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domingo, 15 de junio de 2025

Juan II, el primer papa en cambiar su nombre



El 2 de enero del año 533, un acontecimiento aparentemente sencillo marcó un antes y un después en la historia del papado. Ese día, un hombre llamado Mercurio, presbítero romano, fue elegido para ocupar la silla de San Pedro. 


Pero al asumir como pontífice, tomó una decisión que se volvería tradición: cambió su nombre al de Juan II, convirtiéndose así en el primer papa en adoptar un nombre distinto al propio al ascender al papado.


Un papa con nombre pagano


El nuevo pontífice había nacido con el nombre de Mercurio, en honor al dios romano del comercio, lo cual resultaba bastante incómodo para un líder de la Iglesia cristiana en plena consolidación de su poder espiritual. En ese contexto, el hecho de que un Papa llevara el nombre de una deidad pagana era, cuando menos, polémico.


Por esa razón, Mercurio tomó el nombre de Juan II al asumir su pontificado, en honor al Papa Juan I, martirizado años antes. Este gesto simbólico marcó el inicio de una costumbre que perdura hasta hoy: el cambio de nombre papal como acto de humildad, renovación y señal del nuevo rol pastoral.


Contexto histórico y religioso


El pontificado de Juan II se desarrolló en una época compleja. El Imperio romano de Occidente ya había caído (en el 476), y la península itálica estaba bajo el dominio del reino ostrogodo. Sin embargo, en Oriente aún existía un Imperio romano cristiano, gobernado por el emperador Justinian I, que intentaba restablecer la unidad religiosa y política del mundo cristiano.


Durante el breve papado de Juan II (533–535), se enfrentó a tensiones teológicas internas, especialmente con la controversia semipelagiana, una corriente cristiana considerada herética por el dogma oficial, que minimizaba la importancia de la gracia divina. Juan II ratificó la condena de estas doctrinas, con el respaldo del emperador Justiniano.


Un legado que trasciende


Aunque su pontificado duró solo un par de años, Juan II dejó un legado importante, no solo en cuestiones doctrinales, sino en algo que hoy parece habitual pero que en su momento fue una ruptura con la tradición: adoptar un nombre nuevo al convertirse en Papa. Esta práctica se volvió norma a lo largo de los siglos, con significados que reflejan tanto las intenciones espirituales del nuevo pontífice como su conexión con papas anteriores.


Desde entonces, nombres como Juan, Pablo, Benedicto o Francisco se convirtieron en emblemas papales, ocultando —y a la vez revelando— una parte esencial del momento histórico que cada pontífice atraviesa.



En resumen, el 2 de enero del año 533 no fue solo una sucesión en el trono de San Pedro. Fue el día en que nació una tradición que simboliza el paso de lo humano a lo espiritual, de lo personal a lo universal. Juan II no fue solo un papa; fue el primero de una larga serie en comprender que, a veces, cambiar el nombre es comenzar una nueva historia.





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