Hasta la fundación definitiva de la villa de Santiago del Estero en 1553, no ha comenzado realmente el proceso de asentamiento hispano de forma estable en toda el área y, por lo tanto, el desfase entre la cronología peruana y la del área tucumana llegaría a ser de más de veinte años (casi una generación).
La expedición que comandaría en principio Diego de Rojas es uno de los resultados de esa política de aliviar al Perú de sus inquietos soldados.
Carecemos de datos cuantitativos fiables sobre esta entrada, se habla de alrededor de dos centenares de hombres.
Tampoco sabemos el trayecto exacto por el que pasaron, pero, Rojas, después de atravesar la Quebrada de Humahuaca y los valles calchaquíes, encontró la muerte en Santiago del Estero en combate con los indígenas, su sucesor era un desconocido llamado Francisco de Mendoza.
Esto aceleró las disputas internas en la hueste. Una nueva expedición hacia el Tucumán fue encargada a Juan Núñez de Prado.
Sería el encargado de llevarla adelante desde 1549 con unos doscientos hombres.
De esta expedición surgieron las primeras fundaciones de poblaciones españolas en el territorio tucumano y los conflictos jurisdiccionales con el entonces gobernador de Chile, Pedro de Valdivia, que se arrastrarían durante casi quince años, hasta que la Real Cédula de 1563 independizó definitivamente a esta región de Chile.
Hasta el siglo XVIII, la región de Cuyo, pese a sus intensos contactos económicos con el área tucumana y rioplatense, dependió formalmente de Santiago de Chile.
Santiago del Estero, fundada en 1553, fue la única población que sobrevivió a una serie de intentos realizados en esos años en todo el área tucumana y constituye la villa española más antigua de aquella zona.
Desarrollaría para el Tucumán un papel similar al que desempeñó Asunción en Paraguay, el Alto y el Bajo Paraná: la de ser «madre de ciudades» y origen de las huestes que realizaron otras fundaciones en las décadas siguientes.
Las ciudades tucumanas del «camino de Potosi» A partir de Santiago del Estero se fueron extendiendo una serie de fundaciones de muy humildes, villorios españoles que sobrevivirían en función de las relaciones con el área minera altoperuana, en especial con Potosí.
Con los cambios tecnológicos como el procedimiento de amalgama impulsó un incremento de la producción argentífera y dio como resultado una multiplicación de la capacidad de atracción y de polarización regional de Potosí y de la minería altoperuana en general, cuyos efectos de arrastre llegaron hasta el área tucumana y rioplatense.
Junto a ese polo ordenador primero que es la minería altoperuana, dos elementos más conformaron el ritmo económico de este primer Tucumán colonial.
Las relaciones con Chile y los nexos con el litoral fluvial y el atlántico, ya que es un área de paso entre corrientes mercantiles y flujos económicos.
El transporte será, como veremos, una de las actividades principales en las que los primeros colonizadores ocuparán a sus indios encomendados.
En 1573 se fundó la ciudad de Córdoba, destinada a reemplazar a Santiago del Estero como núcleo urbano mercantil más importante de Tucumán, en el centro del territorio rioplatense, como auténtico nudo de caminos entre el Atlántico, Cuyo y el norte tucumano.
Unos años más tarde, en 1582, después de varios intentos fracasados ante la fiera resistencia indígena, fundaron Salta. Casi diez años después, en 1591, se estableció Todos los Santos de la Nueva Rioja.
El siglo XVI vio una fundación más en este camino potosino: en 1593 nació la ciudad de San Salvador, en el valle de Jujuy, en las puertas de la Quebrada de Humahuaca.
A finales de siglo, no más de 250 vecinos «españoles» (o al menos tenidos por tales por sus contemporáneos) constituían el núcleo dominante de la población de todas esas pobres villas hispanas, siendo Santiago del Estero y Córdoba las más pobladas.
De éstos, unos 150 eran encomenderos que regían la vida de varias decenas de miles de tributarios indígenas, con una población total de entre 150.000 a 270.000 individuos.
En cuanto al fenómeno de la caída demográfica indígena se da un proceso de disminución de la población indígena similar al de Paraguay.
¿Qué sabemos sobre las relaciones blanco/indio en el período más temprano en las áreas controladas por los vecinos de ese puñado de ciudades tucumanas?
Poco, muy poco. Las encomiendas se basaban en el servicio personal, como las paraguayas. También coincidían en dos tipos de prestaciones personales, las reguladas por turnos, conocidas como «mitas» en toda el área rioplatense, y el yanaconazgo.
A diferencia de otras regiones, en el Tucumán no pareció haber existido el sistema de «repartimiento de trabajo» (provisión de trabajadores a empresarios hispanos no encomenderos).
Como ocurrió en el Paraguay, había sensibles tensiones entre ambos sistemas de explotación de la fuerza de trabajo indígena y una fuerte tendencia a que, al menos una parte, de los primeros (es decir, los mitayos) se convirtiesen en los segundos.
Es lo que en Paraguay se llamo «tendencia a la yanaconización del mitayo».
Pero también se concedieron yanaconas a individuos que, en realidad, no eran sus encomenderos, otorgándose así un derecho de servidumbre personal perpetua a un español sobre un indígena desarraigado de su pueblo e incluso en contra de los derechos de encomienda original que otro colonizador poseía sobre dicho pueblo.
Otra fuente del yanaconazgo era la captura lisa y llana de «piezas de indios», que posteriormente eran entregadas en servidumbre perpetua a su captor.
De esta práctica nació la costumbre de realizar «correrías» y «malocas» entre los poblados indígenas a los efectos de capturar las piezas que, supuestamente vencidas en la guerra, eran así «yanaconizadas».
Entre las peculiaridades del yanaconazgo tucumano está la de permitir a los conventos y órdenes religiosas la posesión de estos indios encomendados, algo que estaba taxativamente prohibido por las leyes.
En cuanto a la duración de esta condición, sabemos que había yanaconas «perpetuos», como en Perú, pero también existieron mercedes de encomiendas de yanaconas limitadas a las dos vidas legales.
Los pueblos de encomienda (vamos a referirnos ahora a los indios de los pueblos).
Comenzaremos por Santiago del Estero sobre los pueblos de Soconcho y Manogasta y sobre la encomienda de Maquijata.
A continuación hablaremos de los pueblos de encomienda cordobeses, deteniéndonos en el caso de Quilpo. Aparentemente, estos dos pueblos son el resultado de la re-agrupación de una serie de aldeas de diversas etnias.
Desde su más temprana dominación española, estos pueblos fueron destinados a la producción textil que estaban destinadas a ser vendidas en Potosí y en Chile.
Aparte de estos textiles, una serie de otros productos alimenticios integraban el tributo de estos pueblos.
Notemos que, pese a que estrictamente los tributarios eran los varones entre los quince y los cincuenta años, el tributo textil comprendía asimismo el trabajo de las mujeres como hilanderas.
Un aspecto de estos pueblos resulta interesante. Aunque está documentada la presencia de curacas, al parecer su papel en la comunidad era bastante más débil que el que conocemos para el mundo andino.
En Soconcho y Manogasta, en los primeros años y antes de pasar a la Corona, también tributaron en hombres.
Es decir, la «saca de indios» hacia Potosí en el período más temprano fue uno de los primeros elementos que desestructuraron gravemente a estos pueblos, porque estos pueblos, pese a estar teóricamente bajo la Corona, igualmente estaban obligados a entregar las mitas de servicio para los españoles.
De ese modo, este trabajo, se sumaba al de las hilanzas, tejidos y otros productos ya mencionados.
Hablemos ahora del caso de Maquijata. Los tributos se pagaban fundamentalmente en piezas textiles. Las mujeres hilaban el algodón que, posteriormente, era trabajado por los varones en edad de tributar.
El algodón debía transportarse desde otros pueblos, pues no era producido en el lugar. El mercado para estos productos textiles era Potosí. Vayamos ahora al ejemplo cordobés de Quilpo.
Se trata, sin lugar a dudas, del caso tucumano mejor conocido hasta la fecha. Los indios, bajo la mirada vigilante del poblero (figura equivalente a un capataz o encargado de menor jerarquia que el encomendero), debían trabajar produciendo ante todos piezas textiles, principales elementos de que se componía el tributo en Quilpo.
Si bien sus cantidades son realmente bajas, la posibilidad de enviarlas al mercado potosino o chileno proporcionaban al encomendero una apreciable ganancia.
Pero hay más: también los indios estaban obligados a prestar servicios al encomendero. Y eso no es todo. Sabemos que una parte de los ganados del encomendero y una parte de sus sementeras se hacían en las tierras ocupadas por el pueblo de Quilpo gracias al trabajo de sus encomendados.
Finalmente, como en los restantes ejemplos citados, los indios hacían de cargadores y arrieros en los viajes hacia Chile y otros lugares.
En los tres ejemplos hay algunos aspectos que deberíamos destacar. Ante todo, tenemos certeza de que los «pueblos» de encomienda son el resultado de la reagrupación de otros poblados indígenas originarios.
Proceso similar al de las reducciones o congregaciones que existieron en otras áreas, pero realizado exclusivamente por la acción de los encomenderos, sin intervención religiosa o estatal organizada, como fue el caso andino o novohispano e incluso, paraguayo.
Esta reorganización del territorio original, realizada por los empresarios hispanos, muy pocas veces fue atenta a las necesidades indígenas. Esto aceleró la crisis alimentaria indígena.
Hay aquí una ruptura del patrón original de subsistencia. Otra enseñanza que nos dejan los tres casos tratados: la punción en hombres es siempre muy alta.
Ya sea por la «saca de indios» hacia el Alto Perú minero, ya sea como «cargadores» hacia Potosí y Chile.
Otro hecho que los asimila: la función de administradores y pobleros como personajes indispensables en la organización de la explotación de la fuerza de trabajo indígena y como mediadores entre encomenderos y encomendados.
Los europeos en la región cuyana. El primer español que pasó por la región fue Francisco de Villagra en 1551, pero el asentamiento estable se inició con la fundación de la ciudad de Mendoza diez años más tarde, en 1561.
Ya desde esos primeros contactos de 1551 se iniciaron las encomiendas, pero, en ese primer período, los encomenderos residían en Chile y los indígenas eran obligados a acudir a servirlos allí.
Al año siguiente se estableció San Juan de la Frontera y probablemente en 1594 un contingente cuyano fundó San Luis de la Punta.
Éstas fueron las tres villas españolas de importancia del área cuyana. La encomienda estaba organizada, al igual que en Paraguay y Tucumán, a partir del servicio personal y de la división entre mita y yanaconazgo.
Pero la característica regional de la mita cuyana hacía que los servicios que los tributarios se realizaran del lado chileno de la cordillera.
¿Cómo se realizaban estas prestaciones de los huarpes del otro lado de la cordillera?
En la mayor parte de los casos, se trataba de contratos de «alquiler» a través de los cuales se alquilaba lisa y llanamente la fuerza de trabajo indígena a empresarios no encomenderos.
Aparece así, en toda su desnudez, el carácter de renta que tuvo la encomienda hispana colonial.
Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias
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