El siguiente resumen contiene muchas de las teorias expuestas por el sociologo argentino JUAN CARLOS PORTANTIERO
El “empate argentino”
Desde hace tiempo se hace visible la carencia de un verdadero Orden Político en Argentina. Hay una incapacidad de las clases dominantes para construir alguna forma de dominación legítima sobre una sociedad progresiva y desintegrada.
Para sostener esta hipótesis se analizara el comportamiento de los principales actores sociales durante las dos últimas décadas en el país, planteando la existencia de un “empate” entre fuerzas capaces de vetar los proyectos de las otras, pero sin los recursos suficientes para imponer, de manera perdurable los propios.
Esta situación de “empate hegemónico”, que ha dado lugar a la presencia de un Estado progresivamente aislado de la sociedad, a una inestabilidad crónica, y a una sociedad descripta como “ingobernable” solo podrá ser entendida al analizar de manera profunda el complejo de relaciones económicas, sociales y políticas que se van estructurando desde finales de la década de los cincuenta.
En efecto, el derrocamiento del primer experimento nacional popular de Perón, en septiembre de 1955, habría de implicar, en varios sentidos, el cierre de un ciclo histórico.
En lo económico, quedaba atrás, agotado un modelo de acumulación iniciado con la crisis del ´30 y reforzado en la década del ´40, que el peronismo modifico socialmente introduciéndole un patrón de distribución.
En lo político, el fin del primer peronismo arrasaba con un orden legitimo, sostenido por una alianza de intereses expresada en el bloque populista de poder que Perón había articulado entre las FF.AA, el sindicalismo y las corporaciones patronales que representaban al capitalismo nacional.
En la medida en que los intereses que confluían en esa alianza comenzaron a manifestar creciente contradicciones entre sí, el bloque populista entro en un proceso de descomposición.
Por fin menos por la fuerza de sus enemigos que por su propia incapacidad para ajustarse a las nuevas condiciones nacionales e internacionales.
Durante 10 años, el peronismo había conseguido dar expresión política coherente a una etapa de desarrollo de la sociedad argentina.
A partir de su caída, ninguna experiencia gubernamental logro satisfacer los requisitos mínimos necesarios para sostener un Orden estable.
Falto desde entonces una ecuación política capaz de articular a la Sociedad civil con el Estado, de establecer mecanismos claros de exclusión y de recompensa, de fundar en fin, una legitimidad reproductora del sistema, basada en la fuerza y también en el consenso.
Esa incapacidad de las clases dominantes comienza a ser patética desde el periodo presidencial de Arturo Frondizi. Es desde entonces los rasgos que descriptivamente se han resumido como de “empate” se presentan, para agudizarse crecientemente.
En efecto, el periodo anterior (1955-1958) fue de transición. Implico, sobre todo un intento provisional (y defensivo) de las clase dominantes por poner “orden en la casa”.
Esto es, recuperarse (sobre todo la burguesía agraria) del deterioro que le había inferido el nacionalismo popular y desarmar, en lo posible, su aparato político en su núcleo más conflictivo: el sindicalismo.
Fue un operativo de “limpieza” un sueño idílico de retorno a las condiciones del pre-peronismo.
Lo que se quería era desarticula la participación política de los sindicatos como interlocutores privilegiados para la elaboración de proyectos sociales.
Es entre 1955 y 1958 cuando se colocan las bases institucionales para proceder a lo que sería la clave ultima del proceso que se abrirá con Frondizi, pero que el capitalismo argentino venía reclamando desde la primera mitad de los cincuenta. La sustitución de trabajo por capital en el desarrollo industrial.
La irrupción brusca de una fracción de clase que pasa a controlar los núcleos más dinámicos de la economía no podía sino alterar la correlación de fuerzas en el interior de la burguesía, así como re-definir las relaciones globales entre el conjunto de las clases dominantes y las dominadas.
El “empate” político entre los distintos grupos se articularia, así como una modalidad especifica de acumulación de capital en la Argentina basada, a su vez, en una situación de poder económico compartido que alternativamente se desplaza a la burguesía agraria pampeana (proveedora de divisas y por lo tanto dueña de la situación en los momentos de crisis externa) y a la burguesía industrial, volcada totalmente hacia el mercado interior.
Según cuál sea el momento del ciclo –y los movimientos de este está determinado finalmente por la situación de la balanza de pagos- será la probabilidad de las alianzas a establecerse.
El modelo vigente responde en líneas generales a una secuencia que pasa de un momento de devaluación y aumento de los precios relativos industriales y el salario real.
Hasta que nuevamente la burguesía agraria precipita una crisis en la balanza de pagos, y con una posterior devaluación, recomienza el ciclo.
La particularidad de esta forma de acumulación, sustentada por un poder compartido cuyos desajustes internos se zanjan mediante bruscas y sucesivas traslaciones de ingresos que sacuden el cuerpo social del país, ciertamente explica, en una instancia ultima, las formas políticas del capitalismo argentino.
Formas que testimonian una suerte de “imposibilidad hegemónica”, dadas las recurrentes dificultades que enfrentan para elaborar una coalición estable las capas más concentradas de las burguesías urbana y rural.
El alcance ejemplar del periodo 1966-1973, años de la Revolución Argentina, deriva de que entonces se puso en marcha el experimento más coherente.
En las mejores condiciones de factibilidad desplegado por la fracción dominante en la economía para superar el “empate” a su favor y transformar su predominio en hegemonía.
Ya al cabo de los primeros tres años ese ensayo de recomposición hegemónica mostró signos de fracaso.
Pese a que, en líneas generales, las condiciones económicas, nacionales e internacionales, trabajaban a su favor, el proyecto no pudo superar los obstáculos que se le impusieron. ¿Por qué?
Avanzar en una respuesta implica ya saltar de los determinantes económicos del “vació hegemónico” argentino para introducirse en otras variables:
Principalmente, las características del Sistema político, entendido como un sistema institucional complejo de toma de decisiones, en el que una pluralidad de actores sociales.
Que gradualmente obtienen la obtención de sus demandas a partir de niveles que van, desde el poder efectivo para decidir, hasta la capacidad para influir defensivamente, para vetar, a través de variadas formas de expresión.
- Actores sociales a tener en cuenta: FF.AA; SINDICATOS; PARTIDOS POLÍTICOS; ORGANIZACIONES CORPORATIVAS EMPRESARIAS Y LA TECNOBUROCRACIA.
El nivel de análisis elegido por este resumen es el de las relaciones de fuerza políticas, es decir, un espacio en el que los conflictos de clase se expresan como conflictos entre fuerzas que actúan en el Sistema Político.
En el que las alianzas entre clases y fracciones buscan constituirse como bloqueo de poder mediante la articulación de proyectos, a través de un proceso relativamente autónomo que califica la discontinuidad existente entre las llamadas “estructuras” de la sociedad.
Los preludios del cambio
Entre 1962 y 1963, la Argentina atravesó por uno de recurrentes momentos de recesión. Su detonante fue el habitual: déficit incontrolable en la balanza de pagos. La crisis económica arrastro a una crisis institucional y las FF.AA decidieron el derrocamiento de Frondizi.
Tras la inquietante experiencia del “desarrollismo”, la imaginación de los mandos militares no iba mas allá de una propuesta de resurrección de la “Revolución Libertadora” que había desalojado a Perón del poder.
En efecto, durante ese periodo se colocaron las bases para la consolidación en la esfera de la producción de un nuevo actor social, el capital extranjero radicado en la industria, quien lograra reestructurar a su favor las relaciones de predominio tanto en el interior del sector cuanto en la economía en su conjunto.
La burguesía industrial local deberá, en medio de serios conflictos, amoldarse a sus decisiones y la tradicionalmente poderosa burguesía pampeana será desplazada de su posición de liderazgo, aunque sin perder su capacidad de presión, poderosa sobre todo en los momentos de crisis.
1958 SE PROMULGA LA LEY DE INVERSIONES EXTRANJERAS
El control sobre los sectores mas dinámicos de la estructura productiva urbana se internacionalizo y oligopólizó, modificando rápidamente las relaciones de fuerza en la sociedad. La mayor parte del capital era norteamericano.
Destaquemos algunos elementos nuevos implantados durante el “desarrollismo” como datos estructurales, aunque varios entraran luego de 1964 en un proceso de complejización mayor.
Primero la concentración de las inversiones (y por lo tanto de las nuevas industrias) en la Capital Federal y su periferia; en la provincia de Santa Fe y en la ciudad de Córdoba, siendo esta última, la zona que con mayor nitidez sintió el impacto brusco del cambio.
Segundo, las variaciones en la distribución del ingreso que beneficiaron sobre todo a los sectores medios y medio superior, en detrimento de los tramos inferiores, pero también de los superiores.
Tercero, la mayor heterogeneización de la clase dominante, manifestada en lo que se ha calificado como proceso de “diversificación del liderazgo empresario”, que complejizo notablemente la trama de acuerdo-oposición de intereses en el interior de la burguesía, tanto urbana como rural.
Cuarto, las modificaciones operadas, en una primera etapa, en la composición interna de la fuerza de trabajo a través de diferenciaciones salariales a favor de los trabajadores de las ramas dinámicas.
Ciertamente, esta modernización en marcha no evito la reaparición, en 1962, de la habitual crisis externa: el programa desarrollista, implicaba la necesidad de un aumento en la demanda de importaciones (materias primas, bienes intermedios, maquinaria, tecnología) que solo podía ser equilibrada con un aumento de la exportación de productos agropecuarios.
Al no obtenerse éxitos significativos con ese sector, la recesión se hizo presente. Derrocado Frondizi en 1962, un representante de la burguesía agraria tradicional, Federico Pinedo, ocupo el ministerio de Economía y aplico los conocidos planes anti-recesivos.
Liberalismo económico extremo y convocatoria para ocupar las posiciones en el aparato del Estado a los sectores más conservadores que, a la sazón, además controlaban los estados mayores del Ejército y de la Marina.
Se abrió así un periodo de casi dos años de crisis política constante, que solo se iba a solucionar por vía militar.
Así mismo las FF.AA se encontraban divididas, enfrentándose en un acontecimiento armado, entre azules y colorados.
Finalmente se convoca a elecciones, aunque con la proscripción del peronismo, y a fines de 1963 asume el gobierno Arturo Illia.
El desvalido gobierno provisional de José María Guido que sucedió a Frondizi, va a adquirir, visto retrospectivamente, el carácter de un “ensayo general” para el modelo político que se intentara poner en marcha en 1966, donde se intentara una verdadera modificación de las relaciones de fuerza políticas e ideológicas vigentes hasta entonces.
Este movimiento hacia la modernización política, que envolvía como principal derrotado al sistema tradicional de partidos, involucro al ascenso de otra fuerza social, arrinconada desde el derrocamiento de Perón en 1955: la Burocracia Sindical.
En 1961 Frondizi devolvió a los sindicatos el control de la CGT, intervenida por el Estado hacia más de seis años.
Esto permitiría que en los ásperos conflictos desencadenados durante el provisional gobierno de Guido, las organización gremiales reaparecieran como grupos de presión: son esos los años en que comenzara a gestarse en el interior del sindicalismo peronista la corriente llamada “vandorista” (por Augusto Vandor, líder del poderoso gremio metalúrgico).
El crecimiento del papel del sindicalismo y el reflujo sufrido por los partidos políticos, coloco en un primer plano institucional a las organizaciones corporativas empresarias.
Expresivas, en su variedad, de los intereses económicos directos de las distintas fracciones del capital (cada vez más diversificado), pero también articuladoras de proyectos políticos de mayor alcance.
Es alrededor de ellas que se nuclea la tecnoburocracia, como asesora y redactora de programas tendientes a la constitución de alianzas con otras fuerzas sociales, condición indispensables para desemparejar la relación equilibrada vigente en el interior de las clases dominantes.
A estos actores- “Establishment”, Burocracia Sindical, Organizaciones Empresarias- debe sumarse la modificación operada en el comportamiento de las Fuerzas Armadas, principalmente del Ejercito, durante el periodo Guido.
Sometido a presiones muy fuertes por parte de los grupos orgánicamente vinculados con el modelo de acumulación anterior, el gobierno de Guido no pudo llegar a ser sino un híbrido, pero a la vez, implico una primera apuesta a prueba de las articulaciones políticas necesarias para la realización de un nuevo equilibrio de fuerzas acorde a los cambios que se estaban produciendo en la sociedad.
En el momento en que se precipitaba la necesidad de otorgarle una salida institucional a la precariedad del gobierno de Guido, apareció claro, sin embargo, que la nueva fórmula de poder no estaba aun madura.
De tal modo los Partidos Políticos- que aparecían como los principales derrotados históricos de ese proceso de modernización capitalista- retomarían, por vía del más tradicional de todos ellos, el control del gobierno con apenas un 25% de los votos del electorado.
La experiencia de Illia y los viejos políticos duraría menos de tres años. Es que habían sido “triunfadores ocasionales”, que ocupaban un vacío temporario.
Sin embargo fue ejemplar, gobernó sin Estado de Sitio y sin presos políticos; garantizo las libertades básicas y hasta pudo tener "episodios de dignidad nacional" en sus relaciones con los EE.UU, como lo demostró con la invasión de “marines” a Santo Domingo. Su modelo era Hipólito Yrigoyen.
Aunque cabe mencionar que le impidio a Juan Domingo Perón el retorno al país.
El periodo de Illia coincide, sin embargo, con un hecho destinado a tener una enorme importancia en los años posteriores.
Superada la crisis económica de los años 62/63, la economía argentina entra en un ciclo largo de recuperación, caracterizado básicamente por una coyuntura internacional que iba a favorecer los precios de los productos argentinos en el mercado mundial y que eliminaría, por un largo periodo, el déficit en la balanza comercial.
Desde 1964 hacia delante (aproximadamente 1971) el proceso económico de Argentina se caracteriza por:
Crecimiento ininterrumpido del PBI, sin ningún año de recesión.
Crecimiento sostenido del producto industrial;
Aumento de la capacidad de sector industrial para ocupar mano de obra.
Participación de las grandes empresas de las ramas vegetativas (nacionales o extranjeras) y de las medianas empresas de las ramas dinámicas (nacionales o extranjeras) junto con las grandes empresas extranjeras de las ramas dinámicas, en los mayores crecimientos del monto de ventas.
Atenuación de los ciclos originados en el sector externo, lo que permitió superar, sin graves consecuencias las “mini-recesiones” de 1966-67 y 1971-72;
Estabilidad en los patrones de distribución del ingreso y progresiva atenuación de las diferenciaciones internas dentro de los asalariados, luego del brusco ascenso de los índices de dispersión en la primera etapa de instalación masiva de capital extranjero en la industria.;
Descenso del nivel de desocupación que baja del 7,2% al 5,8% entre los trienios 1964 y 1971.
El gobierno de Illia no frena esas tendencias, pero tampoco las impulsa. A sus espaldas se esta produciendo la consolidación de una nueva realidad en la economía y en la sociedad, pero la UCR no es capaz de sintetizar en el Estado ese nuevo esquema de fuerzas.
Esta incapacidad de Illia para responder a las exigencias del sistema económico provocara su prolija caída en 28 de junio de 1966.
El derrocamiento del radicalismo, el más antiguo partido político de la Argentina, arrastraba tras sí, simbólicamente, a la totalidad del sistema de representación en el que estaba incluido.
Cuando los militares toman por asalto el poder y utilizan como explicación de su alzamiento el deterioro de los partidos políticos, decían una verdad: su “crisis de autoridad” era flagrante.
La acumulación de capital, el incremento de la eficacia del sistema económico, la racionalización del Estado, eran demandas que se asentaban sobre la lógica del desarrollo capitalista, tal cual había sido impulsado desde 1959.
No estaba en la capacidad del viejo sistema de partidos asumir esas tareas, es a ese cuello de botella político que el golpe de junio intentara poner fin.
Queridos lectores si les gusto lo que leyeron, puede contribuir un poco. Muchas gracias
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