Operación Barbarroja, la invasión alemana a la Unión Soviética iniciada el 22 de junio de 1941, fue la operación militar más grande, sangrienta y trascendental de la Segunda Guerra Mundial, un conflicto de escala continental que no solo definiría el resultado de la guerra, sino que alteraría irrevocablemente el curso de la historia del siglo XX.
Este enfrentamiento colosal enfrentó a la Alemania Nazi y a sus aliados del Eje (Rumania, Finlandia, Hungría e Italia) contra la Unión Soviética de Iósif Stalin, desplegándose a lo largo de un frente de más de 2,900 kilómetros, desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro.
La operación, nombrada en honor al emperador medieval Federico I Barbarroja, representaba la culminación de la ideología racial expansionista de Hitler (Lebensraum o "espacio vital") y su obsesión por destruir el "judeo-bolchevismo", marcando el inicio de una guerra de aniquilación (Vernichtungskrieg) sin reglas ni cuartel.
La planificación alemana se basaba en la premisa arrogante de que la URSS, a la que consideraban un "gigante con pies de barro", colapsaría tras un solo golpe masivo y rápido. (basado en la dificultad que tuvo la URSS en derrotar a Finlandia en la guerra de invierno)
La estrategia de la Blitzkrieg (guerra relámpago), que había sido tan exitosa en Europa Occidental, se aplicaría en tres direcciones de avance principales: El Grupo del Ejército Norte (von Leeb) avanzaría hacia Leningrado para estrangular simbólicamente la cuna del bolchevismo.
El Grupo del Ejército Centro (von Bock), con la mayor concentración de poder acorazado (con generales como Guderian y Hoth), se dirigiría hacia Moscú, el corazón político de la nación; y el Grupo del Ejército Sur (von Rundstedt) avanzaría hacia los ricos campos agrícolas y petroleros de Ucrania y el Cáucaso.
El objetivo era destruir al Ejército Rojo al oeste de los ríos Dvina Occidental y Dniéper, evitar cualquier retirada ordenada soviética y alcanzar una línea desde las ciudades de Arkhangelsk hasta Astrakán antes del invierno.
La invasión comenzó al amanecer del 22 de junio de 1941, tomando completamente por sorpresa a Stalin y al alto mando soviético a pesar de las múltiples advertencias de sus espías.
La Wehrmacht desplegó una fuerza abrumadora de más de 3.8 millones de soldados del Eje, apoyados por 3,600 tanques, 2,700 aviones y 7,000 piezas de artillería.
La Luftwaffe destruyó gran parte de la fuerza aérea soviética, la VVS, en tierra en las primeras 48 horas, asegurando una supremacía aérea casi total.
Los panzers alemanes atravesaron las defensas fronterizas soviéticas, rodeando y aniquilando a ejércitos enteros en enormes operaciones de cerco (las Kesselschlachten o "batallas de caldero") cerca de Minsk, Smolensk, Kiev y Viazma.
Las pérdidas soviéticas fueron catastróficas, con millones de soldados muertos, heridos o capturados en los primeros meses. Para diciembre de 1941, los alemanes habían avanzado cientos de kilómetros, sitiando Leningrado, llegando a las puertas de Moscú y ocupando vastas extensiones de territorio vital.
Sin embargo, a pesar de estos éxitos tácticos espectaculares, la Operación Barbarroja comenzó a fallar estratégicamente mucho antes de la llegada del invierno.
La vastedad del territorio, la feroz y cada vez más organizada resistencia soviética (animada por una propaganda que apelaba al patriotismo en la "Gran Guerra Patria"), la brutalidad de la ocupación alemana que alienó a potenciales colaboradores, y las enormes dificultades logísticas (las líneas de suministro se estiraban peligrosamente sobre una infraestructura vial pobre y bajo constantes ataques de partisanos) ralentizaron críticamente el avance.
El debate estratégico entre Hitler y sus generales, que culminó con la polémica decisión de desviar el Grupo Panzer de Guderian del avance central sobre Moscú para ayudar en la gigantesca batalla de cerco de Kiev, aunque una victoria táctica masiva, consumió un tiempo precioso.
Cuando finalmente se reanudó la ofensiva sobre Moscú (Operación Tifón) a finales de septiembre, el Ejército Rojo, reforzado por divisiones siberianas traídas del este y comandado por Georgy Zhukov, estaba mejor preparado.
El punto de inflexión definitivo llegó con el "General Invierno". Las temperaturas glaciales de noviembre y diciembre de 1941, las peores en décadas, congelaron a los soldados alemanes, aún equipados con uniformes de verano, y paralizaron su maquinaria, cuyos motores y lubricantes no estaban preparados para el frío extremo.
El 5 de diciembre de 1941, con las avanzadillas alemanas ya a la vista de los campanarios de Moscú, los soviéticos lanzaron una masiva contraofensiva que hizo retroceder a los exhaustos y congelados ejércitos alemanes, salvando la capital.
Aunque la guerra continuaría con ferocidad sin precedentes durante casi cuatro años más, la fase ofensiva inicial de Barbarroja había terminado en un fracaso estratégico.
Alemania no había logrado ninguno de sus objetivos principales de forma decisiva: ni Leningrado, ni Moscú, ni los campos petrolíferos del Cáucaso habían sido conquistados.
La Wehrmacht, irremediablemente desgastada, se vio condenada a una larga guerra de desgaste para la que no estaba preparada.
Las consecuencias fueron monumentales: la derrota alemana ante Moscú rompió el mito de la invencibilidad de la Wehrmacht, galvanizó la moral soviética y aseguró que la Segunda Guerra Mundial se convertiría en un conflicto de aniquilación total en el Frente Oriental, el teatro donde se decidiría el destino de la Europa nazi.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario