayente oportunidad que implicaba emigrar a Irlanda hizo aún más grande la necesidad de mejorar los incentivos, promocionándose la fertilidad y ausencia de gentes de la tierra americana. 

Por otra parte, las cartas de las redes familiares trastlánticas y la religión fueron los otros grandes alicientes. 

Debido a los también apremiantes costos de traslado y víveres, se estableció el sistema de headright system por el cual se concedían hectáreas y se incrementaban conforme más gente acompañaba, y el sistema de indenture o contrato de servidumbre. 

Esta última fue la dominante hasta que los colonos de Antillas y América del norte comenzaron a importar sistemáticamente mano de obra esclava.

Frente a los pueblos americanos 

A pesar de la incomprensión o minimización de la diversidad por los conquistadores, América disponía de una enorme heterogeneidad cultural. 

Los europeos transitaron entre las percepciones de estas gentes como seres que no habían conocido el primer pecado, bestias al punto de la animalidad, o tenían sociedades civilizadas similares a las propias. 

La mayor divergencia era entre la posibilidad o imposibilidad de convertir a la población indígena al cristianismo. 

Para el autor, si bien los ibéricos y luego los británicos totalizaban a la población americana como “india”, tenían conciencia de su diversidad (como lo demuestra el manejo de Cortés, ayudado por Malinche, de los aztecas y sus poblaciones subsumidas, así como John Smith y su interprete Savage).

Tal diversidad alentó la curiosidad de los europeos, la admiración frente a las civilizaciones mexica e inca puso en jaque momentáneamente la idea de la barbaridad debido ya a la experiencia inicial en las Antillas. 

En el caso británico, solo las tribus algonquinas alrededor de Powhatan y del bajo Mississippi parecía similar a las organizaciones sociales europeas

La descentralización en zonas de influencia como la maya dificultó la conquista de Yucatán.

Para Elliott, la superioridad europea no se basó en el uso de las armas de fuego (que no se adaptaban bien al clima), sino más bien a las espadas de acero y los caballos, y al impacto psicológico inicial de este armamento. 

No obstante, como se verá en la resistencia mexica y el levantamiento de Manco Inca (1536), los indígenas también se adaptaron a estas. 

El descubrimiento de yacimientos metalíferos en el noreste de México, se dio la creación de los primeros ejércitos profesionales del virreinato de Nueva España. 

Por su parte, la necesidad de defenderse y avanzar sobre las fronteras llevó al establecimiento de milicias y ejércitos profesionales, que requirió de nuevos impuestos que fueron rechazados por los colonos ingleses. 

Este carácter conflictivo aumentó conforme los asentamientos fueron más autosuficientes, menos necesidad tuvieron de los indígenas.

Para el autor, la primera aculturación es la de la guerra, ya que al terror ante el armamento europeo llevó rápidamente al interés indígena por poseerlas (y la preocupación europea por sacar rédito sin que fuera en su detrimento, siendo los españoles los cuales prohibieron en todas sus formas la venta a los indios). 

Rápidamente los indígenas adoptaron los caballos y la idea de la tierra y la ganancia como fundamentos para la guerra.

Más allá de los abusos, asesinatos y contagio de enfermedades endémicas, los españoles no tenían necesidad del exterminio de una población indígena que les tributaba y podían capturar como esclavos. 

Mientras tanto, los sucesivos colonos ingleses se encontraron con un territorio cada vez más despoblado, debido a las enfermedades.


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