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lunes, 27 de octubre de 2025

Síndrome de Jerusalén



El Síndrome de Jerusalén es un fenómeno psicótico agudo, breve y generalmente reversible, que se manifiesta en un número pequeño pero significativo de turistas y peregrinos durante su visita a la ciudad de Jerusalén. 


Se caracteriza por la aparición repentina de delirios religiosos de gran intensidad, donde el individuo afectado cree ser la encarnación de una figura bíblica fundamental. 


A diferencia de un mero fervor religioso, este estado implica una pérdida de contacto con la realidad y suele requerir intervención médica. 


Lo que hace único a este síndrome es su vínculo directo y desencadenante con el entorno específico de Jerusalén, una ciudad cuya abrumadora carga histórica y espiritual puede actuar como un catalizador para mentes susceptibles.


Las causas de este síndrome son una compleja interacción entre el individuo y su entorno. Por un lado, el factor ambiental es crucial. Jerusalén concentra algunos de los lugares más sagrados para el judaísmo, el cristianismo y el islam. 


Para ciertas personas, la experiencia de caminar por donde lo hicieron profetas y figuras mesiánicas, visitar el Muro de los Lamentos, la Iglesia del Santo Sepulcro o la Cúpula de la Roca, genera una sobrecogedora presión psicológica. 


Este impacto se ve agravado por el estrés del viaje, el jet lag, las multitudes y el agotamiento físico. Sin embargo, el entorno por sí solo no suele ser suficiente. En la gran mayoría de los casos, existe una predisposición psicológica subyacente. 


Muchos de los afectados tienen un historial psiquiátrico previo, como esquizofrenia o trastorno bipolar, o bien poseen una personalidad frágil con creencias religiosas extremadamente literales y rígidas. Jerusalén actúa entonces como el detonante que descompensa una condición latente.


La manifestación del síndrome a menudo sigue una progresión característica. Inicialmente, la persona muestra ansiedad, agitación y una necesidad obsesiva por la pureza ritual, como lavarse compulsivamente o cortarse el pelo y las uñas. 


Luego, entra en la fase declarativa, donde el delirio se hace explícito. El individuo anuncia que es una figura bíblica, siendo las identificaciones más comunes Jesucristo, Juan el Bautista, la Virgen María o el Rey David. 


Comienza a actuar en consecuencia: se viste con túnicas hechas con sábanas de hotel, recita pasajes bíblicos con vehemencia en lugares públicos y predica un mensaje de salvación o el inminente fin de los tiempos, a menudo en su idioma nativo, lo que resulta desconcertante para los transeúntes. 


Si no se interviene, puede llegar una fase de crisis donde el comportamiento se vuelve peligroso, como intentar repetir la crucifixión o alterar rituales religiosos en los santuarios, creyendo tener una misión divina que cumplir.


El tratamiento para estos casos está bien establecido en la ciudad. Los servicios de salud israelíes, con el Hospital Kfar Shaul a la cabeza, tienen experiencia en manejar estos episodios. 


El primer paso es la hospitalización para garantizar la seguridad del paciente y de los demás. Curiosamente, la intervención más efectiva y simple suele ser el "tratamiento geográfico": alejar a la persona de Jerusalén. 


Con frecuencia, con solo abandonar la ciudad, los síntomas delirantes comienzan a remitir en pocos días. Se complementa este enfoche con medicación antipsicótica y sedantes para controlar la agitación durante la fase aguda, procediendo finalmente a la repatriación del individuo una vez se encuentra estabilizado.


En esencia, el Síndrome de Jerusalén es un testimonio fascinante del profundo poder que los símbolos, la historia y los lugares sagrados pueden ejercer sobre la psique humana. 


No se trata de una simple decepción turística, como puede ser el Síndrome de París, sino de una auténtica crisis de identidad desencadenada por una inmersión extrema en un entorno percibido como absolutamente sagrado. 


Este síndrome sirve como un recordatorio extremo de cómo la línea que separa una fe devota de una psicosis reactiva puede, en condiciones ambientales y psicológicas particulares, volverse difusa y permeable.




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