René Goscinny: El alquimista del humor que conquistó el mundo con sus viñetas
Nacido en París el 14 de agosto de 1926 en el seno de una familia judía polaca, René Goscinny vivió una infancia marcada por el exilio.
Cuando el antisemitismo crecía en Europa, su familia encontró refugio en Buenos Aires (1928-1945), donde el joven René descubrió su pasión por el dibujo y el humor mientras trabajaba como aprendiz en una agencia de publicidad.
Sus primeros chistes publicados en la revista Patoruzito a los 17 años mostraban ya el germen de su genio creativo.
Tras regresar a Europa en 1945, Goscinny se convirtió en el arquitecto de la edad de oro del cómic franco-belga. Su colaboración con Albert Uderzo dio vida a Astérix en 1959, ese pequeño galo revoltoso que se burlaba tanto de los romanos como de los estereotipos franceses.
Con Morris creó al cowboy solitario Lucky Luke, que cabalgaba más rápido que su sombra en un western lleno de guiños inteligentes.
Junto a Tabary desarrolló las desventuras del visir Iznogud, cuyo sueño era "ser califa en lugar del califa". Y con Sempé dio vida al entrañable Pequeño Nicolás, retrato perfecto de la infancia con su mirada ingenua y certera.
Su método de trabajo era tan meticuloso como brillante. Para cada álbum de Astérix investigaba durante seis meses, devorando libros de historia hasta encontrar ese punto exacto donde lo histórico se encontraba con lo absurdo.
Sus guiones eran ecuaciones perfectas de ritmo cinematográfico, con gags visuales para los niños y sutiles ironías políticas para los adultos.
Trabajaba codo a codo con sus dibujantes -dos páginas diarias con Uderzo, largas tertulias creativas con Morris en los cafés de París-, siempre buscando esa magia que hiciera reír al propio dibujante primero.
La muerte lo sorprendió demasiado pronto, el 5 de noviembre de 1977, durante una rutinaria prueba de esfuerzo. A sus 51 años dejaba un legado de 380 millones de álbumes vendidos solo de Astérix, traducidos a 111 idiomas.
Pero más que números, Goscinny dejó una nueva forma de entender el cómic: donde antes había aventuras lineales, él implantó capas de humor, juegos lingüísticos que desafían a traductores, y personajes secundarios tan memorables como los protagonistas.
Hoy, cuando nuevas generaciones descubren sus obras, cuando el grito "¡Por Belenos!" sigue resonando en manifestaciones, o cuando el Instituto que lleva su nombre preserva sus 5,000 páginas de bocetos, comprendemos que Goscinny no solo hizo reír a Europa después de la Segunda Guerra Mundial, sino que creó un lenguaje universal de humor inteligente.
Como él mismo decía: "La vida es como un álbum de Astérix - corta, llena de golpes, y que termina demasiado pronto". Pero su genio, afortunadamente, sigue vivo en cada viñeta.
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