La Batalla de Creta, librada entre el 20 de mayo y el 1 de junio de 1941, fue un episodio único y trascendental en la historia militar moderna, al ser la primera vez que una fuerza aerotransportada era empleada de forma masiva para la invasión de un objetivo estratégico.
A pesar de resultar en una victoria táctica para el Eje, se convirtió en una victoria pírrica que diezmó de forma permanente a la élite paracaidista alemana.
El conflicto enfrentó a las fuerzas del Eje, principalmente la Luftwaffe alemana con su 7ª División de Paracaidistas y la 5ª División de Montaña, bajo el mando general del general Kurt Student.
Contra una guarnición aliada compuesta por tropas británicas, australianas, neozelandesas y el remanente del ejército griego, que habían sido evacuadas desde el continente tras la fallida campaña de Grecia y que ahora estaban al mando del mayor general neozelandés Bernard Freyberg.
El valor estratégico de Creta para Alemania era inmenso: la isla representaba una base aérea y naval ideal desde la cual la Royal Navy y la RAF podían amenazar los vitales campos petrolíferos rumanos del Eje y hostigar las líneas de suministro marítimas del Eje en el Mediterráneo oriental.
Además de servir como un potencial trampolín para futuras ofensivas aliadas en los Balcanes. Adolf Hitler, inicialmente reacio, fue convencido por el entusiasta general Student de que la isla podía y debía ser tomada desde el aire en una operación audaz, bautizada como Unternehmen Merkur (Operación Mercurio).
Los Aliados, por su parte, conscientes de la importancia de la isla y alertados por las interceptaciones de Ultra (la inteligencia de las comunicaciones cifradas alemanas), estaban preparados para una invasión, aunque erroneamente esperaban un desembarco anfibio como el principal esfuerzo, subestimando la escala y audacia del asalto aerotransportado.
La batalla comenzó en la mañana del 20 de mayo de 1941 con uno de los bombardeos aéreos más intensos visto hasta entonces, seguido por el lanzamiento masivo de paracaidistas (Fallschirmjäger) y el aterrizaje de planeadores sobre los tres aeródromos clave de la isla: Maleme, Rétino y Heraclión.
El plan alemán dependía críticamente de capturar al menos uno de estos aeródromos en las primeras horas para poder transportar por aire refuerzos y equipo pesado de la 5ª División de Montaña.
Sin embargo, los Aliados, bien atrincherados y advertidos, infligieron unas pérdidas catastróficas a los paracaidistas alemanes durante el descenso y en los intensos combates que siguieron en el terreno.
Los Fallschirmjäger fueron masacrados al ser lanzados directamente sobre las posiciones defensivas aliadas, y para el final del primer día, ninguno de los objetivos principales había sido capturado y la operación estaba al borde del completo fracaso, con la 7ª División prácticamente aniquilada.
El punto de inflexión de la batalla ocurrió en el aeródromo de Maleme, en el sector defendido por la 5ª Brigada neozelandesa. Una combinación de comunicaciones fallidas, retiradas tácticas locales mal interpretadas y la constante presión alemana permitió a los paracaidistas sobrevivientes, reagrupados desesperadamente en las colinas alrededor de la pista, ganar una precaria posición de dominio sobre los accesos.
Aunque la pista seguía bajo fuego aliado, los alemanes comenzaron a arriesgarse a aterrizar aviones de transporte Junkers (Ju) 52, sufriendo pérdidas terribles pero logrando, poco a poco, introducir refuerzos de la 5ª División de Montaña.
El general Freyberg, subestimando su ventaja y sobrestimando la amenaza de un desembarco anfibio alemán, no lanzó un contraataque decisivo para retomar Maleme a tiempo.
Este error táctico crítico concedió a los alemanes la iniciativa. Una vez asegurado Maleme como cabeza de puente aérea, el flujo constante de tropas y suministros alemanes, combinado con el dominio absoluto de la Luftwaffe en los cielos, que impedía cualquier movimiento aliado durante el día, inclinó irreversiblemente la balanza.
Ante la imposibilidad de contener el avance alemán y sin apoyo aéreo propio, las fuerzas aliadas iniciaron una desesperada y caótica retirada hacia el puerto sur de Sfakia, donde la Royal Navy ejecutó una peligrosa evacuación nocturna bajo constantes bombardeos, logrando rescatar a unos 16,500 soldados entre el 28 de mayo y el 1 de junio, aunque a un costo enorme en buques hundidos y dañados.
La isla fue declarada segura por los alemanes el 1 de junio de 1941. Las bajas fueron devastadoras para ambos bandos, pero constituyeron una derrota estratégica para Alemania: los Aliados sufrieron más de 11,000 bajas y casi 12,000 prisioneros, pero la fuerza de paracaidistas de élite de la Luftwaffe fue aniquilada, con casi 6,000 bajas, incluyendo más de 3,000 muertos.
Las pérdidas en aviones de transporte Junkers 52 fueron tan graves que debilitaron irreversiblemente la capacidad de transporte aéreo alemán para operaciones futuras.
Como consecuencia, Hitler, horrorizado por el costo, prohibió para siempre las operaciones aerotransportadas a gran escala.
La Batalla de Creta, aunque una victoria táctica alemana, fue la tumba de la Fallschirmtruppe como arma estratégica y aseguró que Creta, a pesar de la ocupación, nunca se convirtiera en la base ofensiva que los alemanes esperaban, mientras que la feroz resistencia se convirtió en un símbolo de la determinación aliada.
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