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lunes, 2 de mayo de 2022

Resumen de las expediciones marítimas de Portugal en el siglo XV

DEL PUERTO DE LISBOA A LOS VIAJES DE RESCATE 

Con los inicios del proceso de expansión atlántica europea, característico de los siglos XV y XVI, culmina el ciclo de la economía mediterránea, produciéndose un cada vez más acentuado movimiento de traslación de los ejes del comercio y de los intercambios hacia el Atlántico y al oeste de Europa. 

Un proceso que Fernand Braudel ha considerado la génesis de la «economía-mundo». 

Entonces se originó la extensión del universo occidental hasta tierras desconocidas, una expansión en la que las monarquías ibéricas primero y los demás reinos atlánticos después (Inglaterra, Holanda, Francia, especialmente) desempeñaron un papel trascendental. 

Portugal se había volcado sobre las aguas oceánicas desde fechas tempranas. Las islas Azores (1.400 km al oeste de Lisboa), eran avistadas en el siglo XIV, al igual que Madeira. 

Posteriormente, en busca de oro y esclavos, llegaron a conocer muy bien el litoral africano, bajando la costa desde Ceuta, a la que conquistaron en 1415, hasta el río Senegal (1444) y el Cabo de Buena Esperanza, el extremo sur de África (1487); incluso lograron llegar a regiones tan alejadas como Madagascar, Mozambique y aun a la misma India, el reino de Calicut. 

Azores y Madeira no tenían población nativa cuando los portugueses comenzaron a instalarse en ellas. 

Utilizaron la fórmula que luego usarían en la costa africana: territorios autónomos que se entregaban como «capitanías» o «donatarias» a personas de confianza, normalmente de la nobleza, para que se encargasen de su explotación y gobierno en nombre del rey de Portugal. 

Así pues, durante el siglo XV y principios del XVI, los portugueses habían creado un imperio marítimo casi sin territorialidad, basado en el dominio de las rutas marítimas, apoyadas en islas y en puertos situados en las costas de África, que luego proseguirían por Asia y por América. 

El rey Dom João II llego a ordenar explorar a conciencia las costas del sur de este continente para conocer con certeza donde terminaba África. 

La expedición hacia la India la emprendió por orden real Vasco da Gama en 1497, ésta fue la primera navegación directa Lisboa-India, que abrió a Portugal las puertas de Oriente. 

Por tanto, el Atlántico, tanto central como meridional, fue un océano portugués a lo largo del siglo XV, y Lisboa la capital de ese imperio marítimo, conocida como «A Senhora dos Mares», en cuyos puertos ancoraban embarcaciones a finales del siglo XV y principios del XVI procedentes de Génova, Venecia, Dunkerque, Bristol o Flandes, etc. 

Esta intensa actividad comercial fue posible gracias a una antigua red de mercaderes, tejida desde época antigua y compuesta en su mayor parte por judíos, que comunicaba intensamente a Lisboa con Italia y los Países Bajos. 

Los monarca portugués conscientes de la importancia de este comercio con el Atlántico africano, habían conseguido desarrollar una excelente escuela de navegación y cartografía en Sagres y Lisboa. 

Desde 1420 funcionaba la famosa Escuela de Sagres, para formar marinos y cartógrafos. A la vez, en los astilleros lusitanos del Algarve, Porto y Lisboa diseñaron un navío capaz de navegar en alta mar incluso frente a vientos contrarios, o adentrarse en las desembocaduras de los ríos africanos: era la carabela, con toda seguridad el mejor buque de la época. 

Pero también los marineros y patrones de navíos del suroeste andaluz habían conseguido acercarse tradicionalmente a las playas africanas. 

No cabe duda de que la región de Europa mejor ubicada para realizar la travesía atlántica hacia África (luego hacia América) son las costas del sur de Portugal y del occidente andaluz. 

Desde allí, los alisios empujan con facilidad hacia Canarias, y desde éstas hacia el oeste. Su anexión definitiva a la corona de Castilla no se produciría hasta 1479 cuando, los comerciantes genoveses de Sevilla y Lisboa se animaron a aportar capitales para tal empresa castellana, una empresa en la que, en casi todo, se siguió el modelo portugués. 

Pero, a diferencia con las otras islas atlánticas, las Canarias sí estaban pobladas, lo que no representó un grave problema. Sus nativos, los guanches, fueron rápidamente exterminados en las guerras de invasión y los supervivientes vendidos como esclavos en Sevilla. 

En las islas se implantó el modelo madeirense (tala de bosques y plantación de azúcar), aunque su producción fue siempre inferior a la de las islas portuguesas. 

La guerra luso-castellana de 1475-1479 por la sucesión al trono de Castilla, llevó a una de las pretendientes, Isabel, llamada luego la «Reina Católica», a conceder patentes de corso mediante la fórmula de la «capitulación» a aquellos particulares que quisieran emprender acciones contra los portugueses, con el fin de estorbarles el tráfico de Guinea o para hacer rescates en las costas de control lusitano, entregando una parte de los beneficios a la Corona. 

A finales del siglo XV, "la mar océana"(titulo con que los reyes católicos distinguieron a los almirantes de las capitulaciones de Santa Fe) había dejado de ser un misterio insondable y los navíos portugueses y castellanos pugnaban por llegar antes y más lejos. 

La rivalidad entre castellanos y portugueses por el tráfico oceánico había ido resolviéndose en varios tratados firmados entre las dos coronas. 

Uno de los más importantes fue el de Alcáçovas, de 1479, resultado de la guerra peninsular, por el que se prohibía a los castellanos navegar al sur de las Canarias. 

De ahí que la propuesta realizada por un comerciante genovés de nombre Cristóbal Colón a los reyes de Castilla y Aragón para navegar hacia el oeste desde las Canarias buscando la India, sin vulnerar la línea de Alcáçovas, pareciera sugerente. 

No significaba en sí misma una gran novedad porque, como hemos visto, las navegaciones atlánticas eran frecuentes, pero tenía el interés de que si eran ciertos los cálculos del genovés, Castilla podía adelantarse a los portugueses en la Carrera de India, llegando a Calicut y a las islas de las especias de Molucas o Ceilán en menos tiempo, sin tener que realizar el largo camino africano ni sobrepasar la línea del tratado. 

En la propuesta de Colón, además, no se hallaron grandes imposibilidades geográficas, en cuanto que la mayor parte de los cosmógrafos de la época ya aceptaban la esfericidad de la Tierra. 

La propuesta de Cristóbal Colón a los reyes de Castilla y Aragón era una empresa con pocos riesgos para la Corona castellana, y en cambio podía aportar notables beneficios. 

Cuando aceptaron autorizar el viaje aplicaron la misma fórmula de la «capitulación » ya utilizada anteriormente, y encargaron la realización de la travesía a los marineros y navegantes del suroeste andaluz. 

El itinerario seguido por Colón en este primer viaje demuestra que sabía por donde había de navegar. Sólo parece haberse puesto un tanto nervioso a la ida, después de más veinte días de navegación tras abandonar las Canarias aún no había hallado tierra. entonces decidió desviarse al noroeste. 

Si hubiera continuado su derrota original, hubiera llegado mucho antes a las Antillas Menores. Por eso la corrección del rumbo le llevó a las Bahamas, al norte de Cuba. 

En cambio, el regreso fue perfecto: resulta difícil imaginar un derrotero más acertado para volver que el que tomó Colón. De aquí que deduzcamos que conocía a la perfección la navegación, los vientos y las corrientes atlánticas. 

A su regreso, Colón desembarcó en las Azores. Allí fue detenido y su tripulación puesta presa por tratarse de castellanos en aguas portuguesas según el tratado de Alcáçovas. 

Prometiendo ir a Lisboa continuó rumbo oeste, y llegó a la capital portuguesa el 4 de marzo. Decía haber tardado 30 días en llegar y 28 en regresar. En Lisboa se entrevistó con el rey Dom João II. 

Nada más marchar Colón, el monarca portugués ordenó enviar una flota al mando de Francisco de Almeida. Tras un recibimiento triunfal en Andalucía, Murcia y Levante, Cristóbal Colón llegó a Barcelona donde le esperaban los reyes Isabel y Fernando. 

Los convenció de que debía regresar inmediatamente con una gran expedición de colonos. Obtuvo autorización para repetir el derrotero, y en virtud de las capitulaciones y contratos firmados con los reyes se dispuso a enseñorearse de las nuevas islas como virrey y almirante de la Mar Océana. 

A la vez, la corte castellana conseguía del papa Alejandro VI la donación de todas aquellas islas del poniente por derecho de descubrimiento con la obligación de evangelizar a sus naturales. 

En la segunda expedición, la numerosa flota de navíos halló, La Española sin dificultad. Según lo planeado, esta vez llevaba a las nuevas tierras un buen número de colonos, animales y herramientas en el afán de establecer en La Española un emplazamiento perdurable: una factoría cuyos socios principales serían la Corona de Castilla y la familia Colón, dedicada al rescate y acopio de productos para remitirlos a Europa. 

Sin embargo, el carácter de estos primeros colonos andaluces y castellanos no parecía encajar en el proyecto colombino de factoría comercial; deseaban seguir el esquema tradicional conformado a lo largo de ocho siglos de «reconquista», según el cual cada poblador se transformaría con rapidez en señor de tierras y siervos para vivir holgadamente de las rentas que éstos produjeran. 

El mercantilismo colombino tuvo que ceder su lugar a una especie de ahidalgamiento y enseñoramiento, en aquellas tierras y con aquellos indios, de los hasta ayer rústicos campesinos y marineros, alegando que no habían cruzado el mar y abandonado los campos para continuar tras el arado o junto al azadón. 

Para eso estaban los nativos. Colón, mejor nauta que político, mientras ordenaba capturar esclavos indios y remitirlos a España para pagar las deudas contraídas con los comerciantes en Sevilla, porque no halló oro ni las tan predicadas riquezas, continuó con sus exploraciones, «descubriendo» nuevas islas (Jamaica) y deteniéndose en las costas de Cuba. 

En 1498, en un tercer viaje desde Andalucía, reconoció la desembocadura del Orinoco, la isla de Trinidad y las costas de la futura Venezuela, regresando a La Española donde le esperaba una sublevación general de colonos, la ruina del proyecto de factoría y un administrador real, Francisco de Bobadilla, que lo envió preso a España por mala gestión general y descontento de todos los vecinos. 

Este Bobadilla, que sí conocía la idiosincrasia castellana, «repartió» tierras e indios utilizando la vieja fórmula medieval de la encomienda, desarrollada en Castilla durante ocho siglos de frontera con los musulmanes, y si no alcanzó a lograr la paz, sí comenzó con él un régimen de explotación integral de los recursos humanos y naturales del mundo americano. 

El rey de Portugal, aprestó en pocos meses una nueva expedición al mando de Pedro Alvares Cabral para que navegara otra vez la misma ruta africana; pero encargándole que, a la altura de Cabo Verde, cambiara el rumbo y marchara hacia el oeste para ver qué hallaba. 

Se encontró en el año 1500 con las tierras verdes de la mítica Brasil. Así la «India» se hizo plural: Indias orientales e Indias Occidentales. 

El éxito de las primeras singladuras colombinas originó entre los marinos andaluces una gran avidez por repetirlas, esta vez por cuenta propia, lo que obligó a la corte castellana a reglamentarlas. 

Siguiendo el modelo de Colón, los reyes concedieron licencias para navegar hacia Occidente mediante contratos o capitulaciones a determinados maestres de naos del suroeste español a cambio de demarcar tierras, tomarlas en nombre de Castilla. 

Para entonces, la eterna rivalidad entre Castilla y Portugal por el control oceánico había derivado en un nuevo y más grave problema: la ruta portuguesa por África quedaba obsoleta si era cierto que a la India se llegaba antes por Occidente, de ahí que comenzaran las presiones lusitanas sobre Castilla y sobre el papado para lograr una línea de exclusividad para Portugal, similar a la que obtuvieron en Alcáçovas. 

Por su parte, Castilla no dejó de presionar a su vez sobre Portugal para que se alejara de las nuevas islas y continuara desarrollando su ruta de África. 

La solución a estas disputas fue el acuerdo de trazar una nueva línea de exclusión recíproca, esta vez norte-sur, a partir de las posesiones portuguesas más occidentales: Cabo Verde. 

Primero se estableció esa línea a 100 leguas al oeste de estas islas, pero los portugueses no hallaron tierra alguna a esa distancia. 

En un nuevo tratado, el de Tordesillas, el año 1494, la extendieron hasta 370 leguas más allá de Cabo Verde. 

El monarca portugués quedó satisfecho porque al este de la línea de Tordesillas aparecieron las míticas tierras de Brasil y, sobre todo, porque eso le permitía navegar también hacia Occidente con libertad. 

Si el tratado resultó un éxito para Portugal, porque les abría la ruta hacia las Indias Occidentales, no lo fue menos para Castilla, que obtenía la exclusividad y la donación pontificia del resto de las tierras, desde luego muchos más extensas que las portuguesas. 

Ahí entró el Caribe, al oeste de la línea de Tordesillas. El Caribe, ya desde entonces un Mediterráneo para los navegantes, comerciantes y colonos españoles.

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