El 2 de enero de 1994, dos días después del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas (México), se libró la batalla de Ocosingo, uno de los enfrentamientos más cruentos entre insurgentes y el ejército mexicano.
Esta lucha por el control de la ciudad —estratégica por su ubicación en la región selvática— dejó decenas de muertos y expuso la crudeza de un conflicto que visibilizó la marginación histórica de los pueblos indígenas.
Contexto: El grito de los excluidos
El levantamiento zapatista, iniciado el 1° de enero de 1994 (día en que entraba en vigor el TLCAN), denunciaba la pobreza, el racismo y el despojo de tierras en Chiapas. Ocosingo, una ciudad comercial clave, era un objetivo militar para ambos bandos:
- Los zapatistas buscaban consolidar su presencia simbólica y operativa.
- El ejército respondió con operativos masivos para recuperar el territorio.
La batalla y sus consecuencias
El enfrentamiento, marcado por combates callejeros y el uso de armas de alto poder, terminó con la retirada zapatista hacia la selva Lacandona. Aunque el ejército recuperó el control, la batalla dejó:
- Muertes civiles y militares: Reportes no oficiales hablan de hasta 100 fallecidos.
- Críticas internacionales por la respuesta desproporcionada del gobierno de Salinas de Gortari.
- La solidaridad civil con los zapatistas creció, forzando al gobierno a declarar un cese al fuego el 12 de enero.
Legado: El camino a San Andrés Larráinzar
La batalla de Ocosingo, aunque una derrota militar para el EZLN, fue un éxito político:
- Aceleró las negociaciones que llevaron a los Acuerdos de San Andrés (1996) sobre derechos indígenas.
- Convertió al subcomandante Marcos en un icono global de la resistencia anticapitalista.
- Hoy, Ocosingo es recordada como un símbolo de la lucha por la dignidad indígena, aunque Chiapas sigue enfrentando desigualdad y violencia.
En conclusión, más que una simple escaramuza, Ocosingo representó el choque entre dos Méxicos: el que ignoraba a los pueblos originarios y el que se alzaba para exigir justicia. Un recordatorio de que, tras la retórica del "México moderno" de los 90, persistían heridas coloniales nunca cerradas.
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