La derrota electoral de los militares en el ´73 no significó el alejamiento de estos del escenario político. Se encontrarán envueltos en las luchas intestinas de la agitada nebulosa peronista.
Su actitud será de “profesionalismo integrado” puesto que no se alejarán de la vida nacional. La colaboración entre militares y juventudes peronistas, será parte de este compromiso, el cual es propiciado por el general Jorge Carcagno.
Este debe renunciar y en su lugar asume Leandro Anaya, por lo que el estado mayor deberá adoptar una actitud de “profesionalismo integral”, con el objeto de preservar al ejercito de las luchas que enfrentan a los peronistas entre sí.
La muerte de Perón provoca un vacío político, que llevará a las FF.AA a acentuar su actitud de absoluta presencia, debido a la incapacidad de gobierno que tiene la nueva presidenta.
Desean evitar todo contacto con un régimen que se descompone rápidamente, más cuando personajes como López Rega rondan el escenario.
Pero la nueva presidenta busca obtener el compromiso militar en el apoyo al régimen, así es como Anaya debe abandonar sus funciones en el ´75 por haberse negado a poner el ejército al servicio del poder para contener la agitación social.
Es sustituido por Alberto Laplane, quien considera un deber evitar el naufragio de un gobierno aislado. La búsqueda de la participación y legitimidad militar desencadena una crisis militar aguda a partir de agosto del ´75, preludio a la caída del poder civil.
La neutralidad militar se verá comprometida cuando Vicente Damasco –coronel – será nombrado ministro del interior.
Todas las guarniciones del ejercito están puestas en estado de alerta para exigir el retiro de Damasco y la renuncia de Laplane.
Los sublevados ganaron fácilmente, el general Videla, defensor de la no participación al poder político, asume el puesto de comandante en jefe.
Los militares llegaron a hacer olvidar su impopularidad de siete años de gobierno de las FF.AA. y su responsabilidad institucional en la aparición de la violencia política.
Las FF.AA. aparecieron así ante la opinión pública como deseosas de retrasar su vuelta al escenario político, permitiendo que los partidos encuentren una solución legal al proceso de degradación del régimen o demuestren su absoluta falencia.
De hecho “la paciencia de los militares” y el “golpe de Estado a regañadientes” fueron parte de un plan de acción psicológico eficaz.
El Estado mayor espera que el poder le caiga en las manos como una fruta madura cuando la opinión publica resignada y amedrentada consienta a las FF.AA, un nuevo crédito de confianza a la falta de cualquier otra alternativa.
La negativa de los partidos a exonerar a la presidenta frente a la crisis económica, el terrorismo oficial y de izquierda y a las divisiones de su propio partido ha demostrado su incapacidad, lo cual prepara el terreno para la intervención. El constitucionalismo de las FF.AA. aparece como una de las formas más sutiles de intervencionismo.
Los sindicatos peronistas se muestran incapaces de movilizar sus tropas para defender el gobierno de los trabajadores y se cuestiona si son herederos de Perón.
Los partidos descalificados por su inercia se sienten aliviados. Las instituciones militares exorcizadas en el ´73, no habían sufrido tal derrota, al fin y al cabo, el plan de Lanusse aparece retrospectivamente como una retirada estratégica y la forma más drástica de desperonizar al país.
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