La Batalla de Amiens, librada entre el 8 y el 12 de agosto de 1918, representa el punto de quiebre psicológico y operacional definitivo de la Primera Guerra Mundial, el momento donde la superioridad táctica aliada se transformó en colapso estratégico alemán.
Esta ofensiva, bautizada por el general Erich Ludendorff como "el día negro del ejército alemán", no fue la más grande ni la más sangrienta de la guerra, pero sí la más decisiva: demostró que el ejército alemán había perdido no solo la capacidad ofensiva, sino incluso la defensiva coordinada, iniciando la desintegración que llevaría al armisticio en apenas tres meses.
Desde la perspectiva militar operativa, Amiens fue la culminación de la evolución táctica aliada y la aplicación más perfecta de la guerra combinada hasta ese momento.
Concebida como una ofensiva limitada para eliminar el saliente alemán que amenazaba el vital nudo ferroviario de Amiens, la operación combinó elementos que establecieron el estándar para la guerra móvil del siglo XX: sorpresa absoluta (sin bombardeo preparatorio), concentración abrumadora de medios (2,000 piezas de artillería, 800 aviones, 534 tanques), y sincronización precisa entre infantería, artillería, blindados y aviación.
La innovación clave fue el "fireplan" de la artillería británica - un bombardeo súbito y masivo que comenzó exactamente al mismo tiempo que el avance de la infantería y los tanques, creando una "barrera de fuego móvil" que avanzó a ritmo constante.
Estratégicamente, Amiens representó la transición de las contraofensivas aliadas desde operaciones reactivas (como el Marne) a ofensivas proactivas diseñadas para lograr la ruptura decisiva.
El mariscal Foch y el general Haig comprendieron que después de la Segunda Batalla del Marne, el ejército alemán estaba moralmente vulnerable pero aún físicamente presente en territorio francés.
Amiens fue diseñada para probar una hipótesis crucial: ¿podría el ejército alemán, agotado por cinco meses de ofensivas, resistir un ataque aliado masivo y coordinado? La respuesta, dada en las primeras horas del 8 de agosto, fue un rotundo no.
En el ámbito táctico, el primer día de Amiens (8 de agosto) fue probablemente el día más exitoso de toda la guerra para cualquier ejército.
A las 4:20 AM, en densa niebla, el Cuarto Ejército británico del general Rawlinson y el Primer Ejército francés del general Debeney avanzaron con 11 divisiones en primera línea. Los resultados fueron asombrosos: avance de 13 kilómetros (más que en los cinco meses de Passchendaele), captura de 15,000 prisioneros y 400 cañones, con bajas aliadas relativamente bajas (9,000 británicos, 2,000 franceses).
La coordinación entre los 324 tanques británicos (Mark V y Whippets) y la infantería fue notablemente mejor que en Cambrai, mientras que la aviación aliada, dominando completamente los cielos, atacó posiciones alemanas y cortó líneas de comunicación.
La participación canadiense y australiana fue particularmente significativa. El Cuerpo Canadiense (general Currie) y el Cuerpo Australiano (general Monash) formaron la punta de lanza del ataque, aplicando tácticas de infiltración perfeccionadas en años de combate. Monash, un ingeniero civil convertido en general, describió la batalla como "una operación industrial" donde cada arma tenía su función específica y sincronizada.
El uso de tanques como "tanques de suministro" para llevar munición y el empleo de aviones para lanzar suministros a unidades avanzadas fueron innovaciones logísticas cruciales.
Humanamente, Amiens fue única en su relación coste-beneficio. Las bajas alemanas (estimadas en 30,000 el primer día, incluyendo 12,000 prisioneros) fueron desproporcionadamente altas comparadas con las aliadas, pero más significativo fue el colapso moral.
Los prisioneros alemanes, muchos de ellos veteranos de múltiples frentes, mostraban una desmoralización profunda: algunos se rendían sin luchar, otros destruían sus armas antes de la captura, y muchos informaron que sus oficiales habían perdido el control de las tropas. Este colapso de la disciplina fue lo que alarmó profundamente a Ludendorff.
Psicológicamente, el 8 de agosto representó una catástrofe para el alto mando alemán. Ludendorff, en sus memorias, escribió: "El 8 de agosto fue el día negro del ejército alemán en la historia de esta guerra... Nuestra capacidad de combate había sufrido un deterioro aún mayor de lo que habíamos temido".
La rapidez del colapso, la facilidad con que unidades enteras se rendían, y la evidente superioridad material y táctica aliada convencieron incluso a los optimistas de que la guerra estaba perdida.
Este reconocimiento llevaría, dos días después, a la conferencia de Spa donde Ludendorff admitió por primera vez que Alemania necesitaba buscar un armisticio.
Tecnológicamente, Amiens representó el triunfo de la guerra mecanizada integrada. Los tanques Whippet británicos, más rápidos y móviles, realizaron incursiones profundas en la retaguardia alemana, mientras que la artillería empleó munición de humo en gran escala para mantener la niebla artificial que protegía el avance.
Las comunicaciones por radio, aunque todavía primitivas, permitieron cierta coordinación en tiempo real entre las diferentes armas.
Logísticamente, la batalla demostró la superioridad aliada abrumadora. Mientras los alemanes sufrían escasez crónica de todo, los aliados podían acumular enormes reservas de munición, combustible y suministros sin ser detectados.
El engaño aliado fue particularmente efectivo: se mantuvo la artillería en posiciones anteriores mientras la infantería se movía de noche, se utilizaron aviones para enmascarar el ruido de los tanques, y se lanzaron ataques de diversión en otros sectores.
Políticamente, Amiens aceleró dramáticamente el proceso hacia el armisticio. La conferencia de Spa del 13-14 de agosto, inmediatamente después de la batalla, vio a Ludendorff admitir que Alemania no podía ganar militarmente y que debía buscar una paz negociada.
Para los aliados, la victoria validó la estrategia de Foch de ofensivas sucesivas en diferentes sectores ("bataille générale") que mantendrían a los alemanes desequilibrados hasta el colapso final.
En la memoria histórica, Amiens es reconocida como el inicio del fin de la Primera Guerra Mundial. Aunque técnicamente una ofensiva limitada que se estancó después del 12 de agosto (cuando los tanques se desgastaron y la resistencia alemana se endureció), logró su objetivo estratégico crucial: destruir la moral combativa del ejército alemán.
La batalla estableció el patrón para las ofensivas de los "Cien Días": ataques cortos, intensos y altamente móviles seguidos de pausas para reagruparse, en lugar de las prolongadas batallas de desgaste de años anteriores.
La Batalla de Amiens, en última instancia, representa la culminación de la curva de aprendizaje aliada y el colapso definitivo del ejército alemán como fuerza combativa cohesionada.
En las llanuras al este de Amiens, donde cuatro años antes comenzó la guerra de trincheras, terminó definitivamente la era de la guerra estática.
Esta batalla demostró que cuando la superioridad material, la innovación táctica y la sorpresa operacional se combinaban, incluso las defensas más formidables podían quebrarse en horas.
El "día negro" de Ludendorff fue, en verdad, el amanecer de la guerra móvil del siglo XX, anunciando el fin no solo de un ejército, sino de toda una forma de hacer la guerra.

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