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martes, 29 de abril de 2025

Rogelio Vigil de Quiñones


Nacido en Marbella un 1 de enero de 1862, Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro fue mucho más que un médico o un militar: fue un humanista en el sentido más profundo del término. Su vida cruzó continentes y conflictos, pero siempre lo movió la misma convicción: el deber de cuidar al ser humano, incluso en medio del fuego cruzado.


Criado en una familia de raíces leonesas y tradición castrense, se formó en Granada, donde obtuvo el título de licenciado en Medicina y Cirugía en 1886. Ejerció primero como médico rural en las localidades granadinas de Talará y Chite, en las estribaciones de las Alpujarras. 


Pero a los 35 años, sintiendo aún intacto el pulso del deber, ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar. Fue destinado a Filipinas en diciembre de 1897, sin saber que allí escribiría una de las páginas más heroicas y humanas de la historia militar española.


El sitio de Baler: ciencia y coraje en una iglesia sitiada


El 12 de febrero de 1898, Vigil llegó a Baler, una remota localidad filipina donde pronto estallaría una larga y feroz resistencia. Junto a una pequeña guarnición de apenas medio centenar de hombres, se refugió en la iglesia del pueblo cuando los insurgentes filipinos, comandados por Teodorico Luna, lanzaron el asedio el 30 de junio. Aislados, sin víveres ni medicamentos, el grupo resistió durante 337 días.


El beriberi —una enfermedad que entonces se cobraba millones de vidas en los trópicos— comenzó a diezmar a la guarnición. El capitán de las Morenas y el teniente Alonso Zayas murieron. Vigil también cayó enfermo, pero logró curarse recurriendo a hierbas y nutrientes improvisados. 


Más aún, logró contener la epidemia, aplicando observación, ingenio médico y una voluntad indoblegable. Con ello, salvó la vida de muchos compañeros. A pesar de estar herido, siguió curando, combatiendo y, en más de una ocasión, arriesgando la suya por atender incluso a soldados enemigos durante las treguas.


El 20 de abril de 1899, cuando los insurgentes intentaron incendiar la iglesia, salió armado al descubierto y frustró el ataque. Fue uno de los momentos más recordados del sitio. 


El 2 de junio, finalmente, los sitiados se rindieron con todos los honores. Salieron armados, con la bandera desgarrada, y fueron reconocidos como amigos por el nuevo gobierno filipino. El regreso a España se selló en el puerto de Barcelona, el 1 de septiembre de ese mismo año.


Un médico entre continentes


Vigil no se detuvo. Fue condecorado, ascendió en el escalafón militar y sirvió en distintos destinos: Sevilla, Tenerife, Pamplona, Vich, Barcelona... En 1909 volvió al frente, esta vez a África. En Melilla, participó en varios episodios bélicos de la guerra contra las cabilas rifeñas. Recibió nuevas distinciones por su valentía y eficacia como médico de campaña.


Casado con Purificación Alonso y Ruiz, fue padre de seis hijos. Su carrera siguió creciendo: dirigió hospitales, organizó evacuaciones de heridos, y dejó huella por su dedicación en ciudades como Jerez, Sevilla, Larache o Dar-Drius. Fue el primer director médico del Hospital Docker de Melilla y dio nombre, muchos años después, al Hospital Militar de Sevilla, inaugurado en 1980 por petición popular.


Retiro y legado


En 1923 pasó a la reserva, y en 1926 se retiró oficialmente del servicio. Se instaló en San Fernando, Cádiz, donde murió el 7 de febrero de 1934. Su cuerpo fue trasladado con honores a Madrid, al Cementerio de La Almudena, al Panteón de los Héroes de Cuba y Filipinas. Entre los que lo recibieron estaba el prestigioso cirujano Mariano Gómez Ulla.


Vigil de Quiñones fue un médico de guerra, sí, pero también un hombre que jamás perdió de vista al paciente tras el uniforme, al enemigo tras el fusil, al ser humano en mitad de la batalla. Fue una figura admirada en tres continentes, querido en todas las ciudades que pisó, y recordado no solo por sus méritos militares, sino por su compasión, inteligencia y valentía sin alarde.




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