La consolidación del poder bolchevique en Rusia tras la Revolución de Octubre de 1917 marcó el inicio de profundos cambios socioeconómicos y políticos, cuyo impacto reverberó más allá de sus fronteras, inspirando movimientos revolucionarios y reconfiguraciones geopolíticas en diversas partes del mundo.
En el ámbito interno, la facción bolchevique, liderada por figuras prominentes como Vladimir Lenin, se movilizó rápidamente para atender las demandas populares de "paz, tierra y pan".
En un gesto radical, abolieron la propiedad privada de la tierra, transfiriendo el control de esta a los comités agrarios locales y a los soviets, órganos de poder obrero y campesino.
Esta medida no solo buscaba reformar la estructura agraria del país, sino también consolidar el apoyo rural al nuevo gobierno.
La confiscación de los grandes latifundios y su redistribución entre las familias campesinas fue un golpe directo contra la antigua nobleza terrateniente y un intento de erradicar las desigualdades seculares en el campo.
A nivel internacional, la firma del Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918, aunque controversial dentro del propio Partido Bolchevique, reflejó la urgencia de Lenin por asegurar la paz con Alemania y retirar a Rusia de la Primera Guerra Mundial.
Esta decisión, no obstante, provocó la ruptura con los Social-Revolucionarios y exacerbó las tensiones internas, eventualmente conduciendo a un intento de asesinato contra Lenin y al inicio de la Guerra Civil Rusa.
La Guerra Civil (1918-1922) enfrentó al gobierno bolchevique ("Rojos") contra una coalición heterogénea de fuerzas anti-bolcheviques ("Blancos"), apoyadas intermitentemente por intervenciones extranjeras.
A estos se sumaron los denominados ejércitos "verdes" y "negros", con agendas propias y a menudo locales. Este periodo de conflicto armado fue marcado por la violencia extrema, el caos y una profunda reorganización del estado y la sociedad.
La economía se militarizó completamente bajo el régimen de "comunismo de guerra", lo que incluía la requisición de alimentos y la nacionalización de la industria y el comercio. La creación de la Cheka, la policía secreta bolchevique, buscó contrarrestar la disidencia y el sabotaje, pero su actuación se caracterizó por el uso sistemático del terror.
El Terror Rojo, implementado como política estatal durante este periodo, ha sido objeto de intenso debate historiográfico.
Mientras algunos lo ven como inherente a la naturaleza autoritaria del bolchevismo, otros lo consideran una respuesta a las circunstancias extremas de guerra civil y colapso social.
La situación interna comenzó a estabilizarse hacia 1921, cuando el gobierno bolchevique, reconociendo la insostenibilidad del "comunismo de guerra", introdujo la Nueva Política Económica (NEP), una medida que reintrodujo elementos de economía de mercado en la agricultura y el comercio, buscando revitalizar la economía y pacificar al campesinado.
En el plano internacional, la revolución rusa actuó como catalizador de movimientos revolucionarios y huelgas masivas a lo largo de Europa y más allá, evidenciando la esperanza y el temor que el nuevo régimen soviético inspiraba globalmente.
La fundación de la Tercera Internacional o Comintern en 1919 buscaba exportar la revolución socialista y coordinar las actividades de los partidos comunistas a nivel mundial.
Aunque inicialmente recibió un apoyo limitado, la influencia de la Comintern creció, particularmente en Europa, donde las secuelas de la Primera Guerra Mundial habían dejado una profunda crisis social y económica.
El caso de Alemania es particularmente ilustrativo, donde la abdicación del Kaiser Guillermo II en noviembre de 1918 abrió un periodo de intensa agitación social y política.
La represión del levantamiento espartaquista en enero de 1919, que culminó con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, demostró los límites y desafíos a los que se enfrentaban los movimientos revolucionarios en Europa.
En resumen, la secuencia de eventos desencadenada por la toma del poder por los bolcheviques no solo transformó radicalmente a Rusia, sino que también tuvo un profundo impacto en la geo-política mundial del siglo XX, desafiando el orden establecido y provocando reacciones en cadena en diversos contextos nacionales.
La historia de este periodo es un testimonio de la complejidad de la revolución y sus consecuencias, tanto esperadas como inadvertidas.
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