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miércoles, 10 de diciembre de 2025

La Segunda Batalla del Marne


La Segunda Batalla del Marne, desarrollada entre el 18 de julio y el 6 de agosto de 1918, representa no solo el punto de inflexión militar decisivo de la Primera Guerra Mundial, sino la culminación estratégica y operacional de cuatro años de aprendizaje sangriento por parte de los ejércitos aliados. 


Esta contraofensiva masiva, que pasó de la defensa a la ofensiva en cuestión de días, marcó el inicio de los "Cien Días" que llevarían al colapso alemán y demostró la superioridad emergente de la guerra combinada moderna.


Desde la perspectiva militar operativa, la Segunda Batalla del Marne fue una obra maestra de planificación interaliada y guerra combinada. 


El mariscal Ferdinand Foch, ejerciendo por primera vez plenamente su autoridad como comandante supremo aliado, concibió una operación que explotaba la debilidad fundamental de las ganancias alemanas desde marzo: el enorme saliente de 80 kilómetros de profundidad que se proyectaba hacia el Marne, con flancos vulnerables y líneas de suministro sobrextendidas. 


El ataque del 18 de julio, lanzado sorpresivamente sin preparación artillera previa (rompiendo completamente con la doctrina establecida), combinó tres elementos novedosos: el uso masivo de 750 tanques (principalmente ligeros Renault FT-17 y pesados Schneider CA1), un apoyo aéreo sin precedentes (1,500 aviones aliados) y la infiltración de tropas coloniales francesas y estadounidenses a través de los bosques que los alemanes consideraban intransitables.


Estratégicamente, la batalla representó la transición definitiva de la iniciativa alemana a la aliada. Foch comprendió que el ejército alemán, aunque aún peligroso, estaba exhausto tras cinco ofensivas consecutivas, con sus mejores tropas de asalto diezmadas y sus líneas logísticas al límite. 


Al contraatacar precisamente en el momento en que los alemanes creían haber asegurado sus posiciones tras el fallido "Friedensturm", Foch logró la sorpresa operacional total. 


El objetivo no era solo recuperar terreno, sino obligar a los alemanes a una retirada general que desestabilizaría todo su frente occidental.


En el ámbito táctico, la batalla vio la implementación completa de las lecciones aprendidas desde 1914. 


Los franceses, bajo los generales Mangin (Décimo Ejército) y Degoutte (Sexto Ejército), emplearon tácticas de infiltración que habían copiado y mejorado de los alemanes: pequeños grupos de asalto apoyados por tanques ligeros y fuego de artillería móvil avanzaron rápidamente, evitando puntos fuertes y desorganizando la retaguardia alemana. 


Los estadounidenses (1º y 2º Cuerpos, incluyendo la 1ª, 2ª, 3ª y 4ª Divisiones) demostraron un agresividad ofensiva que, aunque costosa en bajas, quebró la resistencia alemana en sectores clave como Soissons y Château-Thierry. La coordinación entre infantería, artillería, tanques y aviación alcanzó niveles de eficiencia nunca vistos.


Logísticamente, la batalla demostró la superioridad material aliada abrumadora. Mientras los alemanes sufrían escasez crónica de municiones, combustible y alimentos, los aliados podían mantener ofensivas sostenidas gracias a la producción industrial estadounidense y francesa funcionando a plena capacidad. 


El sistema de transporte aliado, con camiones y ferrocarriles operando eficientemente cerca del frente, contrastaba marcadamente con la precaria logística alemana que dependía de caballos y caminos destruidos.


Humanamente, la batalla fue una de las más rápidas y decisivas de la guerra. Las bajas alemanas alcanzaron aproximadamente 168,000 hombres (incluyendo 29,000 prisioneros), mientras que las aliadas fueron de 132,000. 


Estas cifras, aunque altas, representaban una relación coste-beneficio favorable para los aliados por primera vez desde 1914: cada pérdida aliada infligía mayores daños al enemigo, revirtiendo la dinámica de desgaste que había caracterizado la guerra hasta entonces.


Psicológicamente, la Segunda Batalla del Marne representó un cataclismo para la moral alemana. Tropas que habían avanzado victoriosamente en mayo se encontraron en julio rodeadas y retrocediendo en desorden. 


El "Día Negro del Ejército Alemán" (8 de agosto) fue precedido por esta retirada del Marne, que convenció incluso a los oficiales más leales de que la guerra estaba perdida. Para los aliados, especialmente para los franceses que habían defendido este mismo río en 1914, la victoria tuvo un sabor a redención histórica.


Tecnológicamente, la batalla marcó el debut de la guerra mecanizada moderna. Los tanques Renault FT-17, aunque ligeros y lentos, demostraron su valor en terreno abierto, mientras que la aviación aliada alcanzó dominancia total, realizando misiones de reconocimiento, bombardeo táctico y ataque a suelo con una efectividad que los alemanes no podían igualar. 


Las comunicaciones por radio mejoradas permitieron una coordinación en tiempo real entre los diferentes ejércitos aliados.


Políticamente, la victoria consolidó el liderazgo de Foch y legitimó el mando unificado aliado. Para Estados Unidos, la batalla demostró que su ejército, aunque inexperto, podía desempeñar un papel decisivo, acelerando su aceptación como potencia militar igual. 


Para Alemania, la derrota inició el colapso interno: Ludendorff sufrió lo que hoy se diagnosticaría como crisis nerviosa, y el gobierno comenzó a considerar seriamente la búsqueda de un armisticio.


En la memoria histórica, la Segunda Batalla del Marne ha sido ensombrecida por la Primera Batalla de 1914, pero su importancia estratégica es incomparable. Fue la primera ofensiva aliada exitosa a gran escala desde 1914, y estableció el patrón para las victorias de agosto-noviembre. 


La toma de Soissons el 2 de agosto, que cortó la línea ferroviaria vital que abastecía el saliente alemán, es estudiada como ejemplo clásico de operación logísticamente decisiva.


La Segunda Batalla del Marne, en última instancia, representa la culminación del aprendizaje aliado en la Primera Guerra Mundial. 


En estos veinte días de combate móvil, se aplicaron todas las lecciones pagadas con sangre desde el Marne de 1914, el Somme, Verdún y Passchendaele: la importancia de la sorpresa, la coordinación entre armas, la flexibilidad táctica y, sobre todo, la necesidad de pasar de la defensa a la ofensiva en el momento preciso. 


Esta batalla no solo empujó a los alemanes de vuelta al Aisne, sino que quebró su voluntad de continuar la lucha, iniciando el proceso que llevaría al armisticio de Compiègne apenas cien días después. 


En las orillas del Marne, donde comenzó la guerra de trincheras en 1914, terminó definitivamente en 1918, anunciando el amanecer de una nueva era en la guerra moderna.




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