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jueves, 5 de diciembre de 2024

La Pragmática de Felipe II y el Inicio de la Guerra de las Alpujarras - 1 de enero

En 1567, el rey Felipe II promulgó una pragmática real destinada a suprimir las prácticas culturales y religiosas de los moriscos en el Reino de Granada. Este decreto, conocido formalmente como la Pragmática Sanción de 1567, fue percibido por la población morisca como una agresión directa a su identidad, desencadenando tensiones que culminarían en la sangrienta Guerra de las Alpujarras (1568-1571).


Contexto histórico  

Los moriscos, descendientes de los musulmanes que habían sido obligados a convertirse al cristianismo tras la conquista de Granada en 1492, vivían bajo una vigilancia constante por parte de las autoridades cristianas. Aunque nominalmente cristianos, muchos de ellos mantenían en privado sus tradiciones islámicas, su lengua árabe y sus costumbres culturales, lo que generaba recelo entre los sectores más ortodoxos de la sociedad cristiana.


Durante las primeras décadas del siglo XVI, los moriscos habían soportado varias medidas restrictivas, pero la promulgación de la pragmática de 1567 marcó un punto de inflexión. Esta ley prohibía expresamente:  

- El uso de la lengua árabe, tanto en la escritura como en la comunicación oral.  

- La práctica de costumbres islámicas, como las bodas y funerales tradicionales.  

- El uso de vestimentas típicas moriscas.  

- La realización de baños públicos, una práctica culturalmente significativa para los moriscos.  


El decreto también obligaba a los moriscos a entregar sus libros escritos en árabe y a enviar a sus hijos a escuelas cristianas para ser educados en la doctrina católica.


Reacciones y tensiones  

La pragmática fue vista como un intento deliberado de borrar la identidad morisca. Aunque algunos líderes moriscos intentaron negociar con las autoridades para suavizar las medidas, la mayoría de la población interpretó la ley como una provocación intolerable. La prohibición de hablar árabe y la interferencia en sus tradiciones culturales y religiosas resultaron particularmente ofensivas.


La resistencia morisca se extendió rápidamente, especialmente en las Alpujarras, una región montañosa al sur de Granada donde muchos moriscos habían encontrado refugio tras la Reconquista. La promulgación del decreto avivó los resentimientos acumulados por décadas de discriminación y explotación económica, creando el caldo de cultivo para una insurrección.


La Guerra de las Alpujarras  

La rebelión comenzó oficialmente en 1568, encabezada por Fernando de Valor, un líder morisco que adoptó el nombre islámico de Aben Humeya. Durante tres años, los moriscos libraron una guerra de guerrillas contra las fuerzas reales, aprovechando su conocimiento del terreno montañoso para resistir a los ejércitos de Felipe II.


Sin embargo, la superioridad militar de las tropas reales, lideradas por figuras como Juan de Austria, hermano del rey, y el uso de tácticas brutales por parte de los cristianos para reprimir la revuelta, llevaron al colapso de la resistencia morisca en 1571. La guerra dejó un saldo devastador: miles de moriscos fueron asesinados, deportados o esclavizados, y la región quedó prácticamente desolada.


Consecuencias  

1. Despoblación y dispersión de los moriscos: Los sobrevivientes fueron deportados masivamente a otras regiones de España, lo que alteró profundamente la demografía de Granada.  

2. Represión cultural: La derrota marcó el fin definitivo de cualquier intento de preservar públicamente la cultura morisca.  

3. Hostilidades duraderas: Aunque la guerra terminó, las tensiones entre los descendientes de moriscos y la población cristiana persistieron, contribuyendo al clima de sospecha y control que caracterizó el reinado de Felipe II.  


Legado  

La Pragmática de 1567 y la posterior Guerra de las Alpujarras ilustran las complejas dinámicas entre la asimilación forzada y la resistencia cultural en la España de la Contrarreforma. Este episodio no solo evidenció los límites de la integración religiosa en una monarquía confesional, sino que también dejó una huella imborrable en la historia de Granada y sus habitantes.




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