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viernes, 12 de diciembre de 2025

La Batalla de St. Mihiel



La Batalla de St. Mihiel, desarrollada entre el 12 y el 15 de septiembre de 1918, representa mucho más que la primera ofensiva dirigida independientemente por el ejército estadounidense; constituye el momento en que Estados Unidos emergió definitivamente como potencia militar mundial, demostrando su capacidad para planificar y ejecutar operaciones complejas a escala masiva. 


Esta ofensiva, dirigida personalmente por el general John J. Pershing, fue tanto una victoria táctica impresionante como una declaración estratégica: Estados Unidos no sería meramente un proveedor de tropas para ejércitos aliados, sino un actor militar autónomo con doctrina propia.


Desde la perspectiva militar operativa, St. Mihiel fue un ejercicio de guerra combinada notablemente bien ejecutado, especialmente considerando que era la primera operación a gran escala del recién formado Primer Ejército Estadounidense. 


El objetivo era eliminar el saliente de St. Mihiel, una protuberancia alemana de 200 millas cuadradas que había permanecido prácticamente inalterada desde su formación en 1914, amenazando las comunicaciones entre París y el frente oriental y apuntalando la fortaleza de Metz. 


La planificación, supervisada por el coronel George C. Marshall, combinó elementos estadounidenses innovadores con lecciones aliadas: un asalto convergente desde el sur y el oeste del saliente, precedido por el bombardeo artillero más concentrado hasta entonces ejecutado por fuerzas estadounidenses (3,000 piezas de artillería, incluyendo cañones franceses prestados).


La innovación más significativa, sin embargo, fue el empleo del poder aéreo integrado. Por primera vez en la historia militar, una fuerza aérea multinacional (el "Servicio Aéreo del Primer Ejército Estadounidense", bajo el mando del coronel Billy Mitchell) fue utilizada no meramente en apoyo, sino como un brazo ofensivo independiente y coordinado. 


Mitchell concentró aproximadamente 1,500 aviones (el 40% de todos los aviones aliados en el frente occidental), incluyendo cazas, bombarderos y aviones de reconocimiento estadounidenses, franceses, británicos e italianos, logrando una superioridad aérea abrumadora que aisló completamente el campo de batalla e impidió cualquier contraataque alemán serio.


Estratégicamente, St. Mihiel cumplió múltiples propósitos. Para Pershing y el gobierno estadounidense, era esencial demostrar que el American Expeditionary Force (AEF) podía operar independientemente, consolidando la posición estadounidense en las negociaciones aliadas y silenciando a los críticos (particularmente británicos y franceses) que abogaban por la disolución de las unidades estadounidenses para rellenar bajas aliadas. 


Operacionalmente, eliminó una espina en el flanco aliado y liberó la línea férrea París-Nancy, crucial para la próxima y más ambiciosa Ofensiva Meuse-Argonne. Políticamente, sirvió como poderoso símbolo propagandístico tanto para la moral doméstica estadounidense como para la aliada.


En el ámbito táctico, la batalla fue notable por su velocidad y eficiencia. Comenzando en la madrugada del 12 de septiembre bajo una lluvia torrencial y densa niebla, las tropas estadounidenses (550,000 hombres, apoyados por 110,000 franceses) avanzaron contra defensas alemanas que, aunque formidables en papel, estaban guarnecidas por unidades de segunda línea que ya habían recibido órdenes de retirada. 


Los alemanes, anticipando el ataque gracias a la evidente concentración de fuerzas, habían iniciado una retirada escalonada, pero el asalto estadounidense fue tan rápido que atrapó a numerosas unidades de retaguardia. En apenas 36 horas, el saliente fue eliminado, con un avance de hasta 15 kilómetros y la captura de 15,000 prisioneros y 450 cañones.


Humanamente, las bajas fueron sorprendentemente bajas para una ofensiva de tal escala: aproximadamente 7,000 estadounidenses (1,000 muertos) y números similares franceses, frente a unas 22,000 bajas alemanas totales. 


Esta favorable proporción se debió tanto a la retirada alemana como a la abrumadora superioridad material aliada y a la sorpresa táctica. 


Sin embargo, la batalla también reveló las deficiencias del ejército estadounidense inexperto: problemas de comunicaciones, congestión logística en las carreteras, y cierta rigidez en la ejecución de órdenes.


Psicológicamente, St. Mihiel fue un triunfo transformador para la identidad militar estadounidense. 


Las tropas, muchas de las cuales entraban en combate por primera vez, ganaron confianza al ver que podían enfrentarse y derrotar al temido ejército alemán. 


Para los aliados, la batalla disipó cualquier duda residual sobre la capacidad combativa estadounidense. Para los alemanes, confirmó sus peores temores: no solo Estados Unidos podía desplegar masas humanas, sino que podía dirigirlas efectivamente.


Tecnológicamente, la batalla fue un hito en la evolución de la guerra aérea. El concepto de Mitchell de "fuerza aérea de batalla" como arma independiente, que realizó incursiones profundas contra aeródromos, centros de mando y líneas de suministro alemanes, prefiguró la doctrina de poder aéreo estratégico del siglo XX. 


El uso coordinado de bombarderos diurnos y nocturnos, cazas de escolta y aviones de reconocimiento fotográfico estableció patrones que dominarían la Segunda Guerra Mundial.


Logísticamente, St. Mihiel fue una hazaña monumental para el AEF. El despliegue de medio millón de hombres, sus equipos y suministros en secreto relativo requirió una planificación meticulosa y el uso intensivo del ferrocarril francés. 


Aunque se produjeron congestiones significativas, el hecho de que una fuerza tan grande pudiera ser movida, abastecida y desplegada en su primera operación independiente hablaba del rápido aprendizaje institucional del ejército estadounidense.


Políticamente, la victoria fortaleció enormemente la posición de Pershing en sus disputas con los comandantes aliados, particularmente con Foch, quien inicialmente se había opuesto a la ofensiva, prefiriendo que las tropas estadounidenses fueran utilizadas en apoyo de operaciones francesas y británicas. El éxito validó la insistencia estadounidense en mantener un ejército independiente bajo mando propio.


En la memoria histórica, St. Mihiel ha sido eclipsada por la posterior y más sangrienta Ofensiva Meuse-Argonne, pero su importancia simbólica es inmensa. 


Marcó la llegada de Estados Unidos como potencia militar capaz de proyectar fuerza y ejecutar operaciones complejas en el escenario mundial. El monumento en el campo de batalla, con su imponente figura de un ángel, conmemora no solo la batalla sino el surgimiento de un nuevo orden militar internacional.


La Batalla de St. Mihiel, en última instancia, representa la culminación del proceso mediante el cual Estados Unidos se transformó de potencia económica en potencia militar global. 


Demostró que el "modo de guerra estadounidense" - caracterizado por la aplicación masiva de recursos, la innovación tecnológica y la confianza en la iniciativa individual - podía ser efectivo incluso contra el ejército más experimentado de Europa. 


En los campos embarrados de Lorena, donde el ejército imperial alemán había mantenido una posición durante cuatro años, la nueva potencia del siglo XX anunció su llegada, no como auxiliar, sino como protagonista principal del drama bélico mundial. Esta batalla fue el preludio necesario para el rol hegemónico que Estados Unidos asumiría en el siglo siguiente, tanto en la guerra como en la paz.





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