La Batalla de Erzurum, desarrollada durante el crudo invierno caucásico entre diciembre de 1915 y febrero de 1916, representa una de las campañas más audaces y estratégicamente significativas del frente ruso-otomano, una victoria que combinó genio táctico, resistencia humana extrema y consecuencias geopolíticas que resonarían mucho más allá de la guerra.
Esta ofensiva invernal, dirigida por el general Nikolái Yudénich, no solo quebró el poder militar otomano en el Cáucaso oriental, sino que anunció el comienzo del fin del Imperio Otomano como potencia regional.
Desde la perspectiva militar operativa, Erzurum constituyó una hazaña logística y táctica sin precedentes en guerra de montaña.
Yudénich, enfrentando una fortaleza considerada inexpugnable - el complejo fortificado de Erzurum, con sus 11 fuertes principales y múltiples líneas defensivas en altitudes superiores a los 2,000 metros - optó por una aproximación indirecta radical.
En lugar de un asalto frontal contra las defensas principales, sus fuerzas del Ejército del Cáucaso ejecutaron un doble envolvimiento a través de pasos montañosos considerados intransitables en invierno.
La captura del paso de Kop, a 2,400 metros de altitud, durante una tormenta de nieve el 10 de enero, representó un golpe maestro que amenazó la retaguardia otomana y forzó el colapso de todo el sistema defensivo.
Estratégicamente, la batalla respondía a la necesidad rusa de asegurar definitivamente su frontera sur tras el desastre otomano en Sarıkamış el año anterior, mientras se creaba una posición de fuerza para posibles negociaciones sobre los Estrechos.
La caída de Erzurum, la principal fortaleza otomana en Anatolia oriental y llave para el control de Armenia, tuvo un impacto psicológico comparable a la pérdida de una capital regional.
La victoria abrió el camino para la posterior ocupación rusa de Trebisonda (Trabzon) en abril, estableciendo una presencia costera que amenazaba las comunicaciones otomanas por el Mar Negro.
En el ámbito táctico, Yudénich demostró una comprensión superior de la guerra en terrenos extremos.
Sus innovaciones incluyeron: el uso de tropas de montaña especialmente entrenadas (principalmente cosacos y unidades caucásicas), el empleo de artillería de montaña desmontada y transportada por animales a través de pasos inaccesibles, y la explotación sistemática de las divisiones étnicas dentro del ejército otomano.
Las fuerzas rusas, mejor equipadas para el invierno y con conocimiento del terreno, contrastaban marcadamente con los defensores otomanos, muchos de ellos árabes o reclutas anatolios mal equipados para temperaturas de -30°C.
Logísticamente, la campaña fue una obra maestra de preparación. Yudénich almacenó durante meses suministros en Kars, organizó caravanas de mulas y camellos para el transporte invernal, y estableció hospitales de campaña avanzados.
Esta meticulosa preparación contrastaba con la situación otomana: el Tercer Ejército, aún recuperándose de Sarıkamış, sufría de escasez crónica de alimentos, uniformes invernales y municiones, con líneas de suministro extendidas sobre 500 km desde Ankara.
Humanamente, el costo reflejó la brutalidad del teatro caucásico. Los otomanos sufrieron aproximadamente 25,000 bajas (muertos, heridos y prisioneros) de una fuerza de 80,000, mientras que las pérdidas rusas fueron de alrededor de 10,000 de 75,000.
Estas cifras, sin embargo, ocultan el sufrimiento adicional: miles de soldados otomanos murieron por congelación antes del combate, y la retirada desorganizada a través de montañas nevadas causó más bajas que la propia batalla.
Políticamente, Erzurum aceleró dramáticamente la crisis del Imperio Otomano. La pérdida de la principal fortaleza anatolia oriental, combinada con las derrotas simultáneas en Galípoli y Mesopotamia, destruyó el prestigio del Comité de Unión y Progreso y exacerbó las tensiones étnicas.
Para las poblaciones armenias y griegas de la región, la victoria rusa generó esperanzas de autonomía o independencia que pronto se verían frustradas por los dramáticos eventos de 1917-1918.
En el contexto de la guerra total, Erzurum representó un ejemplo temprano de cómo un frente secundario podía generar consecuencias desproporcionadas.
La derrota forzó a los otomanos a desviar recursos urgentemente necesarios en otros frentes, debilitando su posición en Mesopotamia y Palestina. Para Rusia, la victoria proporcionó un raro momento de éxito incontestable en una guerra caracterizada por derrotas y estancamiento.
Tecnológicamente, la batalla destacó la importancia de la movilidad en terrenos difíciles. Los rusos emplearon esquíes para patrullas de reconocimiento y transportaron artillería ligera en trineos, mientras que la falta de equipo invernal adecuado condenó a los otomanos desde el inicio.
Las fortificaciones de Erzurum, aunque impresionantes en papel, demostraron su vulnerabilidad cuando fueron superadas por maniobras en terreno elevado.
En la memoria histórica, Erzurum ha permanecido como un episodio relativamente olvidado en la historiografía occidental, eclipsado por las batallas del frente europeo.
Sin embargo, en la historiografía turca, la derrota se recuerda como parte de la "traición" de las minorías no turcas y como justificación para las medidas drásticas contra los armenios. Para Armenia, la batalla representa un momento ambiguo: la liberación temporal de territorio histórico bajo ocupación rusa.
La Batalla de Erzurum, en última instancia, representa la paradoja de las victorias periféricas en una guerra mundial.
Aunque una obra maestra táctica que consolidó el control ruso del Cáucaso, su importancia estratégica se vería pronto anulada por la Revolución Rusa de 1917, que forzaría la retirada de todas las conquistas.
Esta victoria invernal en las montañas anatolias encapsula así la naturaleza efímera del éxito militar cuando no está respaldado por la estabilidad política: lo que se ganó con tanto sacrificio en 1916 se perdería sin lucha en 1918, dejando solo cicatrices en el paisaje y en la memoria de los pueblos del Cáucaso.

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