En el marco del sistema de repartimientos de trabajo destinados a las empresas agrícolas de los europeos, los pueblos de indios asumieron la función de reproducir —con sus propios medios— una parte del total de fuerza de trabajo que requerían las empresas españolas.
Además proporcionaban también una parte no despreciable de los trabajadores de las minas del centro y entregaban los trabajadores que se ocupaban de las obras públicas.
Esta transferencia masiva de trabajadores desde los pueblos a la economía controlada por los españoles disminuyó la capacidad de auto-abastecimiento de las comunidades.
Hacia 1630, los dueños de las haciendas redoblaron su presión contra los sistemas de reparto forzoso y en favor de la libre contratación de los indígenas como jornaleros y peones.
En 1632, la Corona decidió suprimir los repartimientos de trabajo y aprobó la contratación voluntaria de trabajadores por parte de las empresas agrarias de los españoles.
Entonces se legalizó el sistema de los peones «acasillados» (que vivían en las «casillas» que los hacendados habían hecho construir dentro de los límites de sus haciendas).
Bajo este nuevo sistema, la Corona perdió gran parte de su poder para asignar y distribuir la fuerza de trabajo indígena y la hacienda se constituyó progresivamente en algo más que una unidad productiva.
En realidad, en una unidad económica y social permanente dedicada a producir alimentos para los mercados urbanos y mineros.
Contaba con su propia iglesia o capilla. Una parte relevante de la vida social en el medio rural pasó entonces a estar enmarcada en de las haciendas mismas.
Existían dos formas complementarias que utilizaban los empresarios españoles para controlar a los trabajadores.
En el norte, por ejemplo, el procedimiento más usual era el adelanto de dinero o ropa a cambio del futuro jornal y este mecanismo se repetía para mantener a los trabajadores continuamente endeudados.
En el Bajío y otras regiones, los hacendados y rancheros utilizaron otro sistema que consistía en rentar una parte de sus tierras a los campesinos bajo el compromiso de que éstos trabajaran para la hacienda en los momentos de las grandes labores estacionales de cada año.
El empresario recurría así a su recurso más abundante, la tierra, para atraer al recurso más costoso y menos abundante, la fuerza de trabajo.
El peso de la masa salarial se ve bien en las cuentas de las haciendas, donde este gasto es siempre uno de los más relevantes.
Por lo general, los trabajadores de estas haciendas no reciben salarios monetarios, sino que tenían un «crédito abierto» en la tienda «de raya» a precios inflados, acompañado por sus raciones de maíz.
Además, los propietarios rápidamente se impusieron la obligación de hacer frente a las responsabilidades del tributo que sufragaban a la Corona sus «acasillados» y los pagos que éstos debían al cura en concepto de gastos de bautismo, matrimonio, entierros, diezmo pío.
También les adelantaban unos pocos reales con ocasión de las festividades religiosas. A medida que los mercados mineros y urbanos crecían, la presión de las haciendas sobre los pueblos de indios para procurarse trabajo estacional fue en aumento.
El pueblo indígena sorteó esta presión mientras supo conservar el acceso a recursos. Cuando la tierra no era suficiente, había que emigrar hacia las ciudades, las minas o las haciendas vecinas.
Desde el siglo XVII se agregó en el centro y sur de Nueva España la presión de los alcaldes mayores a través del repartimiento de mercancías, o sea, el sistema de mercantilización forzosa, mediante el cual un funcionario hispano obligaba a los indígenas a recibir ciertas mercancías a cambio de mercancías futuras.
Como, por ejemplo, las mantas de algodón en Tehuantepec y Yucatán o la grana en toda la región de Oaxaca.
En el mundo andino, este papel lo desarrollaron los corregidores. Este sistema obligó a los indígenas a la búsqueda de mayores recursos monetarios o a producir más para el mercado dado que, como se verá, el repartimiento muchas veces tomaba la forma de adelanto de ciertas mercancías a cambio de mercancías futuras producidas por los pueblos.
¿Cuál era la relación entre las haciendas y el mercado?
A corto plazo, la estrategia de la hacienda consistió en sacar el mejor partido de la tendencia estacional de la oferta, la demanda y los precios agrícolas, mediante la construcción de enormes graneros que permitían almacenar la cosecha e evitar su venta en la época del año de precios bajos.
Además, la hacienda, desarrolló una compleja estrategia encaminada a aumentar al máximo el volumen de la producción destinada directamente al mercado y a multiplicar en el interior de la unidad productiva la diversidad productiva, en función del consumo de sus habitantes y en función de la producción de la hacienda.
Uno de esos objetivos fue la ampliación territorial de la hacienda y la acumulación en su interior de todo tipo de tierras aptas para la mayor gama de recursos posible.
Es decir, ésta tendió a transformarse en una empresa que comprendía un sector de monocultivo comercial y otro sector de poli-cultivo de auto-consumo, para producir casi todo lo que necesitaban sus trabajadores y administradores sin necesidad de pasar por el mercado.
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