La Batalla de Iwo Jima, librada entre el 19 de febrero y el 26 de marzo de 1945 en una pequeña y aparentemente insignificante isla volcánica a 1.200 kilómetros al sur de Tokio, fue una de las campañas más sangrientas y simbólicamente potentes de la Guerra del Pacífico, que encapsuló la ferocidad despiadada de los combates en el umbral del Japón metropolitano.
Más que una lucha por territorio, fue una batalla por un objetivo estratégico táctico de valor incalculable: la captura de los aeródromos de la isla, que proporcionarían una base de emergencia para los bombarderos B-29 Superfortress dañados que regresaban de sus incursiones sobre Japón y un puesto de avanzada para los cazas de escolta P-51 Mustang.
La conquista de esta fortaleza natural, defendida con una determinación fanática por la guarnición japonesa, se convirtió en un sinónimo del sacrificio del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y un presagio de los horrores que podrían esperar en una invasión de las islas principales japonesas.
El valor de Iwo Jima ("Isla de Azufre") era evidente para ambos bandos. Para los estadounidenses, era un "eslabón perdido" en la cadena de bombardeo.
Los B-29 que despegaban de las Marianas, tras realizar misiones sobre Japón, a menudo llegaban dañados o con poco combustible. Iwo Jima, situada en la ruta de regreso, ofrecía un campo de aterrizaje de emergencia que podría salvar miles de vidas de tripulaciones aéreas.
Para los japoneses, bajo el mando del teniente general Tadamichi Kuribayashi, la isla era suelo nacional sagrado y su defensa era una cuestión de honor supremo. Kuribayashi, un brillante estratega que había estudiado las tácticas de defensa estadounidenses, rechazó la doctrina tradicional de defender las playas.
En su lugar, ideó un sistema defensivo revolucionario y mortífero: transformó toda la isla en una gigantesca fortaleza subterránea.
Durante meses, los japoneses construyeron una red elaborada de más de 18 kilómetros de túneles, 5.000 cuevas, búnkeres de hormigón y posiciones de artillería excavadas en la roca volcánica. Todas las defensas estaban interconectadas y camufladas a la perfección.
El plan de Kuribayashi era simple y brutal: no habría contraataques banzai suicidas. Sus 21.000 soldados permanecerían ocultos durante el bombardeo naval preliminar, que sabía que sería masivo, y luego emergerían para diezmar a los Marines cuando desembarcaran, defendiendo cada metro de terreno desde sus fortificaciones invisibles hasta el último hombre.
El objetivo era infligir tantas bajas como fuera posible para desmoralizar a Estados Unidos y disuadirlo de invadir las islas principales.
El asalto anfibio comenzó el 19 de febrero de 1945, tras lo que se pensaba que era el bombardeo naval más prolongado e intenso de la guerra hasta esa fecha.
Sin embargo, la preparación resultó ser insuficiente contra las defensas subterráneas de Kuribayashi. Cuando los Marines de la 4.ª y 5.ª División de Marines desembarcaron en las playas de arena negra del sureste, la resistencia inicial fue sorprendentemente ligera.
Pero a medida que avanzaban tierra adentro, el infierno se desató. La artillería, los morteros y las ametralladoras japonesas, previamente registradas en cada centímetro de la playa y el terreno circundante, abrieron fuego desde posiciones ocultas en el monte Suribachi, el volcán extinto en el extremo sur, y desde la meseta rocosa del norte.
Los Marines quedaron atrapados en la profunda y suelta arena volcánica, que impedía el movimiento de vehículos y hombres, convirtiéndolos en blancos fáciles. La primera jornada fue una carnicería.
La batalla se dividió en dos fases principales: la captura del monte Suribachi y la lucha por la meseta norte. El 23 de febrero, tras cuatro días de lucha feroz, un pequeño pelotón de Marines del 2.º Batallón, 28.º Regimiento, 5.ª División de Marines, alcanzó la cima del Suribachi y erigió una pequeña bandera estadounidense.
Horas más tarde, una bandera más grande fue levantada por un grupo más numeroso, un momento capturado por el fotógrafo de Associated Press Joe Rosenthal.
Su fotografía, "Alzando la bandera en Iwo Jima", se convirtió instantáneamente en uno de los íconos más perdurables de la guerra, simbolizando el valor y el sacrificio colectivo. Sin embargo, la batalla distaba mucho de haber terminado.
La fase más sangrienta fue la lucha por el norte de la isla, un paisaje infernal de roca volcánica, barrancos y cañadas bautizado por los Marines con nombres siniestros como el "Carrizal de la Muerte", el "Anfiteatro" y la "Colina del Meat Grinder" (Picadora de Carne).
Cada cueva, cada búnker, tenía que ser reducido con lanzallamas, granadas y cargas de demolición en combates cuerpo a cuerpo a corta distancia. Los progresos se medían en metros y se pagaban con un precio en sangre exorbitante. Los japoneses se negaron a rendirse, luchando hasta la aniquilación casi total.
La batalla concluyó oficialmente el 26 de marzo, aunque pequeños grupos de resistentes japoneses continuaron luchando durante semanas. De la guarnición de 21.000 soldados japoneses, solo 216 fueron capturados; todos los demás murieron.
Las bajas estadounidenses fueron espeluznantes: 6.821 muertos y 19.217 heridos. Fue la única campaña en el Pacífico donde las bajas totales estadounidenses superaron a las japonesas.
La captura de la isla resultó ser un éxito estratégico: durante el resto de la guerra, unos 2.251 B-29 realizaron aterrizajes de emergencia en Iwo Jima, salvando a unas 24.000 tripulaciones aéreas.
Sin embargo, el costo humano fue tan alto que generó un profundo debate sobre la necesidad de la invasión y aumentó la aprensión sobre el costo de una invasión de Japón.
La Batalla de Iwo Jima permanece como un testimonio del coraje de los Marines y de la feroz determinación de los soldados japoneses, un choque brutal en una isla diminuta cuyo nombre quedó para siempre grabado en la memoria histórica como un símbolo de sacrificio supremo.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario