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domingo, 1 de mayo de 2022

Resumen de LA CIRCULACIÓN DE BIENES Y ENERGÍA HUMANA EN EL MUNDO ANDINO

El hecho más importante que podemos destacar es la inexistencia —al menos en el área central del espacio andino— de un sistema de mercados como el que existía contemporáneamente en Mesoamérica. 

Los bienes y la energía circulaban, pero no lo hacían a través de mercados, sino gracias a un complejo sistema de acceso a los recursos. 

Ejemplo: El grupo étnico de los chupaychu en el Perú actual, en la región del Alto Huallaga, estaba compuesto de unas 2.500 á 3.000 unidades domésticas. 

Su núcleo étnico —es decir, el lugar en donde se concentraba el mayor número de unidades domésticas y en donde se hallaba la residencia de las autoridades étnicas— estaba situado en la sierra, a unos 3.000-3.200 metros, y allí se encontraban los recursos más importantes, como los tubérculos y las diversas variedades de maíz. 

A unos tres días de marcha hacia las alturas de la puna, a más de 4,000 metros, estaban los rebaños de camélidos y las salinas. 

Estos recursos estaban controlados por pequeñas colonias chupaychu que se hallaban asentadas de forma permanente en el lugar. 

Es decir, esa colonia de los chupaychu se mantenía allí de forma estable. Otro tanto ocurre con colonias que se hallaban en los valles de las tierras más cálidas (las yungas) en donde se hallaban los cocales, el ají, el algodón. 

Allí se explotan también las maderas y otros productos de la selva. Uno de los elementos más notables de este modelo andino de circulación es que las colonias alejadas del núcleo, como las de los chupaychu, solían estar acompañadas de colonias de otros grupos étnicos. 

Es decir, las colonias eran multi-étnicas, pues esos nichos ecológicos en donde se pueden explotar determinados productos, eran compartidos con los mitimaes (colonos) de varios otros grupos cuyos núcleos demográficamente más importantes se hallaban también en los valles serranos. 

¿Y cómo circulaban los productos entre las colonias y el centro de este archipiélago? Se realizaba a través de las diversas formas de reciprocidad ligadas al parentesco. 

Así, varias veces al años, los mitimaes «bajarían» de la puna o «subirían» de las yungas hasta el núcleo étnico para intercambiar la lana, la coca o los ajíes por papas, maíz o quinua con sus parientes y aliados que vivían en los valles serranos. 

Quienes, a su vez, los intercambiarían con otros parientes y aliados del propio núcleo étnico. O sea, en realidad, en este caso tampoco hay formas de mercado como las mesoamericanas. 

Los productos circulan, atraviesan grandes distancias, pasan de mano en mano, pero, lo hacen sin que ello dé lugar a que surja —al menos en el área central del mundo andino — un sistema de mercados. 

Así pues, estamos ante lo que podríamos llamar un auténtico «modelo andino» de control de recursos y de circulación de bienes que funcionaría en todos los niveles de esta compleja sociedad. 

Dando cuenta así de un mecanismo isomórfico, modelo que presupone la ausencia de todo tipo de sistema de mercados y que hallaba su fundamento en la necesidad de acceder a varios nichos o pisos ecológicos en un medio ambiente tan particular como el andino. 

En el cual, las variaciones de altura, humedad e insolación pueden ser muy marcadas en un espacio relativamente reducido. Esas múltiples variaciones permiten acceder a una multiplicidad de recursos y, además, posibilitan repartir los riesgos inherentes a la producción agrícola campesina en un medio ambiente frágil e inhóspito como el andino. 

Los límites del modelo justamente, en los márgenes del espacio andino, este modelo encuentra sus límites estructurales. En las sociedades andinas nos encontramos con el fenómeno de la circulación de energía humana a través del tributo. 

La diferencia más notable con relación al tributo en Mesoamérica es que en el mundo andino las formas de tributación son siempre —salvo en los casos de las áreas periféricas— en servicios, es decir, en trabajo. 

Las grandes tareas colectivas en función de la construcción de obras hidráulicas, andenes, tambos, etc., como los servicios debidos a las autoridades y a los cultos étnicos eran (desde mucho antes de la dominación inca) una obligación de las comunidades campesinas que la realizaban de forma rotativa (mit’à en quechua). 

Pero, como hemos dicho, el tributo en especie no existía sino muy marginalmente y en el caso de las relaciones con los grupos indígenas de las áreas periféricas como, por ejemplo, las selváticas. 

Este papel marginal de la tributación en productos explica la sorpresa de los grupos andinos ante las exigencias de los encomenderos después de la conquista. 

El hecho de hacerlos tributar en especie atentaba contra sus costumbres más tradicionales. Pues sólo los indios «salvajes», según sus propias acepciones, como es el caso de los de la selva, se hallaban obligados a este tipo de tributación en la época prehispánica.


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