En enero de 1937, en un contexto de creciente tensión internacional previa a la Segunda Guerra Mundial, Italia y Gran Bretaña firmaron un acuerdo para preservar el statu quo en el Mediterráneo.
Este pacto, conocido como la "Declaración Anglo-Italiana", buscaba evitar una escalada de conflictos en una región estratégica donde ambos países tenían intereses coloniales y militares enfrentados.
El acuerdo fue impulsado por la invasión italiana de Etiopía (1935-1936) y la posterior consolidación del Eje Roma-Berlín, que había alarmado a Londres.
Aunque el gobierno de Benito Mussolini aceptó teóricamente respetar la soberanía de los territorios mediterráneos, en la práctica el pacto fue una maniobra dilatoria: Italia seguía apoyando a los sublevados en la Guerra Civil Española y expandiendo su influencia en el norte de África, mientras Gran Bretaña intentaba contener el avance fascista sin recurrir a la guerra.
La fragilidad del acuerdo quedó demostrada en los años siguientes, cuando Mussolini violó abiertamente sus términos al reforzar su presencia en Libia, intervenir en Albania (1939) y, finalmente, aliarce con la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Para Gran Bretaña, el pacto de 1937 representó un último intento fallido de apaciguamiento ante una Italia expansionista.
En conclusión, este episodio refleja la diplomacia fallida de los años 1930, donde las potencias democráticas subestimaron el expansionismo fascista.
El statu quo mediterráneo no duró, y el acuerdo solo pospuso un conflicto que estallaría con toda su fuerza en 1940, cuando Italia entró en guerra contra los Aliados. Una lección histórica sobre los riesgos de negociar con regímenes agresivos sin garantías reales.
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