El término porno-miseria, acuñado por los cineastas colombianos Luis Ospina y Carlos Mayolo en su manifiesto homónimo de 1978 y ejemplificado en su cortometraje Agarrando pueblo (1977), es mucho más que una etiqueta para un género cinematográfico.
Es un concepto filosófico, una crítica política mordaz y un espejo que refleja las complejas relaciones de poder, representación y consumo cultural entre América Latina y el mundo, así como dentro de sus propias élites intelectuales.
1. Contexto Histórico y Origen: El Boom y su Reverso Tenebroso
Para entender la emergencia de este género, es crucial situarlo en su momento histórico:
El Contexto Global (Década de 1970): El mundo occidental, particularmente Europa, vivía una era de movimientos poscoloniales, de contracultura y de una creciente fascinación por el "Tercer Mundo".
Existía un apetito por narrativas que parecieran "auténticas", crudas y alejadas del Hollywood comercial. Los festivales de cine se convirtieron en el escaparate perfecto para este tipo de productos.
El Contexto Latinoamericano: La región estaba sumida en dictaduras militares, guerras civiles (como el incipiente conflicto narco-terrorista en Colombia), una profunda desigualdad social y una urbanización acelerada y caótica.
El "Nuevo Cine Latinoamericano", con su imperativo ético y estético de "hacer cine con lo que hay" (Glauber Rocha) y su función de "denuncia", había sentado las bases. Sin embargo, su espíritu revolucionario comenzaba a ser cooptado y comercializado.
El Éxito de Precursoras: Películas como Pixote (Héctor Babenco, Brasil, 1981) o Rodrigo D: No Futuro (Víctor Gaviria, Colombia, 1990) esta última posterior pero en la misma línea demostraron que había un mercado internacional para un realismo descarnado.
Fue este éxito el que generó una oleada de imitaciones carentes de la profundidad crítica original.
El término "porno-miseria" no nació para denunciar la miseria en sí, sino su explotación y fetichización.
2. Análisis Sociológico: La Mirada del Otro y la Auto-Colonización
La crítica de Ospina y Mayolo desnuda varias dinámicas sociológicas clave:
La Mirada Colonial Persistente: El cine porno-miserabilista satisface una mirada eurocéntrica y neo-colonial. Ofrece a un espectador occidental (y a las élites latinoamericanas) un viaje turístico al infierno social, permitiéndole conmoverse, horrorizarse y luego regresar a su zona de confort, con la conciencia tranquila por haber "visto" y "entendido" la problemática.
Es la misma lógica del safari humano: se consume la miseria como un espectáculo exótico. La complejidad histórica, política y económica se reduce a imágenes impactantes de dolor.
El Circuito de Consumo y Legitimación: El género operaba en un circuito cerrado de validación. Era producido por clases medias y altas ilustradas (los "burgueses que lustran sus apellidos", como señalaba Khan), consumido y premiado por críticos e intelectuales en festivales europeos, y luego reimportado como "cine de calidad" a sus países de origen.
Este proceso externalizaba la legitimidad cultural: un film era bueno no por lo que decía a su propia sociedad, sino por el reconocimiento que recibía en el extranjero.
Estética del Tremendismo y la Desesperanza: Como bien apunta Raúl Camargo, este cine often se solaza en la desesperanza. Los personajes marginales niños de la calle, prostitutas, drogadictos son presentados como arquetipos sin agencia, condenados a un destino fatalista del que no pueden escapar.
Se niega su humanidad compleja, su capacidad de amor, humor o resistencia, reduciéndolos a víctimas pasivas de su entorno. Esto, lejos de ser una denuncia, puede convertirse en una profecía auto-cumplida que refuerza el estigma social.
La Crítica de Clase Interna: La genialidad de Agarrando pueblo reside en que no critica solo a los europeos, sino a la burguesía local que mercantiliza el dolor ajeno.
Los directores del falso documental son unos oportunistas que buscan "agarrar pueblo" (explotar a la gente) para fabricar su producto vendible. Es una crítica feroz a la hipocresía de una izquierda cultural que habla en nombre del pueblo pero que no lo ve como sujeto, sino como objeto de su obra.
3. Vigencia y Evolución: ¿Pornomiseria 2.0?
El concepto trasciende el cine de los 70 y 80. Su lógica se ha reciclado en formas contemporáneas:
En el Cine Actual: La discusión que plantea Camargo en 2022 demuestra que la tentación persiste. El "misery porn" es un subgénero reconocido a nivel global.
El riesgo de caer en la explotación miserabilista sigue presente cuando la marginalidad se convierte en un tropo fácil para ganar premios en festivales.
En el Periodismo y los Documentales: El "pobre-sploitation" o "misery safari" es una práctica común en cierto periodismo sensacionalista y documentales bienintencionados pero superficiales que priorizan el impacto emocional sobre el análisis contextual.
En las Redes Sociales y el "Algoritmo de la Lástima": Las plataformas digitales son el nuevo campo de la porno-miseria. El "slum tourism" digital florece en cuentas que exhiben la pobreza de manera virulenta, often descontextualizada, para generar clicks, likes y engagement a través de la lástima o la indignación vacía. El algoritmo premia la emoción fuerte, no la comprensión matizada.
Reflexión Final Aguda: Entre la Denuncia Necesaria y la Explotación Cínica
La porno-miseria plantea una paradoja fundamental y incómoda para cualquier creador o comunicador que aborde el sufrimiento social: ¿Dónde está la línea que separa la denuncia responsable de la explotación voyeurista?
La crítica de Ospina y Mayolo no es un llamado a ignorar la miseria, a dejar de filmar la realidad dura de América Latina. Eso sería incurrir en una negligencia aún mayor, en un cine edulcorado y escapista. El verdadero blanco de su crítica es la mala fe, la comodidad ética y la relación extractivista con el dolor.
La denuncia verdadera no consiste solo en mostrar la herida, sino en señalar quién la infligió, por qué supura y cómo podría cerrarse. Requiere contextualización histórica, profundidad psicológica en los personajes y, sobre todo, una posición ética clara que no se beneficie del sufrimiento que exhibe.
La gran lección del manifiesto contra la porno-miseria es que la autenticidad no se mide por la crudeza de la imagen, sino por la honestidad de la mirada.
Es la diferencia entre un cine que observa desde lejos para convertir la miseria en un commodity exótico, y un cine que mira de frente, con rabia, dolor y solidaridad, para interpelar al espectador y obligarlo a no ser un mero consumidor pasivo de desgracias ajenas, sino a convertirse en un testigo incómodo y, potencialmente, en un agente de cambio.
En última instancia, la porno-miseria es el síntoma de una sociedad que prefiere consumir el dolor empaquetado como espectáculo, antes que enfrentar las incómodas verdades políticas y económicas que lo producen. Combatirla, tanto en la pantalla como en la vida, implica rechazar la lástima como forma de relación y abrazar la solidaridad informada y la justicia como horizonte.
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