La Batalla de Messines

La Batalla de Messines, desarrollada del 7 al 14 de junio de 1917 en la cresta estratégica al sur de Ypres, representa una de las operaciones más meticulosamente planificadas y técnicamente perfectas de la Primera Guerra Mundial, un punto donde la ingeniería militar alcanzó una escala y sofisticación que anticipaba la guerra científica del siglo XX. 

Esta ofensiva limitada británica, centrada en la detonación simultánea de 19 minas subterráneas masivas, constituye un estudio único de cómo la preparación exhaustiva y la innovación tecnológica podían producir victorias táctica y psicológicamente devastadoras.

Desde la perspectiva militar operativa, Messines fue una obra maestra de la guerra de asedio moderna elevada a escala industrial. Bajo el mando del general Sir Herbert Plumer del Segundo Ejército británico, la operación fue preparada durante 18 meses con una precisión casi obsesiva. 

La característica definitoria fue la excavación de 24 túneles (5 abandonados) que extendieron más de 8,000 metros bajo las líneas alemanas, en los cuales se colocaron 455 toneladas de explosivos (amonal) en 21 cámaras. 

La detonación simultánea a las 03:10 del 7 de junio creó el mayor estallido artificial previo a la era nuclear, escuchado desde Londres hasta Dublín, y literalmente borró del mapa secciones completas del sistema defensivo alemán. 

El resultado táctico fue inmediato y abrumador: la infantería británica, australiana y neozelandesa capturó la codiciada cresta de Messines en solo tres horas, avanzando 3 kilómetros con bajas relativamente bajas.

Estratégicamente, Messines fue concebida como operación preliminar para la posterior Tercera Batalla de Ypres (Passchendaele), destinada a capturar terreno elevado que dominaba los campos de batalla futuros. 

La cresta de Messines-Wytschaete, ocupada por los alemanes desde 1914, ofrecía observación sin obstáculos sobre Ypres y sus accesos. Su captura no solo eliminó esta ventaja alemana, sino que proporcionó a los británicos posiciones de partida más favorables para la ofensiva principal. 

La victoria demostró que objetivos limitados, bien definidos y meticulosamente preparados podían alcanzarse con éxito, contrastando deliberadamente con los desastres de ofensivas más amplias y ambiciosas.

En el ámbito táctico, Plumer perfeccionó el modelo de "mordisco y tenaza" que caracterizaría su enfoque. 

Innovaciones clave incluyeron: el uso sin precedentes de guerra de minas a escala operacional; una barrera de artillería rodante ("creeping barrage") de precisión extrema; el despliegue masivo de ametralladoras para fuego de supresión (2,266 piezas en un frente de 15 km); y el empleo sistemático de carros de combate Mk IV en apoyo directo de la infantería. 

La coordinación entre armas alcanzó niveles de perfección nunca vistos en el ejército británico.

Tecnológicamente, Messines representó el cénit de la guerra de minas tradicional y el amanecer de la guerra científica moderna. Los ingenieros de túneles, muchos de ellos mineros civiles de Gales y Australia, trabajaron en condiciones infernales a 30 metros de profundidad, luchando constantemente contra filtraciones de agua, gases tóxicos y los contra-túneles alemanes. 

La batalla también destacó por el uso innovador de fotografías aéreas para mapear con precisión las defensas enemigas, y por el sistema de comunicaciones que integraba teléfono, radio y señales visuales.

Humanamente, las cifras reflejan el éxito tácticamente eficiente pero humanamente devastador: aproximadamente 25,000 bajas británicas y de la Commonwealth (incluyendo 3,538 australianos y 700 neozelandeses en el primer día) frente a 23,000 alemanas, con 10,000 prisioneros capturados. 

El impacto psicológico de la explosión fue, sin embargo, lo más significativo: los soldados alemanes en sectores distantes sufrieron conmoción y desorientación masiva, mientras que el efecto moral sobre las tropas británicas fue electrizante, demostrando que la iniciativa tecnológica podía cambiar radicalmente la ecuación del campo de batalla.

Políticamente, Messines ofreció un raro momento de optimismo para el esfuerzo aliado en 1917, un año marcado por el fracaso de Nivelle, los motines franceses y la Revolución Rusa. 

Para Australia y Nueva Zelanda, la batalla (particularmente la captura de la aldea de Messines por los neozelandeses) se convirtió en símbolo de su creciente pericia militar, aunque también en recordatorio de que incluso las victorias bien ejecutadas tenían un costo terrible.

En la memoria histórica, Messines ha quedado eclipsada por la posterior carnicería de Passchendaele, pero representa un momento único donde la planificación, la paciencia y la innovación técnica produjeron una victoria casi clásica.

La "mina perdida" de Messines (descubierta accidentalmente por un rayo en 1955 y detonada controladamente) se convirtió en símbolo de la guerra subterránea oculta que continuó afectando el paisaje décadas después del conflicto.

Ecológicamente, las detonaciones transformaron permanentemente el paisaje, creando 19 cráteres gigantes (el más grande, "Spanbroekmolen", de 80 metros de diámetro y 15 de profundidad) que aún marcan el campo de batalla como cicatrices líquidas, muchos convertidos en estanques conmemorativos.

La Batalla de Messines, en última instancia, representa la culminación de un tipo particular de guerra - la guerra de asedio industrializada - y su final efectivo. 

Demostró que incluso contra defensas modernas en profundidad, la combinación de tiempo, recursos técnicos y planificación meticulosa podía producir rupturas decisivas. 

Sin embargo, también reveló los límites de tales métodos: la posterior incapacidad para explotar estratégicamente este éxito táctico en Passchendaele demostraría que incluso la victoria más espectacular podía resultar estéril cuando no estaba integrada en una estrategia operacional coherente. 

En los cráteres de Messines, la ingeniería militar alcanzó su apogeo, pero la guerra misma demostró ser más compleja que cualquier solución puramente técnica.