J. Edgar Hoover: el arquitecto del FBI y el poder en las sombras
Durante casi medio siglo, John Edgar Hoover fue mucho más que un funcionario público. Se convirtió en una figura temida, respetada y, con el paso del tiempo, profundamente polémica. Dirigió el FBI durante 48 años, desde 1924 hasta su muerte en 1972. Para algunos, fue un visionario que modernizó las fuerzas de seguridad estadounidenses; para otros, un hombre que acumuló demasiado poder y lo usó sin rendir cuentas.
Un joven brillante en la capital
Nacido el 1 de enero de 1895 en Washington D.C., Hoover creció en el barrio de Capitol Hill. Desde joven mostró una inclinación por el orden, la disciplina y el debate. Participaba activamente en el equipo de oratoria de su escuela, donde incluso defendió públicamente posturas como la oposición al sufragio femenino, algo que en su época no era raro, pero que hoy resulta revelador de su mentalidad conservadora.
Se formó en Derecho en la Universidad George Washington, al mismo tiempo que trabajaba en la Biblioteca del Congreso. Allí desarrolló una fascinación por los sistemas de archivo y la recopilación de información, algo que más adelante aplicaría con maestría —y controversia— en el FBI.
El hombre que construyó el FBI
Hoover entró en el Departamento de Justicia en 1917 y rápidamente ascendió. En 1924, con apenas 29 años, fue nombrado director del entonces Buró de Investigación, antecesor del FBI. Su primera tarea fue purgar al organismo de agentes corruptos, instaurar procedimientos estrictos y profesionalizar la institución. Bajo su mando, el FBI introdujo archivos de huellas dactilares, laboratorios forenses y análisis científicos en las investigaciones, revolucionando la manera en que se resolvían los crímenes.
Se rodeó de un grupo leal, incluyendo a su secretaria personal Helen Gandy, quien permaneció a su lado durante más de 45 años. Sus reformas convirtieron al FBI en uno de los cuerpos de inteligencia más sofisticados del mundo, pero también lo convirtieron a él en una figura casi intocable dentro del gobierno.
Una sombra que lo cubría todo
Con el tiempo, el poder de Hoover creció más allá de lo institucional. Sus detractores lo acusaban de espiar, chantajear y amedrentar a políticos, activistas y ciudadanos comunes. Utilizó al FBI para vigilar a figuras clave del movimiento por los derechos civiles, como Martin Luther King Jr., y para atacar a disidentes políticos durante el macarthismo y las protestas contra la guerra de Vietnam.
Se decía que tenía expedientes secretos sobre todos, incluso sobre los ocho presidentes con los que convivió. Aunque algunos biógrafos, como Kenneth Ackerman, afirman que esto es un mito, lo cierto es que ningún presidente logró destituirlo, por miedo o conveniencia.
El propio presidente Harry Truman llegó a decir que Hoover estaba convirtiendo al FBI en una “Gestapo” estadounidense: “Está interviniendo en escándalos sexuales y usando el chantaje”, denunció. Después de su muerte, el Congreso limitó el tiempo que una persona puede estar al frente del FBI, en parte como reacción al poder que acumuló Hoover.
El legado contradictorio
Hoover falleció en Washington D.C. el 2 de mayo de 1972, a los 77 años. Su vida sigue siendo objeto de debates intensos. Para algunos, fue un patriota que profesionalizó la investigación criminal en EE. UU. Para otros, fue una figura autoritaria, que puso en jaque las libertades civiles en nombre del orden.
Lo cierto es que no se puede entender el FBI sin Hoover, ni la política del siglo XX sin su influencia desde las sombras.
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