La Batalla de Midway, librada entre el 4 y el 7 de junio de 1942 en las vastas extensiones del Océano Pacífico norcentral, representa el punto de inflexión absoluto y decisivo de la Guerra del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
Un enfrentamiento naval de una complejidad y trascendencia tal que, en el lapso de apenas cinco minutos de bombardeo aéreo, alteró irrevocablemente el curso del conflicto, hundiendo la iniciativa estratégica del Imperio del Japón y otorgando a los Estados Unidos una ventaja de la que nunca se recuperaría el imperio Nipón.
Esta batalla, concebida por el almirante japonés Isoroku Yamamoto como una trampa complejísima para aniquilar los portaviones estadounidenses que habían escapado de Pearl Harbor y consolidar el perímetro defensivo japonés.
Se convirtió en cambio en una victoria estadounidense impresionante, ganada no por la superioridad material, sino por una combinación de inteligencia crítica, extraordinaria audacia, una cuota significativa de suerte y errores tácticos catastróficos por parte del mando japonés.
El plan japonés, la Operación MI, era de una ambición y una complejidad casi barroca. Implicaba el despliegue de una flota masiva dividida en varios grupos dispersos: una Fuerza de Invasión que se dirigiría a la isla Midway.
Una Fuerza de Portaviones de ataque (Kido Butai) al mando del almirante Chuichi Nagumo, compuesta por cuatro portaviones de primera línea (Akagi, Kaga, Soryu y Hiryu) junto con su escolta de buques de guerra.
Una Fuerza Principal de acorazados, incluido el colosal Yamato, buque insignia de Yamamoto; y una fuerza de distracción en el norte para atacar las Islas Aleutianas.
El objetivo era engañar a la U.S. Navy para que enviara sus portaviones a las Aleutianas, dejando que la fuerza principal japonesa cayera sobre Midway, la capturara y luego destruyera a cualquier fuerza estadounidense que acudiera como refuerzo.
Sin embargo, el elemento crucial que desbarató todo el plan fue la inteligencia de señales (SIGINT) estadounidense. Un equipo de criptógrafos liderado por el comandante Joseph Rochefort en Hawái, tras una labor detectivesca monumental, había logrado descifrar partes sustanciales del código naval japonés JN-25.
Rochefort convenció a sus superiores de que Midway era el verdadero objetivo, e incluso ideó una estratagema (un mensaje falso sobre problemas de potabilización de agua en Midway) que fue interceptado por los japoneses, quienes confirmaron inconscientemente que el objetivo era la isla.
Gracias a esto, el almirante Chester W. Nimitz, comandante en jefe de la Flota del Pacífico, pudo preparar una emboscada.
Desplegó sus únicos tres portaviones disponibles USS Enterprise, USS Hornet y el dañado pero reparado a toda prisa USS Yorktown (que los japoneses creían hundido en la Batalla del Mar del Coral) al mando táctico del almirante Raymond A. Spruance (que sustituyó al enfermo almirante William "Bull" Halsey), y los posicionó al noreste de Midway, en una posición de espera designada como "Point Luck", perfectamente situada para interceptar la fuerza de invasión.
La batalla comenzó en la mañana del 4 de junio de 1942. Nagumo lanzó una primera oleada de aviones para bombardear Midway, debilitando pero no neutralizando las defensas de la isla. Mientras sus aviones regresaban, y siguiendo la doctrina japonesa de rearmar rápidamente los aviones para el ataque naval, Nagumo se vio atrapado en una crisis de decisión crítica.
Sus aviones de exploración habían localizado tardíamente la fuerza estadounidense, reportando la presencia de un portaviones, pero no de los tres. En ese momento de extrema vulnerabilidad, con sus cubiertas de vuelo abarrotadas de aviones, bombas y torpedos amontonados mientras se rearmaban y reabastecían, llegaron las primeras oleadas de aviones estadounidenses lanzadas desde Midway y desde los portaviones.
Los ataques iniciales de torpederos estadounidenses (los obsoletos Devastator del VT-3, VT-6 y VT-8) fueron masacrados casi hasta el último avión por los cazas Zero japoneses y la antiaérea, sin lograr un solo impacto. Este sacrificio, sin embargo, no fue en vano.
Atrajeron a los cazas de combate japoneses al nivel del mar y desorganizaron radicalmente la defensa japonesa, creando una ventana de oportunidad crucial.
Poco después, hacia las 10:20 a.m., llegó el momento decisivo. Mientras los últimos torpederos eran derribados, tres escuadrones de bombarderos en picado Douglas SBD Dauntless del Enterprise y el Yorktown, que habían estado buscando a los portaviones japoneses y estaban al borde de tener que regresar por falta de combustible, los localizaron por pura casualidad.
Desde una altitud de más de 20,000 pies, se abalanzaron en picado casi vertical sobre los portaviones Akagi, Kaga y Soryu, que navegaban sin saberlo en formación apretada.
No encontraron oposición de cazas (que estaban a baja altura) y poca antiaérea. En esos "cinco minutos de Midway", el curso de la guerra cambió.
Las bombas estadounidenses impactaron en las cubiertas de vuelo repletas de aviones, combustible y municiones, iniciando una cadena imparable de incendios y explosiones secundarias. En cuestión de minutos, los tres portaviones fueron convertidos en astillas ardientes e ingobernables, condenados a hundirse.
Solo el Hiryu, separado del grupo principal, sobrevivió inicialmente al holocausto y lanzó dos contraataques ferozmente efectivos contra el Yorktown, alcanzándolo con tres bombas y dos torpedos y dejándolo gravemente dañado y escorado (y que finalmente sería rematado por un submarino japonés días después).
Sin embargo, la venganza estadounidense fue rápida. En una tarde, una oleada de Dauntless localizó al Hiryu y lo dejó en las mismas condiciones que a sus hermanos, ardiendo de proa a popa.
Para el final del día 4 de junio, los cuatro portaviones de primera línea del Kido Butai estaban perdidos. La batalla continuó durante dos días más con escaramuzas y la retirada japonesa, pero el resultado era irrevocable.
Las consecuencias de Midway fueron de una magnitud estratégica incalculable. Japón perdió sus cuatro mejores portaviones, 332 aviones (la mayoría con sus irremplazables pilotos veteranos) y una cuantiosa cantidad de tripulaciones técnicas y de vuelo experimentadas.
Fue un golpe del que la Armada Imperial Japonesa nunca se recuperó por completo, perdiendo la iniciativa ofensiva para siempre. Los Estados Unidos, aunque perdieron el Yorktown y un destructor, habían vencido contra todo pronóstico.
La victoria no solo salvó Midway y aseguró Hawái, sino que permitió a la U.S. Navy pasar a la ofensiva, iniciando la campaña de salto de islas que culminaría en la derrota final de Japón.
La batalla demostró de manera concluyente que el portaviones había suplantado al acorazado como el arma capital de la guerra naval y destacó el valor supremo de la inteligencia en la guerra moderna.
Midway permanece como el ejemplo definitivo de cómo la preparación, la tenacidad y la explotación de los errores del enemigo pueden superar una abrumadora superioridad numérica, marcando el principio del fin del expansionismo japonés en el Pacífico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario