La Batalla de Vittorio Veneto, desarrollada entre el 24 de octubre y el 3 de noviembre de 1918, representa mucho más que la victoria militar italiana definitiva en la Primera Guerra Mundial.
Constituye el acto final en la desintegración del Imperio Austrohúngaro, el momento en que las tensiones nacionalistas contenidas durante siglos estallaron catastróficamente en medio del combate, transformando un enfrentamiento militar en un colapso político-multinacional.
Esta ofensiva, ejecutada por un ejército italiano renacido tras el desastre de Caporetto, no solo quebró las defensas imperiales, sino que aceleró la disolución de un orden europeo centenario.
Desde la perspectiva militar operativa, Vittorio Veneto fue una obra maestra de planificación y ejecución que demostró la extraordinaria evolución del ejército italiano bajo el mando del general Armando Díaz.
Tras la defensa exitosa en el Piave (junio de 1918), Díaz preparó meticulosamente una ofensiva final que aprovecharía tanto la debilidad estructural del enemigo como la superioridad material aliada.
La operación se desarrolló en tres fases: primero, un ataque de distracción en el sector de Monte Grappa (24 de octubre) para fijar las mejores tropas austrohúngaras; segundo, el cruce masivo del río Piave en la noche del 26-27 de octubre en múltiples puntos; tercero, la explotación hacia el noreste para rodear y destruir al enemigo.
La innovación clave fue el uso de "pontieri" (tropas de puentes) que, bajo intenso fuego, construyeron pasarelas y puentes de pontones a través del caudaloso Piave, permitiendo el cruce de artillería y suministros que sostuvieron el avance.
Estratégicamente, la batalla fue la culminación de la revitalización italiana tras Caporetto. Díaz comprendió que atacaba no solo a un ejército, sino a un imperio en descomposición.
Su plan explotó deliberadamente las líneas de fractura étnicas: concentró sus ataques principales contra sectores defendidos por unidades eslavas (checos, eslovacos, croatas) cuyo descontento con Viena era bien conocido, mientras contenía a las tropas alemanas y austroalemanas más leales en el sector de Grappa.
Esta aproximación psicológica-política resultó devastadoramente efectiva: regimientos enteros se rindieron sin combatir o simplemente desertaron, dejando brechas catastróficas en el frente.
En el ámbito táctico, Vittorio Veneto destacó por la coordinación sin precedentes entre las diferentes armas del ejército italiano.
La artillería, reorganizada y abundantemente provista tras Caporetto, proporcionó un bombardeo preciso y flexible. Los "Arditi" (tropas de asalto de élite) realizaron incursiones profundas para capturar posiciones de mando y centros de comunicaciones.
Por primera vez, el ejército italiano empleó significativamente su fuerza aérea (783 aviones) no solo para reconocimiento, sino para bombardeo táctico y apoyo cercano. La caballería, aunque anacrónica en el frente occidental, demostró su valor en la explotación del avance en el terreno abierto de la llanura vénetica.
Humanamente, la batalla tuvo una dinámica única: mientras las bajas italianas fueron relativamente moderadas (aproximadamente 38,000 entre muertos y heridos), las austrohúngaras fueron catastróficas no tanto por muertes en combate (unos 30,000) sino por la rendición masiva.
Entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre, más de 500,000 soldados austrohúngaros se rindieron, una cifra que reflejaba no la derrota militar tradicional, sino el colapso completo de la voluntad de lucha y la lealtad al imperio.
Este fenómeno de rendición en masa, sin paralelo en otros frentes, demostró que el ejército imperial había dejado de existir como entidad cohesionada.
Psicológicamente, Vittorio Veneto representó la revancha nacional italiana por Caporetto y la culminación del "Risorgimento".
Para una nación que había sufrido la humillación de 1917, la victoria completa en 1918 tuvo un efecto catártico que unificó temporalmente a un país profundamente dividido.
Más significativamente, la batula expuso la bancarrota moral final del ejército austrohúngaro: soldados que habían luchado tenazmente durante cuatro años ahora abandonaban sus posiciones, ondeaban banderas nacionales (checas, eslovacas, croatas) y en algunos casos se volvían contra sus oficiales alemanes o húngaros.
Políticamente, Vittorio Veneto coincidió y aceleró el colapso definitivo del Imperio Austrohúngaro. El 28 de octubre, mientras las tropas italianas avanzaban rápidamente, Checoslovaqa declaró su independencia en Praga.
El 29 de octubre, los eslavos del sur proclamaron el Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios. El 31 de octubre, Hungría terminó la unión personal con Austria.
Estas declaraciones, transmitidas rápidamente al frente a través de panfletos y desertores, destruyeron cualquier razón restante para que los soldados no alemanes continuaran luchando. La batalla se convirtió así en el escenario donde el imperio murió literalmente en el campo de batalla.
Logísticamente, el cruce del Piave fue una hazaña impresionante. El río, crecido por lluvias otoñales y aún con restos de la inundación artificial creada por los italianos en junio, presentaba un obstáculo formidable.
Los ingenieros italianos, aprendiendo de los fracasos austriacos en el Piave, emplearon técnicas innovadoras: pontones anclados aguas arriba para reducir la corriente, pasarelas sumergidas para el cruce sigiloso de infantería, y el uso masivo de botes de asalto.
Una vez establecidas las cabezas de puente, se construyeron puentes lo suficientemente fuertes para la artillería pesada en tiempo récord.
Internacionalmente, Vittorio Veneto fue la última gran batalla de la Primera Guerra Mundial que involucró a un imperio histórico. La participación de pequeñas unidades aliadas (británicas, francesas, checoslovacas y una división estadounidense) tuvo más valor simbólico que militar, pero demostró la naturaleza coaligada de la victoria final.
El papel de las legiones checoslovacas, luchando junto a los italianos por la independencia de su futura nación, prefiguró los nuevos alineamientos políticos de la posguerra.
En la memoria histórica, Vittorio Veneto se convirtió en el mito fundacional de la Italia postbélica, particularmente durante el periodo fascista, que la presentó como prueba del renacimiento nacional bajo liderazgo fuerte.
Sin embargo, su importancia histórica real es más compleja: fue tanto la victoria militar italiana como el escenario donde murió el Viejo Orden europeo. La ciudad de Vittorio Veneto, antes insignificante, dio su nombre no solo a una batalla, sino al tratado que formalizó la disolución del imperio de los Habsburgo.
La Batalla de Vittorio Veneto, en última instancia, representa la perfecta convergencia de colapso militar y desintegración política.
A diferencia del frente occidental, donde el ejército alemán se retiró de manera relativamente ordenada hasta el armisticio, aquí el ejército imperial simplemente dejó de existir como entidad funcional.
En las orillas del Piave y en las colinas de Vittorio Veneto, no solo se ganó una guerra, sino que desapareció un imperio y nacieron media docena de naciones.
Esta batalla demostró que en la era de los estados-nación, los imperios multinacionales carecían de resiliencia cuando la lealtad étnica superaba a la lealtad dinástica.
La victoria italiana fue, así, tanto una conquista militar como la explotación exitosa de las contradicciones fundamentales de su enemigo, anunciando el mundo de estados nacionales que definiría el turbulento siglo XX.
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