La Segunda Batalla del Aisne, conocida como la Ofensiva Nivelle, representa uno de los puntos de inflexión psicológicos y militares más dramáticos de la Primera Guerra Mundial, un episodio donde la arrogancia doctrinal, la ruptura de la confianza entre soldados y mando, y el agotamiento nacional convergieron para producir no solo un fracaso militar catastrófico, sino el colapso casi completo del ejército francés como instrumento de combate ofensivo.
Desde la perspectiva militar operativa, la ofensiva encarnó la peligrosa persistencia del pensamiento mágico en el alto mando francés.
El general Robert Nivelle, basándose en sus éxitos limitados en Verdún, prometió una ruptura decisiva del frente alemán en 48 horas mediante la aplicación de su "método" - una preparación artillera masiva seguida de un avance rápido e implacable de la infantería.
La realidad desmintió cruelmente esta promesa: el ataque francés, lanzado sobre el macizo de Chemin des Dames - una posición defensiva natural formidable que los alemanes habían fortificado meticulosamente durante dos años - se estrelló contra un sistema defensivo en profundidad que había anticipado perfectamente la ofensiva.
La captura alemana de los planes franceses completos antes del ataque eliminó cualquier elemento de sorpresa, permitiendo una defensa elástica que infligió bajas catastróficas desde las primeras horas.
Estratégicamente, la ofensiva representó el último intento del mando francense por lograr una victoria decisiva antes del agotamiento completo de la nación. Nivelle había prometido al gobierno y a los soldados una victoria rápida y contundente, creando expectativas imposibles de cumplir.
Cuando la realidad del campo de batalla - avances de solo cientos de metros a cambio de decenas de miles de bajas - chocó con estas promesas, el resultado fue una crisis de legitimidad sin precedentes.
La batalla también expuso la fractura dentro del alto mando francés, con Pétain y otros generales oponiéndose privadamente a la ofensiva pero siendo marginados por el carismático Nivelle y sus partidarios políticos.
En el ámbito táctico, Chemin des Dames demostró la superioridad alemana en la defensa científica.
Los alemanes, bajo el mando del general Fritz von Below, habían construido un sistema defensivo de tres líneas profundas, con posiciones de ametralladoras en cuevas naturales de la meseta calcárea, artillería pre-registrada en zonas de asalto probables, y reservas móviles listas para contraatacar.
Los franceses, por contra, replicaron tácticas que ya habían demostrado su obsolescencia: oleadas de infantería cargando cuesta arriba contra posiciones dominantes, con apoyo de artillería que no logró neutralizar las defensas en profundidad.
Humanamente, las cifras son elocuentes en su horror: aproximadamente 187,000 bajas francesas en tres semanas, incluyendo 40,000 muertos en los primeros cuatro días.
Este sacrificio, particularmente concentrado en las unidades de asalto de élite, creó un trauma colectivo que trascendió lo militar. Los soldados, muchos de ellos veteranos de Verdún que habían sobrevivido al infierno con la promesa de que esta sería la última ofensiva, sintieron que habían sido traicionados no solo por la incompetencia táctica, sino por la ruptura fundamental del contrato social entre el mando y la tropa.
Psicológicamente, la Ofensiva Nivelle desencadenó los Motines de 1917, uno de los episodios más significativos de la historia militar moderna.
A partir de mayo, aproximadamente 40,000 soldados de 68 divisiones francesas se negaron a participar en nuevos ataques, ocuparon trincheras pero se declararon en "huelga militar", cantando La Internacional y exigiendo paz, mejores condiciones y un trato más humano.
Estos no fueron motines de cobardía, sino de desesperación política: los soldados expresaban su disposición a defender Francia, pero rechazaban morir en ofensivas inútiles.
Políticamente, la crisis fue total. La caída de Nivelle y su reemplazo por Pétain marcó un cambio fundamental en la conducción francesa de la guerra.
Pétain, comprendiendo la naturaleza de la crisis, implementó una doble estrategia: represión selectiva (49 fusilamientos de los aproximadamente 500 condenados a muerte) combinada con reformas sustanciales - mejoras en la comida, alojamiento, permisos y, sobre todo, el abandono de grandes ofensivas hasta que llegaran los estadounidenses y nuevos equipos.
Este "tratamiento Pétain" salvó al ejército francés de la disolución, pero a costa de transformarlo en una fuerza predominantemente defensiva durante el resto de 1917.
En la memoria histórica, la Ofensiva Nivelle se convirtió en el símbolo definitivo de la incompetencia del alto mando y del sacrificio inútil. El Chemin des Dames, ya un cementerio natural de la ofensiva de 1914, se transformó en paisaje sagrado de la desilusión nacional.
La "caverna del Dragón", sistema de cuevas donde los soldados franceses y alemanes vivieron y murieron en condiciones medievales, se erigió como monumento a la locura de la guerra de posiciones.
Doctrinalmente, el fracaso de Nivelle marcó el fin definitivo de la doctrina ofensiva a ultranza que había caracterizado al ejército francés desde 1914.
La sustitución por la estrategia de Pétain - "attendre les américains et les chars" (esperar a los americanos y los tanques) - representó un reconocimiento doloroso de que Francia sola no podía ganar la guerra, y que la supervivencia dependía de la contención hasta la llegada de refuerzos decisivos.
La Segunda Batalla del Aisne, en última instancia, representa el momento donde el contrato social de la guerra se rompió irreversiblemente.
Demostró que incluso el ejército más resistente tenía límites psicológicos, y que la lealtad de los soldados dependía de la percepción de que sus sacrificios tenían propósito militar real.
En las laderas sangrientas del Chemin des Dames, Francia no solo perdió una batalla, sino que casi perdió su ejército y, con él, la guerra.
Este episodio, más que cualquier otro, explica la cautela francesa en 1918 y la profunda cicatriz psicológica que marcaría a la nación durante el resto del siglo XX.

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