El 2 de enero de 1998, el presidente Ernesto Zedillo destituyó al secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, tras la masacre de Acteal ocurrida el 22 de diciembre de 1997 en Chiapas, donde paramilitares asesinaron a 45 indígenas tzotziles (en su mayoría mujeres, niños y ancianos) refugiados en una iglesia.
La renuncia forzada de Chuayffet —máximo responsable de la seguridad interior— fue una respuesta política a la presión nacional e internacional por la impunidad y la complicidad del Estado en el crimen, aunque ningún alto funcionario fue juzgado penalmente.
Contexto: La guerra no declarada en Chiapas
Tras el alzamiento zapatista de 1994, Chiapas vivía una guerra de baja intensidad entre comunidades indígenas leales al EZLN y grupos paramilitares aliados del PRI. La masacre de Acteal, planeada y ejecutada por estos grupos, expuso:
- La incapacidad del gobierno para proteger a civiles.
- La complicidad de autoridades locales y federales con los agresores.
- El fracaso de los Acuerdos de San Andrés (1996) para pacificar la región.
La destitución: Simbolismo sobre justicia
Zedillo declaró que Chuayffet asumía "la responsabilidad política" por la matanza, pero la medida fue ampliamente criticada como un gesto cosmético:
- Chuayffet no enfrentó cargos penales y continuó su carrera política (fue después gobernador del Estado de México y secretario de Educación).
- El genocidio quedó impune: solo se condenó a autores materiales, no a intelectuales.
- La investigación reveló que policías y funcionarios ignoraron advertencias previas del ataque.
Legado: Heridas abiertas y impunidad estructural
La masacre de Acteal y la destitución de Chuayffet son recordadas como:
- Un ejemplo de la violencia política contra pueblos indígenas.
- La incapacidad del Estado para garantizar justicia en conflictos sociales.
- Un antecedente de la crisis de derechos humanos que se agudizaría en México en el siglo XXI.
En conclusión, aquel 2 de enero de 1998 no fue un día de justicia, sino de cálculo político: Zedillo sacrificó a su colaborador para salvar su imagen, pero la impunidad prevaleció. Acteal sigue siendo una herida abierta en la memoria de México, un recordatorio de que sin verdad y reparación, la paz es imposible.
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