La Batalla de Kiev, librada entre el 23 de agosto y el 26 de septiembre de 1941, fue la mayor operación de cerco y aniquilación de la historia militar, una victoria táctica colosal para la Alemania Nazi que, sin embargo, encierra una de las decisiones estratégicas más controvertidas y potencialmente fatídicas de la Segunda Guerra Mundial en el Frente Oriental.
Este enfrentamiento monumental enfrentó al Grupo de Ejércitos Sur alemán, comandado por el mariscal Gerd von Rundstedt y potenciado por el desvío masivo del 2º Grupo Panzer de Heinz Guderian desde el Grupo de Ejércitos Centro, contra las fuerzas del Frente Suroeste soviético, al mando del mariscal Semión Budionny y posteriormente de Semión Timoshenko, atrincheradas en y alrededor de la capital ucraniana.
El contexto de la batalla se enmarca en la pausa operativa y el debate estratégico que surgió en el seno del alto mando alemán en agosto de 1941.
Mientras el Grupo de Ejércitos Centro de Fedor von Bock presionaba hacia Smolensk en la ruta directa a Moscú, Hitler y una parte del OKH (Alto Mando del Ejército) priorizaron objetivos económicos y estratégicos en el sur: la conquista de Ucrania, con sus vastos recursos agrícolas, industriales y su carbón en la cuenca del Donets, era considerada crucial para el esfuerzo bélico alemán a largo plazo.
Contra la feroz oposición de generales como Guderian y von Bock, que abogaban por concentrar todas las fuerzas en el avance hacia la capital soviética, Hitler ordenó el 21 de agosto que el 2º Grupo Panzer girara hacia el sur, desde la región de Smolensk, para embolsar a las enormes fuerzas soviéticas que defendían Kiev.
La operación, ejecutada con maestría técnica, fue una pinza gigantesca. El 2º Grupo Panzer de Guderian avanzó hacia el sur desde su posición en el flanco norte del saliente de Kiev, mientras que el 1º Grupo Panzer de Ewald von Kleist atacó hacia el norte desde su cabeza de puente en el río Dniéper, en el flanco sur.
La ofensiva se inició formalmente el 23 de agosto, y la velocidad de las fuerzas acorazadas alemanas, a pesar del terreno difícil y la tenaz resistencia soviética, fue abrumadora.
Las puntas de lanza de los dos grupos panzer se encontraron en la localidad de Lokhvytsia el 16 de septiembre de 1941, cerrando el cerco y atrapando en su interior a la mayor parte de cuatro ejércitos soviéticos (los 5º, 21º, 26º y 37º) en una bolsa de proporciones gigantescas.
Lo que siguió fue una aniquilación metódica. Las fuerzas soviéticas, completamente cercadas, carecían de suministros, dirección coherente y rutas de escape. Stalin había prohibido expresamente cualquier retirada, considerando Kiev una ciudad de valor político y simbólico incalculable.
Durante las siguientes dos semanas, los ejércitos de infantería alemanes (6º Ejército de von Reichenau y 17º Ejército de von Stülpnagel) cerraron el anillo interno, comprimiendo y desmembrando a las unidades atrapadas en una serie de feroces combates.
La resistencia soviética fue desesperada y heroica, pero inútil frente a la abrumadora superioridad aérea y de artillería alemana. La batalla concluyó oficialmente el 26 de septiembre con la rendición de los últimos focos de resistencia.
El balance de la victoria alemana fue apabullante en términos tácticos. Las cifras de prisioneros de guerra soviéticos ascendieron a oficialmente 665,000 hombres, una cifra sin precedentes, a los que se sumaron decenas de miles de muertos y la captura de 3,718 piezas de artillería y 884 tanques.
El Frente Suroeste soviético fue prácticamente borrado del mapa, dejando el sur de Ucrania expuesto para la posterior conquista alemana de Járkov, el Donbás y Crimea. Sin embargo, esta victoria tuvo un coste estratégico monumental para Alemania.
El desvío de Guderian y la consiguiente pausa en el avance central hacia Moscú consumieron dos meses críticos del breve verano y otoño rusos.
Cuando finalmente el Grupo de Ejércitos Centro pudo reanudar su ofensiva sobre la capital soviética (Operación Tifón) a finales de septiembre, se encontró con un Ejército Rojo reforzado y un enemigo mucho más preparado, además de la proximidad del invierno ruso, para el que la Wehrmacht no estaba equipada.
Muchos historiadores argumentan que esta demora, decidida por Hitler, fue el error estratégico clave que condenó la Operación Barbarroja al fracaso, ya que privó a los alemanes del tiempo necesario para tomar Moscú antes del invierno.
Así, la Batalla de Kiev, a pesar de ser la cúspide de la Blitzkrieg, se erige como una victoria pírrica que, al priorizar objetivos económicos sobre la aniquilación del centro neurálgico del poder soviético, puede haber sellado la suerte a largo plazo de la Alemania Nazi en el Frente Oriental.
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