A finales de la década de 1980 y principios de los años 90, Japón mostró un fuerte desempeño económico, aparentemente superando a Estados Unidos en varios indicadores significativos.
Sus empresas dominaban diversas industrias y sus bancos sobrepasaban a los competidores extranjeros.
Este crecimiento económico no solo benefició a Tokio, sino que también impulsó la prosperidad en el este y sudeste asiático.
En esa época, la población étnicamente china que residía fuera de China representaba aproximadamente 34 millones de personas y también contribuyó a este crecimiento espectacular.
Sin embargo, en 1985, el gobierno de Reagan presionó a Japón para que aceptara la re-valuación del yen a través del "Acuerdo del Plaza".
En lugar de convertirse en un gran importador, Japón expandió sus empresas mediante la transferencia de la producción a países vecinos.
Con el tiempo, esto se convirtió en la base de una cadena inter-regional de fabricación con altos niveles de tecnología y productividad.
Sin embargo, el aumento del yen también fue acompañado por una expansión del crédito sin control en préstamos a agentes inmobiliarios, lo que generó una enorme burbuja financiera.
A pesar de las señales de una inminente crisis, el gobierno japonés se negó a retirar las garantías a las empresas financieras.
Las quiebras comenzaron por las empresas más pequeñas y, en 1997, Yamaichi Securities, la cuarta firma de valores de Japón, se declaró en bancarrota, algo inusual en la historia moderna de Japón.
Este declive económico fue resultado del repunte de la economía de Estados Unidos y la caída de Corea del Sur tras el acuerdo del Plaza.
El liderazgo tecnológico de Tokio estaba en riesgo, ya que muchas de las principales empresas tecnológicas pasaron a manos de empresas estadounidenses.
Japón ejerció presión sobre Estados Unidos, argumentando que la sobre-valoración del yen agotaría la capacidad de Japón para sostener el déficit de cuenta corriente de Washington, lo que a su vez podría provocar déficit y recesión en Estados Unidos.
Como respuesta, el presidente Clinton acordó con las principales potencias el llamado "Acuerdo de Plaza inverso" para forzar el aumento del dólar.
Para los economistas ortodoxos liderados por Washington, se consideró que los problemas de Japón se solucionarían adoptando instituciones propias del capitalismo liberal.
Como la depuración de grandes fabricantes y bancos no rentables, la eliminación de acuerdos corporativos entre empresas y trabajadores, el desmantelamiento de barreras comerciales y la fijación de precios por el mercado.
Además, el ascenso de China fue un factor decisivo para la recuperación de Japón. Las empresas japonesas comenzaron a invertir considerablemente en China, lo que estableció una relación triangular cargada de desafíos para Japón.
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