La Batalla de Moscú, desarrollada entre el 2 de octubre de 1941 y el 7 de enero de 1942, representa el punto de inflexión crítico y decisivo en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial.
El momento en que la imparable máquina de guerra alemana, tras una serie de victorias aparentemente incontenibles, fue detenida, contenida y finalmente rechazada ante las mismas puertas de la capital soviética en lo que constituiría su primera gran derrota estratégica en tierra y el fracaso definitivo de la Operación Barbarroja.
Este colosal enfrentamiento, el más grande y sangriento hasta ese momento de la historia humana, enfrentó a la Wehrmacht alemana, específicamente al Grupo de Ejércitos Centro al mando del mariscal Fedor von Bock, reforzado con la inmensa mayoría de las divisiones panzer y motorizadas disponibles.
Contra las fuerzas soviéticas de múltiples frentes (Oeste, de Reserva, de Briansk y de Kalinin), que tras sufrir pérdidas catastróficas se reorganizaron desesperadamente bajo el liderazgo supremo del general Georgy Zhukov, designado por Stalin para salvar la capital en su hora más oscura.
El contexto previo a la batalla está marcado por la polémica decisión estratégica de Adolf Hitler de desviar fuerzas acorazadas cruciales del Grupo de Ejércitos Centro hacia el sur durante el mes de agosto para asegurar la captura de Kiev y aniquilar los enormes efectivos soviéticos en Ucrania.
Una victoria táctica monumental que, si bien resultó en la captura de 665000 prisioneros, consumió dos meses preciosos del breve período de clima favorable que quedaba antes de la llegada del invierno ruso.
No fue hasta finales de septiembre, una vez concluida la batalla de Kiev, que Hitler autorizó el reinicio de la ofensiva central sobre Moscú bajo el nombre en clave de Operación Tifón.
El plan alemán era ambicioso y seguía el patrón clásico de la Blitzkrieg: los poderosos 3º y 4º Grupos Panzer (al mando de Hermann Hoth y Erich Hoepner respectivamente).
Junto con el 2º Grupo Panzer de Heinz Guderian que avanzaría desde el sur, ejecutarían profundos movimientos de pinza para rodear y destruir a los ejércitos soviéticos que defendían los accesos occidentales a la capital en dos grandes bolsas de cerco, alrededor de Vyazma y Bryansk, para luego lanzar un asalto frontal directo contra la ciudad.
La fase inicial de la Operación Tifón, iniciada el 2 de octubre de 1941, fue un éxito abrumador y pareció confirmar la inevitabilidad de la caída de Moscú.
Las fuerzas acorazadas alemanas, concentrando una abrumadora superioridad local en hombres y material, rompieron con facilidad las defensas soviéticas, que se encontraban desplegadas de forma lineal y vulnerable.
En cuestión de días, las pinzas blindadas se cerraron: el 7 de octubre, el 3º y 4º Grupos Panzer se encontraron en Vyazma, cercando a los ejércitos 19º, 20º, 24º y 32º soviéticos.
Simultáneamente, al sur, el 2º Grupo Panzer de Guderian avanzó hacia Orel y luego hacia Bryansk, cercando a los ejércitos 3º, 13º y 50º.
El cerco resultante fue una catástrofe de proporciones épicas para la URSS; se estima que más de 660,000 soldados soviéticos fueron hechos prisioneros solo en estas dos bolsas, sumándose a los millones de bajas ya sufridas desde junio.
El camino a Moscú parecía completamente abierto, el pánico cundió en la capital y comenzó la evacuación parcial del gobierno y de industrias vitales hacia el este.
Sin embargo, varios factores cruciales comenzaron a converger para frenar el ímpetu alemán. En primer lugar, la misma ferocidad de la resistencia soviética dentro de las bolsas, aunque destinada a la aniquilación, inmovilizó a importantes fuerzas alemanas durante semanas críticas que debieron dedicarse a reducir los cercos en lugar de avanzar hacia la capital.
En segundo lugar, llegaron las lluvias de otoño, el llamado rasputitsa, que transformó el terreno en un océano de lodo intransitable que paralizó por completo la movilidad alemana, hundiendo vehículos, artillería y suministros, y reduciendo el avance a un ritmo de apenas unos kilómetros por día.
Este retraso fue fatal, dando a los soviéticos el tiempo desesperadamente necesario para reorganizarse.
Fue en este momento crítico cuando la dirección soviética, bajo el mando férreo de Zhukov, demostró una capacidad de recuperación sobrehumana.
Se implementó una movilización total en Moscú: cientos de miles de civiles (en su mayoría mujeres) fueron reclutados para cavar sistemas defensivos masivos, incluidos anti-tanques y líneas de trincheras en tres cinturones concéntricos alrededor de la ciudad.
Mientras tanto, tropas frescas y bien equipadas, incluyendo divisiones siberianas veteranas y endurecidas por el frío que habían sido trasladadas urgentemente desde el Lejano Oriente tras confirmar la inteligencia soviética (proveniente del espía Richard Sorge) de que Japón no atacaría Siberia, comenzaron a llegar al frente para reforzar las exhaustas defensas.
Para finales de noviembre, el lodo se congeló con la llegada de las primeras y terribles heladas, endureciendo el terreno y permitiendo que los alemanes reanudaran su avance en un último y desesperado esfuerzo por alcanzar Moscú.
Se llegó a puntos a apenas 25-30 kilómetros del centro de la ciudad; patrullas de reconocimiento alemanas pudieron ver las torres del Kremlin con sus prismáticos.
Pero el ímpetu ofensivo se había agotado; las divisiones alemanas estaban al límite de su resistencia, terriblemente desgastadas, con las líneas de suministro extendidas al máximo y completamente faltas de equipamiento de invierno, ya que Hitler había previsto una victoria mucho antes de la llegada del frío.
El 5 de diciembre de 1941, con las temperaturas desplomándose por debajo de los -30°C y las fuerzas alemanas física y moralmente exhaustas, incapaces de continuar, Zhukov lanzó la contraofensiva general soviética.
Más de un millón de soldados soviéticos, apoyados por tanques T-34 y lanzacohetes Katyusha recién llegados a la batalla, cayeron sobre las líneas alemanas sobreextendidas y congeladas.
El efecto fue devastador. La Wehrmacht, totalmente sorprendida por la fuerza y el momento del ataque, se vio obligada a realizar una amarga y caótica retirada, abandonando equipo pesado y sufriendo enormes bajas para evitar ser cercada a su vez.
Hitler, furioso, ordenó una política de "resistencia fanática" y prohibió las retiradas tácticas, estabilizando parcialmente el frente a un enorme costo humano, pero el mito de la invencibilidad alemana había sido destrozado.
La contraofensiva soviética continuó hasta el 7 de enero de 1942, recuperando una cantidad significativa de territorio y alejando la amenaza inmediata sobre Moscú.
Las consecuencias de la Batalla de Moscú fueron profundas e irrevocables. Estratégicamente, marcó el fracaso definitivo de la Blitzkrieg y de la Operación Barbarroja, condenando a Alemania a una prolongada guerra de desgaste en dos frentes para la que no estaba preparada.
Moralmente, la victoria soviética fue un triunfo propagandístico incalculable que galvanizó la determinación del Ejército Rojo y del pueblo soviético, demostrando al mundo que la Alemania Nazi podía ser derrotada.
Militarmente, las pérdidas fueron colosales para ambos bandos, pero la Wehrmacht perdió lo mejor de su fuerza de combate y nunca recuperaría completamente la iniciativa estratégica que tuvo en los primeros meses de la invasión.
La derrota ante Moscú extendió la guerra e irrevocablemente inclinó la balanza estratégica a largo plazo hacia la coalición aliada, haciendo inevitable, aunque aún lejana, la derrota final del Tercer Reich.
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